09 mayo 2008

HACIENDO TEATRO (para el Bicentenario)


Se ha puesto en el tapete –ya era hora- el tema de las celebraciones del Bicentenario que se acerca a pasos agigantados, el 2010.
Quisiera introducir al debate algunas distinciones.

En primer término, debemos separar obras (cemento, hierros) de celebraciones (eventos, fiestas). Para el Centenario de 1910, las segundas se redujeron a Santiago y se agruparon en el mes de septiembre, se concentraron en el Teatro Municipal y en la Exposición Histórica del Centenario que daría origen al Museo Histórico Nacional. Las obras también fueron capitalinas: Palacio de Bellas Artes; Estación Mapocho; Biblioteca Nacional (en orden de terminación). Para 2010 se espera que las obras sean nacionales –en todo el país- y muchas de ellas ya están en marcha. La más emblemática en el terreno cultural, es el Centro Nacional de Artes Escénicas y Musicales que estará ubicado en el Edificio Gabriela Mistral, actual Diego Portales, ex UNCTAD. Por ello, llama la atención una reciente editorial de El Mercurio que plantea la necesidad de: “por ejemplo, un gran teatro de la representación, complementario del Municipal, acorde con los requerimientos y tecnologías del mundo moderno”. Para tranquilidad del editorialista, ese proyecto está en marcha.
Es en las celebraciones del 2010 donde deberá poner su énfasis la Comisión Bicentenario, con sus flamantes autoridades. Se conoce de un Congreso de la Lengua en alguna universidad de Valparaíso; de la Exposición Histórica del Bicentenario en el Centro Cultural Estación Mapocho; de una especial programación teatral de FITAM; de la Trienal de Artes Visuales, casi todas concentradas en el primer trimestre del año, que deberán compartir, con alta probabilidad, con la segunda vuelta electoral y con certeza, con el cambio de mando presidencial del 11 de marzo. Habrá que preocuparse también de la fiesta del 18 de septiembre y ¿porqué no? de una especial celebración del Año Nuevo.

Otra distinción es la temporal, las celebraciones tienen que ocurrir necesariamente en la fecha que corresponde, es decir en el año 2010. No obstante, las obras deben quedar instaladas en las cercanías de esa fecha emblemática pero no necesariamente en ella. Eso sería poner la carreta (el corte de cinta) delante de los bueyes (la calidad de la obra). Recordemos que para el Centenario sólo el Palacio de Bellas Artes pudo inaugurarse, dificultosamente, el 18 de septiembre de 1910 pero sin capacidad de usarse para su misión, que era acoger obras de artes plásticas. Una parte relevante del flamante museo se destino a acoger el novísimo Museo Histórico Nacional, que sí tenía piezas museográficas pero no tenía alojamiento. La Estación Mapocho se inauguro varios años después y qué decir de la Biblioteca Nacional que debió esperar casi décadas.

Una tercera distinción, que está presente en la mencionada editorial, se refiere a la capacidad que hoy tiene el sector privado, a diferencia del 1910, de aportar de manera importante a estas celebraciones y obras: “un sector privado próspero como el chileno podría contribuir de manera más decidida a la formación de un patrimonio cultural acorde con el nivel que el país ha alcanzado. En naciones del hemisferio norte eso ocurre con normalidad, muchas veces al amparo de beneficios tributarios”.
Tomemos la palabra al decano. Es una excelente idea el que pudiese generarse un período de excepción de por ejemplo dos años (2009-2010) en el que las donaciones privadas a obras y celebraciones bicentenarias sean beneficiadas por un estímulo tributario del 100% y no del 50% como es la norma. De esta manera, tendríamos un aniversario patrio formidable en el que el Estado pone el esperado Teatro Nacional para 2000 personas en el Edificio Gabriela Mistral y los privados aportan recursos para otras obras y celebraciones.

Ojalá que no sea puro teatro.

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