13 junio 2018

LA REINA ISABEL Y EL CRISTO DE ELQUI CANTAN



El día era frío, exactamente el día del graupel, fenómeno que no es lluvia, no es nieve, ni granizo. Pero más bien lo recordaré como el día que presencié -disfruté- la ópera El Cristo de Elqui. La que con certeza ES ópera y de la buena. Además de chilena por los cuatro costados. Fenómeno tan poco frecuente como el graupel.


El teatro Municipal no estaba lleno y sus ejecutivos decidieron (extraordinariamente) iniciar el espectáculo con diez minutos de retardo... por los afectados del clima. La prensa había generado (así como la nevazón) expectativas de que parte del público se retirara al intermedio. Otro fenómeno frustrado.

Pero lo que ocurría en el escenario fue notable: una pareja de obispos -sin las barrigas clásicas- montando triciclos bien provistos de alimentos y vino en un coqueto canasto posterior, concurrían a una entrevista con el Cardenal (¿monseñor José María Caro?) Cal y Canto. El tema de la bien provista cumbre era un impostor que predicaba en la pampa nortina presumiendo ser Cristo. Seis meses dió el purpurado a los golosos obispos para estudiar y resolver la situación.

Luego la escena se traslada al territorio donde desarrolla su ficción Hernán Rivera Letelier, el escritor que jamás ha visto una ópera. Pero, sobretodo, el espacio donde campean entrañables personajes como la Reina Isabel, Ambulancia o Magalena, que coronan un prostíbulo de aquellos, que ofrece a los resecos mineros incluso servicio del baile del caño, interpretado por una esbelta figurante del ballet municipal.

En ese salado contexto se enfrentan las fuerzas del mal y el bien (usted dirá cual es cual): la iglesia y el predicador impostor, muy bien ambientado por una notable ranchera interpretada, guitarra en mano, por Evelyn Ramírez (la Reina Isabel). 

De la algarabía -como toda ópera- se pasa al desgarrador entierro de la Reina, en una escena ambientada en toda la amplitud de nuestro desierto, que permite una licencia: el poeta Mesana hablando las virtudes de Isabel, en boca del actor Francisco Melo.

Recitado que solo resalta las magnificas performances del coro y la orquesta del Teatro Municipal.

Al igual que el Cristo original, supuestamente reemplazado por el impostor del Elqui, la Reina resucita y revierte la aparente victoria de la ¿santa? alianza entre el sacerdote y la policía, fuerte y monótona defensora de la trilogía "orden, moral y propiedad".

Luego de esa victoria de prostitutas y mineros, la escena se sitúa en la estación Mapocho, donde arribaban los trenes del norte: "el impostor viene a la capital, como Cristo fue a Jerusalem"... se queja el Cardenal quién lo espera en los andenes, frente al pueblo de Santiago, leyendo una carta condenatoria.

El Cristo elquino llega montado en la luz  de una potente locomotora y allí se produce el enfrentamiento final. 

Queda la sensación de que, de la mano de Frédéric Chambert, la ópera chilena a ha llegado al teatro que él mismo identificó como Ópera Nacional de Chile no bien asumir su puesto, y llega por la puerta grande. Hay un extraordinario trabajo del guionista, Alberto Mayol; el compositor, Miguel Farías; Patricio Sabaté, el Cristo; Yaritza Véliz, Ambulancia y todo el elenco, coro y orquesta incluidos.

Resta que el público tradicional y nuevo de la ópera acoja esta producción y, junto con los esfuerzos que se hacen a nivel legislativo, se avance en una nueva fase de la ópera en el país.

Hace mucha falta. El talento está.

Y es justo que sea estimulado en el próximo Consejo Nacional de las Artes Escenicas.

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