Nacen por capacidad de reacción y sobreviven por capacidad de redacción, son las revistas; publicaciones que han acompañado las vidas de millones de personas, de manera silenciosa y a la vez imprescindible. Hace unos pocos días, la UDP acogió una singular congregación de esos seres extraños que somos los creadores, redactores, ilustradores o editores de revistas, con motivo de la presentación de un libro que pretende nada más que narrar "Una historia de las revistas chilenas", escrito por Cecilia García Huidobro y Paula Escobar.
Paula reconoció que su afición nació de su abuelo que la acribillaba semanalmente con Pequeñas Lulú y Archies mientras él también devoraba las propias y ... las coleccionaba. Cecilia nos desafió a tomar el testimonio y escribir nuestra propia historia de las revistas. Es lo que intento a continuación.
Cronológicamente, aparecen por primera vez en las vacaciones infantiles de verano en el campo, en casa de unos primos que atesoraban colecciones de OKey, Mr. Kirby y otras decenas de empastados que circulaban noche a noche en las cercanías de las palmatorias que nos entregaban mortecinas luces de velas. Las complementábamos con pequeñas historietas creadas por nosotros mismos en cuadriculadas hojas de cuadernos Colón. Más tarde, las colaboraciones en La Revista Escolar, antecedidas por sesudas crónicas en diarios murales, uno de los cuales llegué a dirigir: El Independiente.
Ya en la universidad, creamos, con Sergio Marras, una innovadora publicación llamada La Sexta Experiencia que se caracterizaba -impresa a mimeógrafo- por no tener corchetes ni una numeración preestablecida: sus creativos textos estaban desperdigados a interior de un sobre y podían ser leídos en cualquier orden. Embebidos en las luchas universitarias, participé en una revista de nombre impresentable pero correcta en su misión, corría el año 1968 y ya habíamos dicho ¡Basta! sólo quedaba pendiente la segunda parte: "El Echado a andar" se llamó el pasquín.
La fortuna o la adicción de respirar revistas, me llevó a trabajan en las dos empresa que más títulos de este tipo han editado en Chile: Quimantú y Editorial Andina. La primera me acercó a la audaz experiencia de Cabrochico; al inverosímil proyecto de Juan, la revista juvenil obrera, totalmente manuscrita (sí, las letras de molde eran burguesas); el resonante éxito de Paloma y La Firme; el paso sin mayor huella por el periodismo nacional de Ahora y de Mayoría; la juvenil Onda de la inolvidable Diana Aarón; la seriedad de Hechos Mundiales y La Quinta Rueda, y la desbordante variedad de las historietas Q como El Manque, el Intocable o el Dr. Mortis.
Andina, en los años de dictadura, me enseño a vender Vanidades, Buenhogar, Ideas, Tú, Harper's Bazaar, The Ring, Hombre y Mecánica Popular. Conocí así cómo Ricardo Larraín "desabollaba" spot realizados en Miami para dejarlos aptos para la TV local y Jaime de Aguirre componía en un dos por tres jingles idénticos pero absolutamente diferentes para tres revistas femeninas distintas.
No obstante, mis verdaderas creaturas son cuatro: Apsi, La Época semanal, Literatura y libros y Solidaridad. Dos de ellas, de aquellos engendros llamados suplementos, ese tónico con que el revistismo fortalece a los diarios, en especial los fines de semana. La Época necesitaba -a juicio de Emilio Filippi, su Director y fundador- una revista a colores a la usanza de El País semanal, capaz de soportar esa marejada de avisos a colores que, en formato revista, nos aguardaban ansiosos en las agencia publicitarias para financiar el naciente diario.Lo que ignorábamos ambos era que esas mismas agencias vivían de comisiones que cobraban a empresarios que no estaban dispuestos a que nuestros sanos propósitos se realizaran. Ganaron ellos -una vez más- y terminé imaginando un suplemento mucho más modesto, en blanco y negro, formato y papel diario, sin ninguna ambición publicitaria: Literatura y Libros. La principal huella que dejó fue impulsar a El Mercurio a fundar su Revista de Libros que aún hoy subsiste, acogido en las páginas de Artes y Letras.
Solidaridad era el Bole, el Bole era el boletín de la Vica, la Vica era la Vicaría de la Solidaridad, fundada por el señor Cárdenas, que a su vez era EL Cardenal. Su enorme protección eclesiástica, la de don Raúl Silva Henríquez, respaldaba los devastadores reportajes sobre la situación de los derechos humanos en nuestro país que debían, eso sí, culminar con esperanza: "No sólo denuncia, también anuncio". Muchas veces esa segunda parte era más costosa de descubrir en medio de la negra noche que nos asolaba como país.
Apsi, muy bien reseñada por Cecilia y Paula en su libro, fue la primera revista creada post golpe militar, siguiendo las reglas de la censura previa que regían en 1976, padeciendo luego el vértigo de la autocensura y culminando, al menos en mi caso, con las constantes citaciones de los censores de carne y hueso. La dirigí durante 105 ediciones, hasta que DINACOS me dijo basta, en vivo y directo.
Como estos recuerdos, las revistas tienen esa maravillosa condición de ser coleccionables. De hecho, sus empastados ocupan importantes extensiones de la biblioteca familiar, dónde conviven con tomos de Hoy, Clan, Chile Hoy o La Época Dominical. Cada ejemplar de esas coleccione es un ente acabado, a diferencia de otros medios como los diarios, las radios, o los sitios web que son abiertos y "en desarrollo", cambian con los goles o las segundas ediciones. Una revista es un producto tan acabado como bien concebido. Sus editores son por ende autores de mundos que consideran múltiples variables como el texto, su ilustración, su diseño, los titulares, la portada, incluso los "ganchos" que la sostendrán en los quioscos.
Quizás por eso esa reunión de pares que recibió la obra de Cecilia y Paula valoró como pocos lo complejo que resulta, además, intentar una historia de esa pasión que se requiere para hacer una revista. Y que se plasmó en un libro notable, en forma y fondo. Que también es de colección.
Comparto tu pasión por las revistas y el paso por algunas de ellas, como el Bole de la Vica en su última etapa. Y antes, mucho antes, en una revista femenina que se llamó Amiga para terminar, antes de la deblace que cayó sobre nuestro país, en la Paloma, proyecto que como muy bien dices, fue un éxito editorial que sólo el golpe frenó.
ResponderBorrarGabriela Meza