14 marzo 2016

INDICANDO A LA INDICACIÓN



Cuando la vida nos da oportunidades, no debemos dejarlas pasar. Eso pensé -muy poco rato, es verdad- cuando el flamante Alcalde de Santiago Jaime Ravinet me ofreció, en 1990, incorporarme al proyecto que transformaría la vieja estación abandonada en el Centro Cultural Estación Mapocho. Desde entonces, cuatro años de remodelación y más de veinte de gestión, me han enseñado que el sueño de convertir el monumental edificio en un lugar que cuidara el patrimonio, difundiera la cultura y se autofinanciara, es posible. Pero sería muy egoísta no compartir dicha experiencia con las decenas, sino centenas, de centros culturales que, desde entonces, han florecido en las comunas Chile. Por ello, deseo fervientemente aprovechar la oportunidad que brinda la discusión sobre el Ministerio de las Culturas para asegurar la sobrevivencia digna y provechosa de esos espacios que sustentan el desarrollo cultural chileno.


La clave de su permanencia en el futuro es su mantención.

Por alguna razón que desconozco, ese ítem no está contemplado en los presupuestos nacionales o locales. En cambio, sí estuvo en la mente del creador del proyecto remodelador que puso, en la misión del futuro Centro Cultural Estación Mapocho, como primer objetivo, la mantención del monumento nacional, sin que significara un gasto alguno para el erario nacional. Es decir, señores de la Corporación Cultural que administraría el emblemático edificio -mayoritariamente corporaciones similares, sin fines de lucro- ustedes reciben el bien y lo mantienen de tal modo que pueda ser usado para -y aquí el segundo objetivo- difundir la cultura.

Hacer cultura en un establecimiento digno, dónde ésta juegue de local y a la vez, como natural consecuencia, ir formando audiencias que combinen sus intereses por el libro, las artes visuales, las escénicas y todas aquellas otras que vayan emergiendo.

Nada habría sido posible si el edificio no se hubiese conservado en excelentes condiciones, padeciendo terremotos, misteriosas inundaciones, maratones de rock y millones de visitantes por año.

No habríamos recibido el Premio Reina Sofía de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural ni alguno de los reconocimientos nacionales internacionales de los que hemos sido objeto, si no hubiésemos podido generar -mediante arriendo para exposiciones, locales comerciales o administración de proyectos de donaciones culturales- los recursos necesarios para mantener, con un personal mínimo pero motivadísimo, esta infraestructura privilegiada.

Lamentablemente, no es el caso de otros centros culturales que se han edificado, con generosidad estatal, en ciudades mayores de 50 mil habitantes y comunas de las grandes urbes. Ellos no pueden generar los fondos necesarios para mantener esos espacios. Tampoco se los permite el respaldo que suelen recibir de municipios, fondos concursables o privados. En general, el sistema de financiamiento cultural está orientado a proyectos. A actividades nuevas, a manifestaciones artísticas.

Lo que está muy bien, pero ha dejado olvidado aquello que es fundamental, básico, la infraestructura que debe funcionar para que todo lo anterior sea acogido como merece.

Es entonces el momento de hacernos -gobierno, parlamentarios, sociedad civil- cargo de ese aspecto, tan central como poco visible.

Nuestra actividad cultural pre 1990 acontecía normalmente en espacios prestados: estadios, gimnasios, lugares de culto, la calle... Con arquitectura efímera era suficiente: escenarios, cortinas, panelerías y mucha buena voluntad. Era escenografía.

Afortunadamente, a partir del ejemplo del Centro Cultural Estación Mapocho se comenzaron a construir espacios. Es decir, entró el fierro y el cemento en la escena cultural. Luego los planes de gestión y el Consejo Nacional de la Cultura.

Es entonces esa entidad estatal, que esperamos transversal para regir toda la actividad cultural, artística y patrimonial de Chile, la que debe hacerse cargo de esta realidad y contemplar recursos públicos para conservar de buena forma la formidable infraestructura cultural de la que nos hemos dotado en sólo 25 años.

Lo primero, señores diputados, es incorporar al texto que comienzan a discutir la palabra mantención (numeral 12 del Artículo Tercero), así de simple.

Lo segundo, es crear el órgano adecuado para administrar esos fondos destinados a la mantención de los espacios culturales -incluidos por cierto los museos y bibliotecas públicas- y a acumular, compartir y enriquecer toda la experiencia en gestión de infraestructuras culturales hemos vivido estos años.

Nada mejor, considerando la experiencia de los consejos sectoriales existentes -que el Proyecto en discusión mantiene idénticos-, que crear un Consejo Nacional, participativo y potente, que se ocupe de la Gestión y la Infraestructura Cultural.

Las nuevas generaciones lo agradecerán.

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