Debido al impacto del libro digital y, sobretodo, a la crisis europea, se anuncian nuevas fusiones o simples adquisiciones en las principales editoriales del mundo, de habla inglesa –quedaran cinco grandes- y castellano¿cuántas quedarán? El mapa editorial se re ordenará como el de los bancos, los supermercados… todo lo demás. Tendremos a unos pocos grandes, cada vez más grandes, y unos muchos, cada vez más, chicos que expresarán la diversidad que una industria cultural, por definición, debiera promover. El tema es cómo sobreviven los pececillos en un mar de tiburones. Mar que además comenzará a llenarse de muy pocos autores con enormes tiradas y aplastantes campañas de marketing.
¿Cómo se evita la pérdida de aquello? Lo primero que se nos viene a la mente es evitar que los autores se entreguen a los cantos de sirena de los grandes editores. Pero ¿cómo podemos exigir a Simonetti, Edwards, Ampuero, Serrano, Allende, Rivera que no firmen suculentos contratos con los que han soñado toda una vida? ¿Podemos sugerirles siquiera que rechacen la gigantografías a tamaño natural que adornaran las librerías, o los afiches desproporcionados en el metro y grandes tiendas?
Pienso que sería más adecuado pedir esta cruzada a los otros posibles derrotados, los lectores. ¿Cómo?
Primero, que así como se está pidiendo cuotas de pantalla para el cine chileno, prefieran las editoriales nacionales, obviamente porque éstas han desarrollado un amplio catálogo, con temas cercanos y autores relevantes que parecen invisibles para las transnacionales (o sea, que no venden cifras con más de tres ceros).
Segundo, que no se pierdan en campañas engañosas y estériles como la eliminación del IVA. Hay demasiados estudios serios que demuestran que la ausencia del impuesto no afectaría los niveles de venta de libros, por el contrario, los recursos que por él se recauden, pueden ir a esta cruzada de defensa del editor nacional. Comparen los precios de los libros de las transnacionales y de las pequeñas editoras chilenas. Allí está la diferencia, en el sello, no en el IVA.
Un mercado dominado por un par de grandes grupos de publicaciones sólo fomentará a las pequeñas editoriales, los blogs, las redes sociales, las fotocopias, los libros de farándula, autoayuda y otros pilares sordos de este mundo.
Si es así, las editoriales pequeñas, deben perseverar en publicar cada vez más títulos, cuidar las tiradas, agudizar su difusión por redes sociales, motivar a sus autores que participen del debate nacional, aliarse con universidades, centros de pensamiento y otros lugares de creación de ideas para nutrirse. Prefiero el editor que fustiga al autor remolón, antes que el que persigue al autor vendedor.
Si ha existido un boom de pequeñas editoriales, es por “Fuenteovejuna, señor”. Porque son necesarias y porque las grandes se han trasformado en un embudo donde cada vez salen menos autores.
Es evidente que restringir el número de autores editados no lleva a la extinción del escritor, por tanto, cada vez habrá más presión para que otros cumplan con el papel de quienes no lo están abordando. La fuerza de la creación literaria y de no ficción se desviará, evitando esta compuerta transnacional hacia pequeños arroyuelos locales.
No creo que el editor como profesional haya sido el capital de las editoriales. Siempre su capital ha sido su fondo bibliográfico, aquellos títulos que han sido escogidos y publicados gracias al trabajo de este profesional, que no es capital, sino asalariado al servicio de un emprendimiento, para multiplicar su valor.
En este escenario, cada vez será más tenue la diferencia entre el autor y el editor, así como más insalvable le brecha entre las transnacionales o multinacionales y la editoras locales.
Digo tenue porque las necesidades de grandes capitales para la edición son cada vez menores, los procesos de composición se han abaratado, las inversiones en papel se han acotado, el costo de difusión tiende a cero… el trabajo del profesional editor es cada vez más parecido al del autor: es un creador, que imagina un producto u obra, que motiva al autor a desarrollarlo, que lo acompaña en su proceso, que sugiere aspectos, que aporta investigación…
Por tanto, apuesto a la existencia de alianzas autor/editor, que imaginen obras, postulen a fondos concursables, sueñen circuitos de difusión y circulación… Es similar a lo que ocurre en otras áreas de la gestión cultural, las duplas de arquitectos/gestores que apoyan las obras de infraestructura; los dramaturgos/directores que conciben obras de teatro; los directores/productores que encabezan producciones audiovisuales… en fin, se abre una nueva manera de desarrollar una industria editorial.
Dentro del drama de la crisis europea, el “colonialismo” está de baja y han vuelto a mirarnos como hijos pródigos de los cuales sacar más tajada. Nuestra fortaleza de “colonizados” está en habernos forjado en la pobreza y no el despilfarro, por tanto, nuestras recetas son el auto financiamiento las eloisas cartoneras, la gestión eficiente y no los territorios de ultramar desde dónde sacar oro.
Pero ojo, que tampoco vale pensar a la inversa, no es el momento de ir a hacerse la América a Europa. Ellos se van a recuperar y ojalá, para ello, sirvan nuestras experiencias y al final del túnel –si es que la crisis no es una realidad permanente- podamos establecer una relación equilibrada entre nuestras editoriales locales y aquellas locales que puedan surgir en la nueva realidad post crisis.
¿Qué ocurrirá con los gigantes de las publicaciones? ¿Con los que queden luego de esta guerra por devorarse mutuamente?
Habría que ver cómo reaccionan ante esta nueva realidad. Si la comprenden y destinan parte de sus utilidades a publicar autores locales, de pequeñas tiradas, es decir, reconvierten en cultura lo que excede de sus resultados comerciales, podrían conservar un espacio en el panorama de la cultura nacional, si no es así, debieran asumir su real estatus e identificarse como industrias del espectáculo y la entretención. Pero de editores de contenidos estimulantes y partícipes de la historia del pensamiento de la humanidad… Que eso lo dejen a quienes comienzan a hacerlo.
Una nota sobre la coyuntura chilena.
Si este es el escenario, si esta transición hacia el empoderamiento inevitable de las pequeñas editoriales ya comienza, Chile, como país, debe tomar medidas para acompañar, con políticas adecuadas, este proceso: más recursos para autores/editores que se inician; más estímulos para llegar a los lectores actuales y potenciales; más formación académica para los gestores editoriales que el sistema requiere; más apoyo las ferias del libro y que éstas se vuelvan más atractivas, en diseño, programa cultural y accesibilidad.
Es decir, una férrea alianza entre editores, lectores y políticas públicas para defender el papel que la industria del libro debe jugar en todo país civilizado.
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