06 mayo 2022

¿CUÁNDO NOS DIVORCIAMOS DE LA EDUCACIÓN?


 

Históricamente, los legisladores de nuestro país, concibieron a la cultura hermanada con la educación. Así, las dos instancias que se ocupaban de ella en el Estado, se relacionaban con el Presidente de la República a través del Ministerio de Educación: la Universidad de Chile (desde su instalación en 1843) y la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (desde su creación en 1929). Con el paso del tiempo, hoy tenemos dos ministerios que poco dialogan y las consecuencias están a la vista. ¿Qué nos pasó?


Se puede afirmar que este proceso de distanciamiento comenzó con la dictadura que asoló Chile entre 1973 y 1990. 

Al momento del golpe militar se seguía viendo a la cultura estrechamente relacionada con el Ministerio de Educación. De hecho, el Presidente Allende traspasó el edificio construido para acoger la UNCTAD III, a Educación, para establecer allí el Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral; también dejó en manos del Instituto de Arte Latinoamericano de la Universidad de Chile, las valiosas obras de arte donadas para el Museo de la Solidaridad.

Con el golpe militar comenzó una persecución despiadada al mundo de la cultura, desmontando lo que se había construido: la Universidad de Chile se fraccionó dramáticamente, la DIBAM redujo sus presupuestos y el modesto departamento de Extensión Cultural del MINEDUC se limitó a administrar elencos estables que ornamentaban actos oficiales. 

Por otra parte, la educación básica comenzó a ser municipalizada y se estimuló la creación de universidades privadas.

Todo lo cual fue fomentando un distanciamiento del mundo cultural del Ministerio de Educación.

En ese marco, surge la necesidad de crear una nueva institucionalidad cultural. 

El destacado rol que jugaron creadores e intérpretes en la Campaña del NO, en 1988, hizo que éstos tuvieran una voz inédita en nuestra sociedad. De este modo, desde ese mismo momento comenzaron a discutirse -en dilatadas y concurridas sesiones en La Casa Larga- los términos que debería tener tal institucionalidad. Muy pocos hablaban de ministerio. Se aspiraba a una entidad participativa que resolviera, colectivamente, las políticas culturales y la asignación de los recursos que el Estado Democrático pondría a disposición de la cultura y las artes.

Se fue avanzando, paulatinamente, en esa dirección con un Fondo del Libro y la Lectura; una ley de estímulos tributarios; infraestructuras culturales gobernadas por corporaciones presididas por el Ministro de Educación, y un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, con presencia de dicho ministerio y personas representativas del patrimonio.

Hasta que, en un paso atrás que estamos pagando, se creó un Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio -iniciativa en la que participaron dos gobiernos de distinto signo.

El hecho es que hoy tenemos un ministerio débil, con autoridades que no le han dado -quizás no pueden- la dignidad que merece y que incluso se fragmenta en su interior y duplica funciones que deberían potenciarse. Por ejemplo, las bibliotecas dependen de una subsecretaría y el Consejo del Libro, de otra. Los Premios Nacionales se dividieron entre unos que sigue entregando Educación y otros que asigna Culturas.

Mas allá de estas formalidades, se ha trazado una línea divisoria entre dos valores que se hermanan: la educación formal y la educación informal, la cultura. Y se sugiere un divorcio imposible entre lo que constituye la base de ambas: el libro.

Como señala la profesora de Harvard, Doris Sommer, recordando al mexicano José Vasconcelos "educación y cultura son mente y corazón", se necesitan y complementan. Recuerda que, como secretario de educación, Vasconcelos estimuló el movimiento muralista (que tanto hemos disfrutado en Chile) y la construcción de edificios públicos para la difusión de la cultura, como escuelas, museos y bibliotecas.

En 1922, siendo Secretario de Educación de México, Vasconcelos, invitó a Gabriela Mistral a colaborar en las reformas educativas de su país; el presidente chileno Arturo Alessandri dijo que “había otras chilenas más inteligentes y dignas de ser invitadas a semejante labor”. Vasconcelos, en un telegrama, respondió: “Más convencido que nunca de que lo mejor de Chile está en México”.

Qué mejor demostración de la mutua necesidad del matrimonio entre cultura y educación, amalgamadas por el libro y la literatura, encarnado en nuestra Premio Nobel.

Hace falta recuperarla. 

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