19 abril 2010

LA DIFUSIÓN CULTURAL EN UN NUEVO ESCENARIO


Las discusiones sobre una nueva acumulación de poder económico, político y comunicacional en Chile han puesto en el debate una vez más las dificultades para que –entre otros- el mundo de la cultura, pueda acceder a la difusión de sus políticas, logros y programaciones. El tema coincide con la cercanía de la designación de un nuevo director de Televisión Nacional, medio público relevante para difundir el quehacer cultural y del Presidente del CNTV, organismo que detenta un rol decisivo en la regulación de los canales y administra el único fondo concursable que apoya la difusión de las artes en la TV.

Se ha llegado a decir que la situación actual es similar a la que sucedió al golpe militar de 1973, en que la plural prensa escrita devino en duopolio y la TV en un continuo homogéneo dado que se ejerció sobre ella un férreo control vía gobierno, en TVN, y vía rectores delegados en los canales entonces universitarios.

En ese escenario, la cultura no tenía cabida. Y mal podíamos hablar de cumplir con la necesidad de difundirla.

Ha pasado mucho tiempo y sobretodo, más tecnología comunicacional de la que somos capaces de administrar. No son, entonces, los tiempos de fundar heroicas revistas como lo fueron APSI, Análisis, Hoy o Cauce (en estricto orden de aparición). Sí lo son de relacionar la cultura con una pléyade de medios de comunicación que nos han permitido, en los últimos años, cumplir con dignidad el servicio público de difundir la cultura, misión que por lo demás hoy forma parte de la obligación legal –entre otras- de un organismo público como es el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

No obstante, esta tarea debe observar ciertas características derivadas de una simple mirada a la realidad actual:

• Ya no existen más los medios de propiedad de los partidos políticos, como lo señalaba la Constitución de 1925. Y no sólo por un designio legal, sino porque la situación de aquellas entidades dista mucho de permitirles editar un modesto boletín y su capacidad tecnológica es dudosa respecto a la capacidad de emitir medios electrónicos. Son tiempos de medios transversales en los que se intenta publicar aquello que realmente es de interés para las audiencias, o para los intereses de los editores. Como señala Arturo Arriagada, en Revista Poder, “Para ser creíbles y rentables hay que ser independientes del gobierno de turno. La nueva forma de informar de los medios en Chile tiene en la fiscalización su mejor aliado. Con ello contribuirán a la calidad de la democracia, demostrando independencia y siendo fieles a las demandas de sus audiencias”.

• Ya no son los tiempos del mono-medio, en el que una entidad determinada se especializaba en radio, prensa o TV. Es la época de los multimedia en los que un equipo de comunicadores es capaz de alimentar simultáneamente medios de Internet, radios, diarios, revistas y porqué no, canales de TV. Por tanto, los emisores de mensajes culturales deben tener capacidades equivalentes de entregar su mensaje de manera paralela a todos estos tipos de medios.

• Ya no son los tiempos del temor al marketing. Hoy, cada producto cultural debe ser concebido en conjunto con su plan de divulgación y posiblemente tener alianzas mediáticas desde su más temprana idea. No se puede pretender que la gente acceda a la cultura si ésta no es convocada por un conjunto de cauces de información que la gente consulta regularmente. A la inversa, son pocos los medios que carecen de políticas especiales para difundir las programaciones culturales, como un servicio a sus seguidores, conscientes que éstos han desarrollado determinada capacidad de demanda y consumo cultural. De pronto, es más barato acceder a un espectáculo cultural con la credencial de un círculo de lectores de un diario que con acreditaciones de pertenencia a determinada institución. Ocurre tanto en los cines Hoyts como en el Teatro de la Universidad de Chile.

• Ya no son los tiempos –afortunadamente- en que los medios de comunicación podían obviar el pensamiento. La farándula que ha reinado sin contrapeso en años recientes ha debido comenzar a convivir con una profusión de centros de pensamiento que paulatinamente vuelven a activarse, en el caso de la nueva oposición y conservan su febril actividad, en el caso de los nuevos gobernantes, aunque más no sea para interpretar, discutir o apoyar la voz de encuestas que parecen ser el más eficaz medio de gobernar. Estos think tank –prefiero el término castellano “centros de pensamiento”, no vaya a ser que terminen pensando también en inglés- van paulatinamente copando las páginas de comentarios en diarios y revistas, asociándose con algunos medios para realizar estudios de opinión y desarrollando medios de comunicación electrónicos propios o alimentando ajenos que acogen con entusiasmo extensos textos y complejos debates junto a las visiones que nacen de originales blogs y una gran variedad de redes sociales.

Es decir, estamos en un escenario complejo y diverso, completamente diferente a aquel de los setenta. Porque la sociedad civil así como se ha ido proveyendo de centenares de corporaciones y fundaciones culturales, se ha dotado también de herramientas electrónicas de la más amplia pluralidad, fenómeno que no puede sino incrementarse con la inminente TV digital. Por ello es que son relevantes las autoridades que lleguen a los mecanismos reguladores de nuestra TV - el canal público y el CNTV- y su capacidad de regular equitativamente toda la marea de información que estará a disposición de la ciudadanía.

Pero, más significativo aún es la capacidad ciudadana de estar alerta a cuales son aquellos medios que van a satisfacer sus necesidades de información, interpretación de la realidad y oferta de un panorama cultural que coincida con sus intereses. Hasta ahora, incluso los medios de apariencia más aperturista tienden a incluir en sus páginas culturales informaciones de la vida privada de rostros famosos.

El papel de las organizaciones culturales será recurrir a la creatividad y la innovación para que la obligatoria misión de difundir la cultura desafíe a los medios existentes a acogerla. De no ser así en alguno, habrá que recurrir a otros, sin descuidar los infaltables medios propios como los portales web y las redes sociales que no deben cesar de incrementarse.

Lo único inaceptable es que los esfuerzos de creadores, intérpretes, gestores y productores se limite a escenarios castigados por plateas semi vacías.

Por tanto, el esfuerzo de dialogar con las audiencias no debe cesar, aunque nos encontremos con un escenario mediático que parezca hostil o incierto. La realidad es que es sólo diferente.

Y nada señala que no se pueda convertir esa diferencia en algo superior a lo actual en lo que a difusión de la cultura se refiere.

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