"Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza", palabras proféticas del Gitano Rodriguez con que comienza su canción-poema a Valparaíso. "Los pobres no eligen dónde vivir", palabras de un ciudadano porteño luego del devastador incendio que comenzó el 12 de abril de 2014. Un drama en dos frases. Más que mil imágenes.
Valparaíso ha vivido siempre en armonía con el mar. Fue emplazado como puerto y nunca éste le ha jugado una mala pasada. Fueron los hombres quienes, desde el mar, lo bombardearon, fueron hombres quienes lo hirieron -nunca de muerte- con la construcción del Canal de Panamá. Son hombres los que toleran que ciudadanos, chilenos como ellos mismos, se establezcan en sitios improbables como vivienda.
El mar le ha entregado sus héroes como Prat y los suyos, como los voluntarios de bote salvavidas, como tantos náufragos que han llegado desprovistos de todo y se han quedado, porque en Valparaíso se aprende, se respira el respeto al mar. Junto a su borde hay bodegas, equipamientos portuarios, bancos, caletas, tribunales de justicia... Pero nunca viviendas. El porteño gusta de amanecer mirando el mar, a la distancia, con perspectiva y respeto. Su borde es para trabajar, nunca para descansar. Por ello, suena extraño tanto ensayo de tsunami y ningún ensayo de incendio catastrófico. Quizás porque el incendio estaba históricamente controlado por la lluvia y eficientes compañía de bomberos, vinculadas a las colonias inmigrantes, que daban la tranquilidad al reposo de los porteños en sus cerros.
Los cementerios también están en los cerros porque allí está el descanso. Estaba, hasta que llegó esa pobreza tan temida por Rodriguez. Esa pobreza que comenzó a ocupar aquellos espacios que la ciudad no contemplaba, que fue estimulada por la ausencia de planificación urbana y la codicia de su voto. Que fue ignorada por autoridades que no distinguen entre vivir en un plano o vivir en una quebrada.
Allí estaba la pobreza, instalada, arrastrando la ciudad al abismo, cuando comenzaron algunas reacciones para recuperar el puerto deteriorado por el crecimiento de otras instalaciones portuarias y el abandono de sus elites. Así se resolvió, improvisadamente, trasladar el Congreso Nacional, sin raíces ni planificación alguna.
Más sólida, vino luego la política explícita del Plan Valparaíso, la declaración de Patrimonio de la Humanidad, la instalación del Consejo Nacional de la Cultura con sede incluida, la designación de cien Embajadores de la ciudad en Chile, la recuperación de la ex cárcel para centro cultural, la restauración del Museo Baburizza... parecía que el siglo XXI comenzaba promisorio para Valparaíso.
Nuevamente los hombres dieron la espalda a estas medidas iniciadas por el Presidente Ricardo Lagos. Un patrimonio, cualquier patrimonio, requiere una gestión, una autoridad, una modesta fundacion que lo administre y guíe. No ha ocurrido y los mismos hombres planearon centros comerciales en el borde costero, no dieron recursos para cuidar el área patrimonial, establecieron lujosas oficinas del Consejo Nacional de la Cultura en Santiago y ahora aparentan escuchar las voces que vienen desde UNESCO.
Afortunadamente, hay otros hombres -y mujeres sin duda- que como resume maravillosamente Agustín Squella "no vamos a renunciar a Valparaíso".
Como no renunciaron quienes padecieron el terremoto de 1906, como no renuncian quienes, a pesar de incendio, sólo piden apoyo para comenzar de nuevo.
Porque una ciudad como Valparaíso alimenta el alma y ésta, sobrevive al infierno.
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