17 noviembre 2010

LOS GORDOS, POMPEYA Y LA CULTURA


“Por primera vez, el mundo acoge a un número de obesos superior al de quienes padecen de hambre”. La frase es impactante. Y nuestro país contribuye con entusiasmo a esta nueva calamidad. Una simple mirada a los pequeños comercios que pueblan nuestras calles permite apreciar que la gran mayoría son expendios de golosinas, refrescos, dulces, quequitos, superochos, sopaipillas y toda una vasta gama de productos que se consumen masivamente en el metro, los cines, las veredas, reemplazando desayunos domésticos, colaciones escolares y comidas elaboradas en casa. Una segunda colección de comercios –en cantidad- son las farmacias, que sin ignorar algunas chatarras como las mencionadas, proveen a los eventuales intoxicados de paliativos ad hoc para seguir comiendo. Y mucho. Pareciera que engordar al prójimo es más rentable que hacerlo fumar, sin restricciones ni envases amenazantes.

Desafortunadamente los excesos tragones no son los únicos que asolan nuestra sociedad. Hay desmesura en las manifestaciones post deportivas, se gane o se pierda; en las gruesas paredes milhojas de carteles pegados uno sobre otro que no sobreviven más de una noche anunciando    conciertos rock & pop; hay excesos de publicidad en diarios gordos de insertos y flacos de contenidos; hay excesos de goles internacionales mientras estamos vedados a los goles locales que se pueden ver sólo en canales de pago que –hemos sabido- pertenecen a los mismos que fomentan las barras bravas que desaconsejan ir a los estadios. Para qué si se pueden ver en la tele, cómodamente sentados y… comiendo. Un implacable círculo grasoso que lleva a que hoy más chilenos pueden morir de gordura que de hambruna.

¿Pueden estos excesos llegar a afectar a la cultura? ¿Llegaremos a la oferta de espectáculos masivos supuestamente culturales que engordan pero no alimentan? ¿Existe el riesgo de este efecto en los conciertos de "música de películas” que no es la música ni pasan la película pero son formidables en “agregados” publicitarios?

Evidentemente no ocurre así, pero debemos tomar precauciones. Bien, muy bien por las empresas que brindan espectáculos culturales gratuitos o de “farándula de altura” como graficó Cristián Warnken en un almuerzo en una de ellas, pero que están conscientes de que éstos entretenimientos forman parte de programas de responsabilidad social hacia la comunidad que los acoge y que deben dar preferencia a las ciudades cercanas a sus explotaciones –como Antofagasta, en el caso de BHP- luego favorecer a quienes habitualmente no acceden a tales manifestaciones –por ello el Estado exige gratuidad y se hace parte en un 50% a través de excepciones tributarias -, finalmente solicitar a las audiencias que hagan un gesto de interés por lo ofrecido: retirar Invitaciones con antelación y en número limitado, como ocurrió con Celfín en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, ante el concierto de Itzhak Perlman.

Con estas reservas podremos recibir espectáculos tan potentes como los  de los últimos días, pero no debemos bajar la guardia. Verificar que estas reuniones multitudinarias no deriven en actos vandálicos, que no se permita la reventa de entradas, que estén vinculados a espacios culturales con experiencia, como el Teatro Regional del Maule, en el caso de la Ópera de San Carlo de Nápoles.

Pero, sobre todo, que no se pierda la motivación maravillosa de los actores principales: los músicos que, como reveló Salvatore Caputo, el director del coro del teatro napolitano nació mucho más de la presencia de una bandera italiana esgrimida por un puñado de integrantes de la colonia porteña que de cualquier otro estímulo y que ocasionó un inédito “O sole mío” cantado a todas las voces a pesar del contundente frío de la noche de Valparaíso.

Lo que complementa ese singular entusiasmo –agregó Caputo- fue otra bandera, la chilena, que ondeó en la noche de Italia el 30 y 31 de julio cuando Inti Illimani histórico, Beto Cuevas, Jorge González, Francisca Valenzuela, Isabel Parra, Claudia Acuña y Denisse Malebrán, en conjunto con la orquesta y coro del Teatro San Carlo, de Nápoles, se presentaron en el Teatro de Pompeya homenajeando a Víctor Jara y Violeta Parra.

De seguir en esta línea, no habrá morbidez que valga y la cultura de allá y de acá se nutrirá sólo de contenidos inspiradores. Sin grasa.

Así sea.

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