14 mayo 2009

EL SUBMARINO, UN ALCALDE Y UN CONSEJO



Lejos estaba de las posibilidades, cuando escribí la columna anterior sobre la guerra de los recitales, el volver a referirme a temas bélicos.

Pero, la cultura es diversa y dinámica. Viva.




Ahora, un empeñoso Alcalde quiere remontar Calle Calle arriba un submarino en desuso para establecer un museo fluvial en Valdivia.

Nuestra paciente Armada ya trasladó un iceberg a Sevilla y ahora asume con buena disposición, junto a las autoridades civiles del Ministerio de Defensa y personeros de las otras ramas de las fuerzas armadas, el futuro traslado de esa secretaría de Estado a sus dependencias tradicionales. Pero, esto ya parece demasiado: poner a competir con la simpatía de los lobos marinos de la costanera valdiviana la mole inmóvil y –supongo- insumergible de un submarino dado de baja, con fines museísticos, llama a la reflexión.

Los museos, por definición, deben ser espacios extensos, de fácil ingreso, de amplias circulaciones, con accesibilidad total para minusválidos… así al menos lo entiende el programa de infraestructura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y la Política Cultural del Estado de Chile.

Semejante complicación para los turistas no excedidos de peso (muchos deberán conformarse con mirar desde el borde río aquellas escotillas confeccionadas para marinos esbeltos) emerge como la antítesis de otro proyecto de infraestructura recientemente conocido: el teatro Teletón.

Supuestamente, será el olimpo del acceso total, incluidos minusválidos, ancianos y, sin duda, obesos. Sólo que así como no es aconsejable establecer un museo en sitios inaccesibles, tampoco es razonable construir un teatro sólo para cumplir con el ritual anual de una campaña solidaria, por encomiable que ésta sea.

A menos que dicho proyecto esté respaldado por sólidos estudios de audiencias, planes de gestión y estudios de ingresos y costos que demuestren que la ciudad y el barrio en que está emplazado permitirán sustentar una inversión de tal envergadura.

Dichos estudios, que se exigen a las infraestructuras culturales con inversiones públicas, hasta ahora no son conocidos.

Espero que, si existen, se den a conocer y si no, que se hagan. Aún es tiempo.

Para que no terminemos con algún servicio público remolcando –como al submarino- a un teatro desproporcionado, en medio de un proceloso río de críticas que -como el de Valdivia- posee hermosos y consagrados espacios culturales en sus alrededores.

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