Silenciados los tiros, los puñados de dólares, los avemarías en la selva paraguaya y el paraíso en cinemascope, el maestro Ennio Morricone ha partido y lo que queda es el público. El gran protagonista de este fenómeno no fueron los misioneros jesuítas ni los malos, buenos y feos del oeste con sabor italiano, fue el público chileno.
Efectivamente, como lo comentamos en este mismo blog hace unos días, a propósito de Viento Blanco en el Teatro Municipal, las audiencias chilenas se hacen notar cada vez más. La metáfora es muy clara, mientras nuestra TV presentaba en sus noticiarios, en audio, la música incidental de Morricone, las imágenes mostraban grupos de personas felices por haber obtenido su entrada gratuíta vía Internet o en el Centro Cultural Estación Mapocho -unas 15 mil personas así lo hicieron- u otros grupos, más pequeños, frustrados por no haber podido acceder a invitaciones.
Los días del concierto, nuevamente las imagenes que acompañaban a la música de tantos filmes inolvidables (¿los filmes o la música?) eran del público que entraba acelerado o que no podía ingresar con la facilidad que hubiese esperado.
La pregunta es ¿cómo se podía prever el interés que despertó la presencia en concierto del músico italiano? ¿Cuál es su público objetivo? ¿Los cien mil contactos que reconoció la intenet de CELFIN Capitales? ¿Los diez mil que fueron a la Estación Mapocho? ¿La suma de ambos? Imposible de prever si los conciertos son gratuítos, porque no podemos distinguir aquellos que intentan asistir por su aprecio al artista de aquellos que desean aprovechar una gratuidad, cualquiera esta sea.
Pero, existe un mecanismo que es capaz de regular esa demanda de las audiencias. Se llama mercado y no podemos asumir que los ajecutivos de CELFIN lo desconocen. ¿Por qué entonces se arriesgan a esta incertidumbre? Sencillamente porque la Ley de Donaciones Culturales se lo exige. Es decir, cuando una empresa desea financiar -para celebrar su vigésimo cumpleaños en este caso- un espectáculo o proyecto cultural, descontando algo más del 50% de sus impuestos, las entradas a tal espectáculo, deben ser gratuítas.
Visto de otra manera, todos los chilenos, incluídos los más pobres, dejan de beneficiarse con los impuestos que la empresa deja de pagar porque hace un espectáculo acogido a la llamada ley de donaciones. Por otro lado, muchos chilenos que estaban dispuestos a pagar una suma de dinero por escuchar en vivo y directo a Morricone, su orquesta y el coro de la U de Chile, no pueden hacerlo. Es decir, gente que puede y QUIERE pagar por un espectáculo no puede hacerlo. En cambio, todos los chilenos estamos pagando -por la vía de no recibir los beneficios que llegarín por los impuestos que el fisco recauda- las entradas de personas que podrían pagar su entrada.
Esta importante ocasión artística que trajo a Morricone nos ha dejado además la lección de que la Ley de Donaciones ha quedado obsoleta. Fue aprobada en junio de 1990 cuando los privados ni soñaban con hacer este tipo de aportes a la cultura y cuando los espectáculos masivios -gratuítos o no- eran escasos.
Hoy, afortunadamente, y merced al éxito de las políticas culturales aplicadas por los sucesivos gobiernos de la Concertación, los espectáculos masivos son frecuentes, los espacios culturales se han multiplicados y los aportes de grandes empresas a la cultura son considerables (pensemos sólo en los más recientes Morricone y CELFIN; Alegría del Cirque du Soleil y el Banco de Chile; BHP Billiton y FITAM).
Fruto de ello es que se han creado audiencias para las artes del espectáculo, conocedoras, con capacidad de pago y ... exigentes. Por tanto, ha llegado el momento de que se aplique también a la Ley de Donaciones el principio del financiamiento cultural mixto. Es decir, fruto de la combinación de aportes públicos, de empresas y del público.
La Ley, a contar de esta experiencia reciente, debiera reconocer la posibilidad de que parte de la invitaciones a eventos que ella aprueba sean financiados por el propio público, conservando desde luego otra parte que sea gratuíta orientada justamente a aquellos que no puedan pagar y que están dispuestos a hacer un gesto como ir a retirar las invitaciones a un espacio cultural reconocido. De este modo, los estímulos tributarios a las empresas, irán a formar nuevas audiencias que más tarde seguirán ocupando pantallas y fotografías de diarios porque la noticia será que nuevos públicos se agregan al disfrute cultural de un país que ha demostrado que se merece tener altos índices de consumo no sólo en los super mercados.
Cualquiera sea la música que esté sonando.
La ley de donaciones deberia tambien exigir funciones gratuitas en regiones, ya que los grandes beneficiados simpre es el publico santiaguino ya que las grandes empresas que por lo general tienen sus casas matrices en la capital. Realizan sus eventos alla. Es solo una observacion
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