El escritor Gonzalo Contreras, en una imagen afortunada, se refiere a algunos de sus colegas en La Tercera del 5 de diciembre, señalando que “no han sabido distinguir la fama del prestigio”. Como suele ocurrir, la sensibilidad de un artista ha detectado uno de las mayores encrucijadas del desarrollo cultural presente. ¿Hasta dónde la fama, las superventas, las asistencias masivas a recitales, constituyen prestigio para los creadores que las motivan? ¿Hasta dónde son sólo espuma u hojarasca que se desvanece con el tiempo?
¿Es Madonna famosa o prestigiosa? De lo primero no cabe duda y genera a su alrededor gigantescos negocios del que lucran decenas de empresas que nada tienen que ver con el arte o la cultura. De lo segundo, podría afirmarse que es más dudoso. Tal vez por eso provocó ese “casual” encuentro con Ingrid Betancourt, una mujer sin duda prestigiosa, en la Casa Rosada.
Es que los artistas requieren también de prestigio, requieren de trascendencia, en definitiva necesitan poder aspirar a ser clásicos.
El problema es cuando invierten las prioridades. Borges fue sin duda famoso, pero después, mucho después, de ser prestigioso. De ese modo, ser prestigioso es un rango que se adquiere con el tiempo, el esfuerzo y el talento. Para ser famoso basta con donar algunos millones de pesos a obras de caridad o ser exageradamente generoso (en público) con personal de servicio.
Por eso, cuando la puerta de ingreso a esa condición es tan accesible, se generan legítimas dudas sobre el prestigio que hay detrás de esa fama.
Es lo que ocurre con los escritores aludidos por Contreras. No alcanzaron a acumular suficiente prestigio antes de ser alcanzados por la “fama”. Pero no nos engañemos. Se trata, en este caso, de una fama de manual, creada intencionalmente por editoriales que siguen modelos de negocio internacionales que por décadas han profitado de los llamados best sellers, sólo que ahora el modelito se ha perfeccionado: directamente se reemplazó la calidad y diversidad de autores por el “mono cultivo”: un solo autor en el que se invierte toda la publicidad y se lo promociona como famoso, aunque no haya llegado a ser prestigioso. Lo que no significa que eventualmente podría llegar –con el tiempo y la garua- a serlo.
El problema para estos autores “mono cultivados” es que van a tener que conservar esa fama de manual a la vez que construir su prestigio. Es como jugar, al mismo tiempo, en la Copa Libertadores y el campeonato nacional de fútbol. Difícil pero asumible con un “buen plantel”.
Me dirán que los clubes europeos juegan sin problemas y habitualmente, dos exigentes partidos de diferentes Copas en la misma semana, siendo competitivos en ambos torneos.
Es verdad, lo mismo ocurre con creadores que son capaces de estar a la vez en dos grandes ligas, como la literatura y el cine, o la novela y el ensayo. Para dar sólo un ejemplo local (¿o internacional?): Antonio Skármeta se desplaza con placidez por guiones de óperas, letras de canciones, guiones de cine y novelas. Y se da el lujo de ganar premios de los que dan prestigio, y también de aquellos “de manual”.
Es de esperar que, así como acontece en otros cultivos, esta práctica mono cultivadora de las grandes editoriales internacionales pase pronto, y recuperen la diversidad de títulos y autores que afortunadamente sobreviven merced a editoras de alcance nacional que están, ellas sí, compitiendo en dos ligas: la del prestigio y la de la conservación de la diversidad. De no ser así, esos viejos sellos que compraron las empresas trasnacionales, precisamente por su prestigio, seguirán desvalorizándose en la bolsa que más debiera importarles: los lectores.
El riesgo de esta crisis es que se desvaloricen también los escritores asociados a tales empresas. Si así ocurriera será porque aquellos redactores hipotecaron el prestigio para adquirir fama. Y no habrían entendido nada de la atroz vida de un creador de prestigio, como José Donoso, de cuyos tormentos creativos y vitales nos hemos enterado recientemente. Y, la verdad sea dicha, Pepe Donoso no fue un gran vendedor de libros. Un ejecutivo de Planeta me confesó en una ocasión que lo mantenían porque prestigiaba su catálogo, no por sus ventas. ¿Duda hoy alguien de su prestigio y de su posterior fama?
Tal vez, ese mismo sello, hoy no lo publicaría.
Es que los artistas requieren también de prestigio, requieren de trascendencia, en definitiva necesitan poder aspirar a ser clásicos.
El problema es cuando invierten las prioridades. Borges fue sin duda famoso, pero después, mucho después, de ser prestigioso. De ese modo, ser prestigioso es un rango que se adquiere con el tiempo, el esfuerzo y el talento. Para ser famoso basta con donar algunos millones de pesos a obras de caridad o ser exageradamente generoso (en público) con personal de servicio.
Por eso, cuando la puerta de ingreso a esa condición es tan accesible, se generan legítimas dudas sobre el prestigio que hay detrás de esa fama.
Es lo que ocurre con los escritores aludidos por Contreras. No alcanzaron a acumular suficiente prestigio antes de ser alcanzados por la “fama”. Pero no nos engañemos. Se trata, en este caso, de una fama de manual, creada intencionalmente por editoriales que siguen modelos de negocio internacionales que por décadas han profitado de los llamados best sellers, sólo que ahora el modelito se ha perfeccionado: directamente se reemplazó la calidad y diversidad de autores por el “mono cultivo”: un solo autor en el que se invierte toda la publicidad y se lo promociona como famoso, aunque no haya llegado a ser prestigioso. Lo que no significa que eventualmente podría llegar –con el tiempo y la garua- a serlo.
El problema para estos autores “mono cultivados” es que van a tener que conservar esa fama de manual a la vez que construir su prestigio. Es como jugar, al mismo tiempo, en la Copa Libertadores y el campeonato nacional de fútbol. Difícil pero asumible con un “buen plantel”.
Me dirán que los clubes europeos juegan sin problemas y habitualmente, dos exigentes partidos de diferentes Copas en la misma semana, siendo competitivos en ambos torneos.
Es verdad, lo mismo ocurre con creadores que son capaces de estar a la vez en dos grandes ligas, como la literatura y el cine, o la novela y el ensayo. Para dar sólo un ejemplo local (¿o internacional?): Antonio Skármeta se desplaza con placidez por guiones de óperas, letras de canciones, guiones de cine y novelas. Y se da el lujo de ganar premios de los que dan prestigio, y también de aquellos “de manual”.
Es de esperar que, así como acontece en otros cultivos, esta práctica mono cultivadora de las grandes editoriales internacionales pase pronto, y recuperen la diversidad de títulos y autores que afortunadamente sobreviven merced a editoras de alcance nacional que están, ellas sí, compitiendo en dos ligas: la del prestigio y la de la conservación de la diversidad. De no ser así, esos viejos sellos que compraron las empresas trasnacionales, precisamente por su prestigio, seguirán desvalorizándose en la bolsa que más debiera importarles: los lectores.
El riesgo de esta crisis es que se desvaloricen también los escritores asociados a tales empresas. Si así ocurriera será porque aquellos redactores hipotecaron el prestigio para adquirir fama. Y no habrían entendido nada de la atroz vida de un creador de prestigio, como José Donoso, de cuyos tormentos creativos y vitales nos hemos enterado recientemente. Y, la verdad sea dicha, Pepe Donoso no fue un gran vendedor de libros. Un ejecutivo de Planeta me confesó en una ocasión que lo mantenían porque prestigiaba su catálogo, no por sus ventas. ¿Duda hoy alguien de su prestigio y de su posterior fama?
Tal vez, ese mismo sello, hoy no lo publicaría.
En el futuro todos tendremos 15 minutos de fama. Dijo Andy Warhol.
ResponderBorrarDel prestigio no dijo nada pero me pregunto si alguien podría tener 15 minutos de prestigio