Como los sinceros hombres de paz, aquellos que han conocido la guerra, un soldado chileno llamado Leandro Navarro publicó, en 1909, un libro que devino en clásico para que, como reza la Advertencia con que lo inicia: “la raza araucana no nos sea indiferente a nosotros, los chilenos, por sus gloriosas tradiciones históricas y por lo indomable de su carácter, del cuál nos vanagloriamos ser sus descendientes”.
El académico mapuche José Ancán, Máster en Antropología en la Universidad de Barcelona, al presentar, en 2008, la re-edición de la Crónica militar de la conquista y pacificación de la Araucanía de Navarro, señaló que en este libro encontró una especie de símil de La Araucana de Alonso de Ercilla; "Esta vez, eso sí, no hay héroes homéricos ni hazañas grandilocuentes narradas en octavas reales. Navarro, soldado en campaña lo mismo que don Alonso, registra y narra en detalle la empresa, en el aséptico estilo de los informes y memorias militares, en el que además queda de manifiesto una nueva dimensión del engaño y permanente doble discurso en relación a los mapuche".
"Un siglo después -agrega Ancán- la realidad es contradictoria- La Araucanía histórica: el ngulu mapu, la parte occidental del antiguo wall mapu, es parte efectiva del territorio nacional chileno, pero es un territorio que hasta ahora no podría decirse en propiedad que se encuentre completamente "pacificado" según la lógica militar donde el verbo pacificar es un sinónimo de asimilar. Existen deudas pendientes en esas tierras y el contenido del texto, aunque no fuera su intención original, es la mejor guía posible para tratar de entender -para unos y para otros- dicho fenómeno".
El autor fue un fiel exponente de un país que pasó su primer siglo de vida en guerra. Aunque nació después de las guerras por la Independencia, en la mitad del siglo XIX, el 13 de marzo de 1850, gran parte de su existencia transcurrió bajo banderas de lucha: la Guerra de Arauco, la Guerra del Pacífico y la Guerra Civil de 1891 las vivió como militar profesional, sufriendo las amarguras de la victoria y de la derrota, hasta ser borrado de los registros del Ejército en el que sirvió 26 años, fruto de la “hecatombe” de los acontecimientos políticos de 1891, como él mismo califica a la circunstancia que, con la derrota de Balmaceda, llevó al fin del “Ejército antiguo” y el nacimiento del nuevo.
Navarro triunfó en el desierto y la sierra peruana y fue condecorado por ello; penetró varias veces en territorio mapuche y tomó sustanciosas notas de esa gesta; acompañó a su ejército en el respaldo al Presidente constitucional y fue testigo de la rendición de las tropas balmacedistas de la guarnición de Santiago ante el General Baquedano.
Cuando llegó la paz que trajo el siglo XX, quiso dejar testimonio “próximos a celebrar el centenario de nuestra independencia” en un libro de crónicas que “sirvan algún día como apuntes al verdadero historiador”.
Eso quedaba claro desde la primera copia que barrunté, en una librería de viejo de Providencia, pero me estimulé a conocerlo más en 2006, en una conversación con José Bengoa. El antropólogo afirmó que conocía perfectamente la obra, que la había citado más de una vez en sus libros, que el autor fue uno de los pocos oficiales profesionales chilenos, que formaba parte de un grupo de militares laicos, partidarios de una colonización diferente a la entregada previamente a los misioneros católicos o a la de “tierra arrasada”, practicada hacía poco en el norte del continente americano.
Al respecto, en el Capítulo III de la Primera Parte, titulado Planes de Conquista en el territorio araucano año de 1861, el autor señala que: “Los proyectos que habían fijado la atención de estadistas y militares eran tres: 1° Reducción por medio de la difusión primaria y de la religión con escuelas y misioneros. 2° Ocupación del territorio exterminando violentamente a sus habitantes. 3° Reducción por medio de adelantos progresivos de líneas de fronteras. El 1°, puesto en práctica desde los tiempos coloniales, no ha dado resultado alguno, pues el indio se ha acostumbrado a mirar al misionero simplemente como un hombre bueno, pero sin influencia para obtener sus principios de libertad y como mediadores o parlamentarios con la autoridades chilenas. El 2° proyecto, las razones de humanidad que aconseja la clemencia, no permitía lata discusión, por más que se hiciera valer el ejemplo de Estados Unidos. El 3° proyecto, avance sucesivo de líneas de fronteras, hasta llegar a la línea de Toltén, que nos separaba de la provincia de Valdivia, trayendo como consecuencia al fin la incorporación al territorio de la República fue el que como era natural, tuviera más adeptos. Este era el desiderátum que patrocinaba con tanta vehemencia el coronel Cornelio Saavedra”.
Dicha estrategia no estuvo exenta de lacras. Hacia finales de la primera parte relata cómo "uno de los temores que inspiraban al soldado más terror que las lanzas de los indios en esas campañas era la picada tan frecuente de la araña de vientre colorado, el único insecto venenoso que tenemos en Chile y que felizmente, tal vez debido al cambio climático de esta zona casi podemos decir ha desaparecido".
"Pero, en cambio -agrega- hemos adquirido otro insecto mucho más venenoso, por los males que ha infiltrado a la constitución de la propiedad rural de la frontera, el tinterillo". Estos sujetos se aprovechaban de la facilidad legal (Ley del 2 de julio de 1852, modificada el 14 de mayo de 1853) para que los indígenas pudieran vender tierras a los particulares y que trajo consigo "las más escandalosas defraudaciones en que el tinterillo tenía amplio campo en que ejercer su oficio, explotando la ignorancia del indígena para hacer surgir un semillero de pleitos".
Indagando en la vida de don Leandro, descubrí que además de publicar el libro, ya forzosamente retirado, tuvo una “sobre vida” vinculada a la gestión cultural, primero como director en el Museo Histórico Militar y luego en el Museo Histórico Nacional, como director de la Sala Militar, trabajo en el que lo sorprendió la muerte, el 24 de abril de 1918.
Entonces recibió honores. Los apedreos, tan frecuentes en casas de balmacedistas, se habían convertido en aires marciales. Finalmente, el Ejército reconoció al oficial que había dedicado su vida a su servicio, a narrar la historia del conflicto de Arauco y a la preservación del patrimonio.
El libro había nacido en la etapa dura de militar derrotado y degradado a la vez. Fueron tiempos de sobriedades y de investigación, de viajes a Victoria a visitar a la familia de su esposa, doña Corina Sanhueza, viuda del General Umitel Urrutia, fallecido en la sierra peruana, y de reconstrucción de los capítulos no vividos de la Guerra de Arauco.
Entre ellos, destaca un párrafo desolador que el municipio de Villarrica mantuvo hasta hace pocos meses en su página web como un clásico de la historia del ingreso de las tropas chilenas a esa ciudad, hito que marcó el fin de la Guerra de Arauco y del que Navarro fue testigo:
“Al salir de esta montaña, se entra ya a la antigua Villarrica...Un silencio lleno de misterio evoca los recuerdos de la Historia. Lo que fue la ciudad parece no haber tenido más de 20 manzanas, que manifiesta no haber sido mui poblada, porque se advierten perfectamente los edificios cuyas murallas arruinadas conservan aun hasta 2 i más metros de altura... El largo transcurso de cerca de 3 siglos a que fue reducida a cenizas por los araucanos ha dado lugar para que todo el local que ocupó se haya cubierto de una gruesa i espesa montaña… Efectivamente, ese fue el último día del gran problema araucano i la caída de su última guarida de esa raza heroica que hizo tantos esfuerzos por mantener su independencia".
Han pasado más de cien años y cuatro generaciones desde la primera publicación de la Crónica... (afortunadamente hay una edición 2008 de Pehuén) no obstante, recientes sucesos hacen ver que tenemos todavía mucho que aprender del pueblo mapuche y de nuestra historia común, dolorosa y potencialmente provechosa.
Como por ejemplo, saber vivir en una sociedad multicultural.
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