Sigo, como es natural y comprensible, los dichos sobre cultura en la prensa nacional e internacional. En días recientes, lideres de opinión en este ámbito, han hecho eco de una afirmación que me dolió. Que el Presidente Allende murió solo "empuñando un arma en la que no creía". Lo segundo es verdad, lo primero, una falacia que pretende -una vez más- llevar agua a un molino legítimo, pero que no es el de Allende. Tales juicios coincidieron con dos hechos relacionados: un diálogo en televisión abierta entre el Director de Investigaciones de Allende y el líder de su más radical opositor: Patria y Libertad y una marcha por los Derechos Humanos en las calles de Santiago.
Sostengo que Allende no estaba sólo, porque una semana antes del 11 de septiembre de 1973 habíamos marchado miles y miles de chilenos, frente a la Biblioteca Nacional, brindándole nuestro apoyo incondicional y porque en las elecciones parlamentarias más cercanas, las de marzo de 1973, los partidos de la UP habían superado el 44% del electorado.
Acompañamos al Presidente esa mañana fatídica, en mi lugar de reunión en caso de golpe, cantando la Internacional en voz baja y quemando nuestros carnés de militantes mientras los aviones de la Fach bombardeaban La Moneda. Cómo hubiésemos querido salir a las calles y manifestar nuestro apoyo al gobierno, como ese cercano 29 de junio, cuando militares leales sofocaron a los protogolpistas.
Desde el momento del bombardeo, el grito de "Allende, Allende, Allende y sólo Allende", se refugió en mi garganta con un gigantesco MUTE.
Recordé esta auto afasia cuando presencié en el programa Estado Nacional del 8 de septiembre el siguiente diálogo:
Alfredo Joignant (Director de Investigaciones del Gobierno UP):
- Al llegar al canal, Roberto Thieme (dirigente, al momento del golpe, de Patria y Libertad, presente en el programa) le dijo a mi hija que no eramos enemigos sino adversarios políticos. Siendo Director de Investigaciones había ordenado detenerlo y cuando lo trajeron a mi presencia dije: "Sáquenle la venda".
- Y vístanlo, agregó Thieme.
Joignant asintió, reconociendo sus palabras de entonces.
Luego se hicieron diversas alusiones a la condición de humanistas de la gran mayoría de los participantes del programa.
Allí estaba la diferencia, aún el más enconado de los opositores merecía un trato digno, sin vendas y con ropas. ¿Es necesario agregar que no ocurrió aquello desde el primer momento de la dictadura?
Tanto fue así que, en ese mismo momento, mis hijas y nieta participaban de una romería al cementerio general esgrimiendo retratos de detenidos desaparecidos y clamando, en democracia plena, por justicia y, sobre todo, porque Nunca Más ocurra algo semejante. Dos generaciones después, aún buscan una respuesta al porqué perdimos, como país, esa humanidad.
Quizás porque se perdió al mismo tiempo que la vida de Salvador Allende es que seguimos identificándola con el rostro y las tranquilas palabras de ese estadista.
Por ello hay que dar las gracias a Allende, que estaban en ese grito acallado por la desproporción de bombarderos, tanques y ametralladoras, que hoy me permito expresar:
-Gracias, Presidente, por permitirle soñar al pueblo de Chile; gracias por estimularnos a tratarnos de compañeras y compañeros, porque de verdad lo fuimos; gracias por privilegiar a los niños con ese medio litro de leche; gracias por ese maravilloso sueño hecho realidad que fue la editorial Quimantú.
Pero, sobre todo gracias por creer en esa humanidad, que nos mantiene vivos y luchando, generación tras generación, por recuperarla.
Se preguntan por qué en Chile no se sanan aún las heridas cuando en tantos países se sanaron tanto más rápido. En Chile no se sanan porque aquí, además, se mataron los sueños. Recién estamos tantos soñando otra vez
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