09 septiembre 2008

De: Cultura 2008 A: Educación 2020

Soy un convencido de que los sustantivos avances en términos de políticas públicas que ha tenido el sector cultura en Chile en los últimos años se deben principalmente a haberla separado en su discusión de dos “monstruos grandes que pisan fuerte” en este terreno: las comunicaciones y la educación.

Recuerdo aquellas animadas comisiones programáticas de Cultura y Comunicaciones de los inicios de la Concertación, en las que inevitablemente terminábamos hablando de televisión, específicamente de TVN y coyunturalmente, del noticiario central de esa estación. En ese escenario, la cultura sólo podía aspirar –sin éxito, por cierto- a unos breves minutos en la pantalla noticiosa. Los aficionados –entonces- a las artes y la cultura quedábamos esperando una mejor oportunidad.

Recuerdo también que durante la etapa escolar los formatos ofrecidos a quienes sospechábamos tener inquietudes artísticas eran limitadas: talleres y academias literarias, algunas clases de música levemente innovadoras centradas en los programas de mano de la Orquesta Sinfónica de Víctor Tevah complementados por un tocadiscos/maleta que transitaba por las salas de clases aferrado indefectiblemente al profesor respectivo y algunos lejanos y extra programáticos cursillos de cine.

Hace poco, con un compañero de entonces, el compositor Alejandro Guarello, nos acordábamos con afecto del maestro de música pero rápidamente los recuerdos de la vida escolar derivaban hacia ese innombrado inspector que nos obligaba a usar el pelo rigurosamente corto y a parecernos todos con todos.

Porque la educación era básicamente uniformidad: literalmente de usar uniformes, de desfilar los 21 de mayo y de confesarse regularmente. Pero, ¿no fue un gobierno de derechas (el último) el que nos obligó a vestir a todos los estudiantes de jumper o chaqueta azul/pantalón gris, el “uniforme de chileno” hasta hoy?

Los escasos intentos de romper esa monotonía escolar fueron frustrados: cuando pretendí ser gestor cultural y llevar un prometedor festival del cantar juvenil a la Quinta Vergara (obvia aspiración de joven viñamarino) fui expulsado del colegio. Cuando intentamos ser críticos con un diario mural “Independiente”, las autoridades escolares promovieron la “prensa oficial”.

Si miramos el destino de la cultura a nivel nacional en la historia de nuestra administración pública, arrinconada como Departamento de Extensión en el Ministerio de Educación, podemos detectar la importancia que ella tenía hasta 1990. Afortunadamente, Aylwin la ascendió a División; Frei la llevó a La Moneda y Lagos la hizo quedarse.

En ese ambiente fue que floreció el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, en 2003, luego de pasar, en 1997, por las vergüenzas de los programas de educación artística que el Ministerio del ramo puso en conocimiento de la Comisión Asesora Presidencial en Cultura del Presidente Eduardo Frei: aún recuerdo la cara de espanto de Ramón Griffero cuando el programa hablaba de teatro refiriéndose exclusivamente a los actores. Ni una mención a la dramaturgia, la escenografía, la dirección, ni menos las audiencias. Con ese programa ¿podíamos esperar que se formaran dramaturgos, directores o críticos de arte? ¿Podemos esperar que los estudiantes aspiren a otra cosa que a ser estrellas de teleseries?

En el Directorio del CNCA se intenta, aunque cae de maduro, cada año, modificar la Ley de Premios Nacionales para que al menos les den atribuciones en los premios de Literatura, Artes Plásticas y Artes de la representación… con las modificaciones evidentes que requieren los jurados correspondientes ¿Será mucho pedir?

Sin embargo, esta distancia con la educación no se me había hecho tan evidente hasta cuando, hace una semana, destacados alumnos del MAGÍSTER en Gestión Cultural de la Universidad de Chile se mostraron francamente limitados ante la poco exigente prueba de referirse a André Malraux o la Royal Opera House en sus idiomas originales y la redacción correcta. Ojo, que no me refiero a la pronunciación…

- Algo huele mal, pensé.

En tales prácticas olfativas me sorprendió la entrevista/manifiesto de Mario Waissbluth sobre Educación del 2020. La aplaudo sin restricciones, sobre todo porque he tenido confianza ilimitada en los ingenieros –excepto los de transportes- refiriéndose a políticas públicas. Tal vez porque tienen “mente ordenada” (lo que no significa mente de ordenador como otros profesionales) y porque quién realmente aseguró –con la complicidad de un par de profesores de castellano y otro de… ¡historia contemporánea!- mi vocación por la cultura fue mi abuelo ingeniero civil que calculadamente iba poniendo a mi alcance las piezas artísticas que yo solicitaba sea por demanda escolar o la simple inquietud personal.

Es decir, Mario Waissbluth, cualquier cambio en esta área debe tener bastante de ingeniería, pero también un ingrediente de libertad. De opciones para el educador y el educando. Lo que se contrapone con la uniformidad de programas, diseños arquitectónicos de escuelas, vestuarios y textos de estudio.

Vivimos en la era de Internet en la que un alumno, por primera vez en la historia, puede y suele saber más que el profesor en el aula, usando la tecnología, la que a su vez facilita este proceso de formación de personas iguales y libres.

Humberto Eco, también en entrevista en La Tercera asemejaba el proceso educativo a una relación erótica en la que el adulto entrega experiencia y el alumno aporta juventud, inexperiencia y ambos logran el placer en un proceso igualitario al que acceden voluntaria y libremente.

Lo interesante es que dar libertad al proceso educativo no es conceptualmente diferente en Putre o en Las Condes. Y cuesta igual.

Por ello es que no adhiero en un aspecto que solicita el movimiento de Waissbluth: el toque de verde en el vestuario. Me permito ejercer así mi propia libertad, lo que me acomoda con mi insuficientemente desarrollado lado femenino que no me estimula diariamente a preguntarme:
- ¿Qué me pongo?
Tal vez sea cuestión de educarlo.

SE PUEDE ADHERIR A ESTE MOVIMIENTO EN http://www.educacion2020.cl/

2 comentarios:

  1. Tal vez rosado???
    :-)
    Un abrazo
    Mario

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  2. Prefiero "un arco iris de múltiples colores" como "mi Valparaíso, puerto principal"

    Un abrazo,

    Arturo

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