En noviembre de 1985, atracó en Valparaíso un barco con una carga peligrosísima. Antes, en alta mar, lo habían abordado marinos armados, quienes registraron las bodegas. Se retiraron satisfechos. La denuncia de los organismos de seguridad era efectiva. El Almirante Hernán Rivera Calderón podía dar la orden que le permitía el entonces vigente Estado de Sitio: INCINERARLA.
No estoy hablando de droga dura, de pornografía, ni siquiera de publicaciones piratas decomisadas por orden judicial como está aconteciendo en Chile 2008 con alguna frecuencia. Estoy hablando de 15 mil ejemplares del libro “Miguel Littin clandestino en Chile” del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, que llegaron con el sello de la colombiana Editorial Oveja Negra. Los libros fueron interceptados por orden del almirante jefe de la zona en estado de sitio e incinerados en el mismo puerto luego de variados trámites burocráticos que dejaron singular huella documental de esta atrocidad.
Este episodio vuelve a mi mente por la increíble información del Washington Post de que durante 2004 y 2005 en la sede Unesco de París se pagó por destruir unos 100.000 ejemplares de distintas obras, las que fueron convertidas en celulosa. Quiero dejar registro 23 años después porque, cuando aconteció lo de García Márquez, sólo fue publicado en una edición de prueba –el número cero- del que sería el diario La Época.
Llegaba de un viaje al exterior y me encontré con reiterados mensajes del agente de aduanas que actuaba ante dicho servicio, debido a mi condición de representante en Chile de la Editorial Oveja Negra: “llámeme por favor, van a quemar sus libros”. Me pareció tan inverosímil que partí a Valparaíso a golpear la puerta principal de la Intendencia, en Plaza Sotomayor. Por señas, me indicaron desde el interior que la entrada estaba por la Plaza de Justicia, detrás de barricadas de sacos areneros y marinos fuertemente armados con trajes en el tono, arena. Me identifiqué y entregué mi carnet de identidad. Pedí hablar con el responsable de esta supuesta amenaza. Varios hombres armados se movieron hacia el interior hasta que uno de ellos me señaló que me recibiría “mi teniente Vega”. Subí al señorial segundo piso, escoltado por una metralleta tan larga como alto su portador. Debo dejar constancia que tan proporcional pareja se mantuvo a mi lado durante todo el relato que sigue. “Tome asiento. ¿En qué lo puedo servir señor Navarro?” me recibió Vega con el uniforme y la caballerosidad habitual de los miembros de la Armada. Le expliqué el motivo de mi visita tan inesperada. Tomó el teléfono, marco un anexo y repitió mi pregunta. Escuchó a su interlocutor, colgó y con la misma cara impávida: “No se preocupe, ya los quemamos”.
Salí, dejando abandonados tanto mi carnet de identidad como mi capacidad de asombro. Caminé hasta La Rotonda, a una cuadra de allí, y ordené un whisky doble. Luego pedí que me llevaran a una oficina de telex para relatar, por esa vía, a Colombia lo sucedido.
Cuando le conté al agente de aduanas sufrí otro impacto: “Acabo de ver los libros. Están en el Sitio (no recuerdo el número). No los han quemado aún”, me dijo. Partió entonces una carrera frenética por impedir el incendio. Como ninguna autoridad chilena se hacía cargo, me dirigí al consulado de Colombia. Un eficiente cónsul llamado Libardo Buitrago (sí, el mismo) hizo de su tarea rastrear los ejemplares. Poco a poco fueron llegándole pistas: que pasaron por la puerta Simón Bolívar con tal fecha; que están depositados transitoriamente en el sitio tanto, hasta la última comunicación fatal: Acta de Incineración, se llama. Allí aparecen los nombres de los funcionarios de Investigaciones que conforme a la orden del Jefe de Zona en Estado de Sitio procedieron, a la hora informada, a encender los fósforos y dar por eliminada esa peligrosísima carga.
Cuando la destrucción de libros vuelve a planear en el horizonte de la mano de otro poco juicioso funcionario, que debe haber deseado limpiar bodegas para recibir otros ejemplares no distribuidos y que probablemente tampoco serán leídos, vale la pena recordar que otros libros sí están llegando a sus lectores, sea por la vía de una decorosa devolución de nuestra centenaria Biblioteca Nacional a su par peruana, la que retruca replicándolos virtualmente para que podamos compartirlos como hermanos que somos; sea por la vía de los muchos títulos que se presentarán y regalarán con motivo del día internacional del libro.
Y para tener presente que nunca más en Chile podemos llegar a considerar al libro una carga peligrosa.
Aunque quienes lo pensaron, entonces, sigan acusando Ministros, ahora.
Aunque algunos, muy pocos, de quienes no lo pensaban entonces, tengan una muy corta memoria. Más corta que la metralleta del día aquel.
Excelente blog..
ResponderBorrarQuedé sorprendidad por la información que da a conocer en su última publicación, sobre la quema de libros.
Yo soy estudiante de Periodismo de la Usach, y actualmente tomé un ramo que se está dictando en mi carrera, de Gestión Cultural, y encuentro que su blog es un gran aporte a esta rama.
Saludos y nuevamente, lo felicito por su blog...
Ma. Fernanda Chávez
Arturo,
ResponderBorrarFelicitaciones por este interesante artículo! Por mucho tiempo he querido obtener una copia de la película que Littín filmó en Chile, pero sólo parece estar disponible el libro de García Márquez. Sabes dónde se puede conseguir?
Qué impresionante que te haya tocado tan de cerca este tristemente famoso incidente. Por curiosidad, le di una hojeada al artículo "Quema de libros" en la Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Quema_de_libros). En la sección "Incidentes notables de quema de libros" se menciona la quema de los 150 mil ejemplares en Chile junto con otros tres episodios:
"- La quema de libros y asesinato de académicos en la China de Qin Shi Huang en el año 212 AC.; muchos intelectuales que desobedecieron la orden fueron enterrados vivos.
- Los libros de alquimia de la enciclopedia de Alejandría fueron quemados en 292 por el emperador Diocleciano
- La quema de libros de autores judíos durante los Nazis desde 1930 hasta 1945 en Alemania.
- En febrero de 1987 el Ministerio del Interior chileno admitió haber quemado 15.000 copias de Las aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile el 28 de noviembre de 1986 en Valparaíso bajo órdenes del General Augusto Pinochet."
Saludos,
Katia Chornik (desde Londres, Inglaterra)