15 diciembre 2008

¿ACERCAR LA CULTURA A LA PLATA O A LA GENTE?


Mientras el imperdible Treinta&3 horas Bar en la Plaza de Armas, presentado por el Banco Santander, ha recurrido al expediente del retiro de entradas con anticipación para ir creando audiencias fieles, en carta a La Tercera, la lectora Javiera Valjalo apunta a un fenómeno opuesto y preocupante que amenaza a nuestro desarrollo cultural.
En efecto, asumiendo en propiedad su papel de público fiel a la Feria Internacional de Artesanía, se queja del traslado de la misma desde su ubicación tradicional en el Parque Bustamante -metro en la puerta, vegetación en el entorno y generosas posibilidades de sombra y suministro de comida- a un espacio diferente, sin locomoción colectiva, árido, sin lugares de descanso ni alimentación en cercanía, aparentemente, no considerando a las audiencias que dieron durante muchos años prestigio y sustento a dicha Feria.
“Nuevamente, la cultura es reducida a un rincón inaccesible de la sociedad, a gusto de unos pocos”, reflexiona la lectora.
Palabras que alertan sobre una tendencia que ha tenido variadas pruebas de no ser exitosa. La segunda etapa de Cuerpos Pintados, la primera versión de la Feria de Arte al Límite y los agridulces recuerdos de los conciertos de Morricone son sólo algunos ejemplos de que la cultura debe estar asociada a espacios que tradicionalmente se han reconocido como tales, pero que sobre todo, son accesibles al gran público. Especialmente, cuando se trata de actividades que tienen una larga tradición.
Subyace a esta tendencia el concepto de que hay que llevar las actividades culturales allí dónde está la gente que dispone de riqueza, aplicando a fardo cerrado un criterio a la vez de comodidad y de priorización del dinero por sobre las variables fundamentales que debe perseguir un desarrollo cultural: formación de nuevas audiencias y consolidación de las existentes.
Con esto no afirmo que deban evitarse los espacios de relativa inaccesibilidad, pero deben desarrollarse a partir de planes de gestión adecuados a dichos lugares, del público que serán capaces de atraer y no a costa de comprar “porciones de mercado” de actividades ya consolidadas y con audiencias propias, trabajosamente formadas.
Esta situación se produce en las cercanías de un debate de cara a la renovación de las políticas culturales (las Definiciones actuales son 2005-2010) y de la discusión programática de las próximas elecciones presidenciales. Dado que los dos municipios involucrados en este ejemplo: el despojado y el despojador, tienen ediles recientemente reelectos que simpatizan con una misma candidatura presidencial, aparece como muy interesante conocer cómo se va a resolver esta divergencia.
Por el lado de la Política Cultural, la cuestión es clara: primero es la creación de infraestructuras y paralelamente con ello, se desarrolla un plan de gestión de la misma, el que de ningún modo puede ser a costa de otros espacios.
Si se pretende -como ocurre con otros sectores- poner la cultura allí dónde está el dinero, estaríamos ingresando en un terreno riesgosísimo de olvidar las políticas del Estado de Chile, aprobadas con el patrocinio de la ley que crea el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para reemplazarlas por la lógica -contra intuitiva con nuestra historia, que señala que los grandes creadores han venido más bien de sectores desfavorecidos por el dinero- de poner este alimento para el espíritu cada vez más lejos de quienes mejor lo han aprovechado y más cerca de quienes tienen mayores posibilidades para trasladarse hacia los lugares tradicionales de acogida de actividades artísticas.
Si no, que lo digan la Movistar Arena, el Estadio Nacional o el Centro Cultural Estación Mapocho.

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