07 abril 2017

REFLEXIONES SOBRE UN PROGRAMA CULTURAL


Los tiempos electorales incitan a reflexionar sobre los principales aspectos a considerar en un posible programa de los aspirantes al voto popular en el campo de la cultura o las culturas. Lo primero, es considerar que el CNCA está trabajando en la actualización de las políticas vigentes, dentro de los mecanismos que su ley le otorga. Más allá de la natural contribución en ello, hay algunas inquietudes transversales respecto del "estado del arte" -literalmente- relacionadas con cuatro aspectos que podrían contribuir a un debate más amplio: gratuidad, lenguaje, individualismo y filantropía.


Comenzando por un diagnóstico de lo existente, se ha llegado a un punto de inflexión o cercano a él. Existirá pronto un Ministerio; se completarán -pronto- las infraestructuras necesarias para acoger la vida cultural; existen, bien o mal, mecanismos públicos y privados -menos- para financiar esta actividad; existen o están en vías de renovarse, políticas sectoriales elaboradas con amplia participación; hay conciencia de que se requiere una cultura inclusiva de pueblos indígenas, minorías sexuales, grupos de patrimonialistas, migrantes... además de los ya incluidos en ellas. Puede decirse que estamos cerrando un ciclo... y abriendo otro.

El ciclo que se cierra no ha logrado instalar "la cultura en el centro del desarrollo", como se aspiraba a comienzos del siglo XX y se logró, simbólicamente, con la instalación de sendos centros culturales en espacios históricos: el Palacio de La Moneda, emblema del poder político; el GAM, en el edificio que reúne el sueño de Allende con la posterior usurpación dictatorial, y la Estación Mapocho, creada para el Centenario y puerta de entrada a la capital de Chile en tiempos del ferrocarril.

Sin embargo, no bastaron para que la cultura dispute, a la fecha, espacios simbólicos -comunicacionales, institucionales, sociales- con la economía, la salud, la educación, la previsión social, las relaciones internacionales o la política. Se ganó la batalla por la infraestructura, agregando centros culturales regionales; otros en ciudades mayores a los 50 mil habitantes y, más recientemente, en localidades más pequeñas, pero se perdió la batalla por la superestructura.

La cultura no está presente en el imaginario -como las AFP, la educación superior, algunas enfermedades complejas- ni en los sueños cotidianos. Sus figuras emblemáticas no se mencionan en los listados de los eventuales candidatos, que si llevan humoristas, gente de la farándula, deportistas o comunicadores. La entrega de Premios Nacionales no es motivo de algarabía popular y los creadores destacados universalmente deben esperar centenarios u otras fechas notables para ser redescubiertos.

El Metro de Santiago está haciendo un esfuerzo por instalar en sus estaciones lugares de privilegio para músicos seleccionados, que debieran ser bienvenido por los atribulados pasajeros.

El esperado debate sobre un canal de TV cultural, terminó absorbido por la necesidad -comprensible, pero muy diferente- de capitalizar Televisión Nacional en un mundo en que grandes consorcios han comprado los canales de TV abierta, originalmente universitarios.

Las figuras culturales y sus autoridades ni siquiera son "carne de encuestas", sólo de puzzles.

¡A qué seguir!

En definitiva, el alma de una nación, como ha sido definida la cultura, no está completamente presente en el cotidiano, metáfora de una sociedad cada vez más individualista, codiciosa y despreocupada de los demás.

La sola afirmación "recuperar el alma de una nación" debiera ser suficiente para que todos valoráramos las artes, el patrimonio y la cultura. No ha sido así.

¿Cómo lograrlo?

En primer lugar, volver a valorarlos, recuperar la idea de que la cultura es valiosa y cuesta. La gratuidad ha situado a las artes y el patrimonio en el terreno de lo fácil, lo barato, lo banal. Las cifras demuestran que el no pago de los museos anunciado en el presente gobierno no ha aumentado sustancialmente las visitas a estos ni menos la calidad de los mismos. La cultura debe ser buena, no gratis. De hecho, la ciudadanía está dispuesta a pagar grandes sumas por espectáculos de calidad, como lo demuestran recitales de música rock y notables obras escénicas, cada verano. Tradicionalmente se ha pagado por libros, cine y fonogramas y sus compradores valoran lo recibido, sin pensar que debieran ser regalados. ¿Trabajaría usted gratis? suele preguntar un conocido autor al profesional que le pide, como obsequio, sus obras.


Una segunda constatación es la derrota en el lenguaje, reflejada en haber despejado el camino al concepto de innovación por sobre el más apropiado término creatividad. Aquella, además de ser una moda, tiende (según la moda) a asociarse con lo joven y descarta el aporte de otras generaciones. Sugiere, además, que todo debe ser sujeto de innovación, algo así como "la revolución permanente" de Mao. El cambio por el cambio. La creación es un proceso más complejo, que considera que no todo debe recrearse siempre. Un creador es capaz de reconocer lo clásico, que es permanente, inspirador y no debiera ser innovado. En la capacidad de distinción entre ambos hay implícito un acto de creatividad. Innovación suele ser la aplicación que hacen los emprendedores de lo que otros crean. Por tanto es un proceso diferente a la creatividad. Sin creadores, no hay innovadores, pero sin innovadores, si hay creadores. La cultura se caracteriza y se nutre de estos últimos.


Un tercer aspecto es la sobrevaloración, en las políticas públicas y en especial los fondos concursables, de la individualidad del artista y su proyecto. Lo que no es erróneo, pero insuficiente; debe ir acompañado del estímulo al trabajo grupal, de equipo, de alianzas mixtas creadores/gestores/espacios. Es preciso profundizar el otorgamiento de fondos públicos a elencos profesionales, como ocurre desde hace poco con las orquestas regionales y a las otras instituciones colaboradoras, agregando un fondo de confianza en las entidades tradicionales que han sido capaces de administrar grandes espacios y serán por tanto capaces de asignarlos a compañías artísticas sin la intervención directa del Estado. En esta línea se inscribe la idea de crear un Consejo Nacional de la Infraestructura y la Gestión.


El cuarto punto es estimular la filantropía. No calza el alto porcentaje de fortunas y de millonarios que detenta nuestro país con la baja valoración que tiene el que éstos hagan donación de ellas para devolver en parte lo que la sociedad les ha permitido. Es evidente que esta situación sólo la pueden revertir los propios detentores de la riqueza. El Estado se preocupa de que no se utilice este mecanismo para evadir impuestos y no de estimular donaciones generosas. La ciudadanía debe estar alerta para reconocer adecuadamente cuando ello ocurra. Ello debiera incrementar fuertemente  los recursos económicos para las artes.



Ahora, si preguntamos por ejemplos de centralidad que debiera tener la cultura, podemos fijarnos en el ingenioso festival de teatro en miniatura -Lambe Lambe- desarrollado en oficinas municipales y del Registro Civil, o en la propuesta ciudadana, en Valparaíso, de cambiar el nombre de la arteria principal -donde se ubica el Congreso- por el de una figura de la cultura.

No se entienda como una medida electoral ni inmediata, sino como un prolongado debate ciudadano que haga pensar sobre el lugar que debe ocupar la cultura en nuestras ciudades, quizás su mejor resultado no sea una alteración urbana, sino una reflexión colectiva de porqué nuestras grandes figuras del arte están ausentes de los espacios donde transitan, viven -hasta legislan- las personas que son, finalmente, los destinatarios de la obra creativa.

Eso, ya sería un avance. Un debate a partir de estos cuatro puntos, sería otro.

4 comentarios:

  1. Un comentario para el debata, con respecto al párrafo "...Una segunda constatación es la derrota en el lenguaje, reflejada en haber despejado el camino al concepto de innovación por sobre el más apropiado término creatividad...".
    Me parece muy adecuada la observación. Es más. En los últimos años hemos asistido a una avasalladora invasión del mundo de la cultura con términos venidos del ámbito del lenguaje comercial y de la economía. Mercado cultural, consumo cultural, marketing cultural son algunos términos que ya nos parecen familiares y acxeptados. Se habla con naturalidad de ECONOMÍA CREATIVA. Este término, muy marketero por lo demás, permite meter hábilmente en un mismo saco a los productos genuinos de la creación artística, cuya característica es poseer junto con su carga estética, un fuerte valor simbólico y social, a la par de otros productos del ingenio humano, diseñados especialmente con la finalidad de ser vendidos, cuyo valor estético es en muchos casos precario, que carecen por completo de valor simbólico y en los cuales se privilegia el valor utilitario. Tal es el caso de los productos de la llamada artesanía industrial por ejemplo, o de los que genera el diseño publicitario o industrial, como muebles o vestuario, etc. que se equiparan alegremante con obras musicales , o literarias o de las artes escénicas sin que nadie se inquiete. Lamentablemente, el CNCA ha caído sin darse cuenta en este juego y utiliza también tranquilamente en su documentación formal y en su actividad, estos términos de manera completamente acrítica. En mi opinión, todo esto es posible porque la intelectualidad cultural chilena en su conjunto (con excepciones importantes y valientes por supuesto)y dentro de ella, numerosos artistas, está, tal como lo fomenta la visión neoliberal del mundo, preocupada únicamente de sus vidas y empeños individuales, y no le preocupa, (aunque percibe el asunto), contrarrestar en el plano de las ideas esta avalancha de términos que empobrecen y desvirtúan gravemente la cultura, privándola sutilmente de su naturaleza crítica. Yo resumiría el problema mencionado en el artículo, en pocas palabras: la derrota (de la cultura) en el lenguaje, es en gran parte producto directo de la despolitización y desinterés de participar en la vida política y en el debate crítico de las ideas, que tienen hoy muchísimos artistas e intelectuales, independientemente de la calidad de su obra. En otra época, no muy remota de nuestro Chile, los artistas no tenían miedo a levantar la voz y poner las cosas en su lugar. Muchos lo hicieron desde su propia obra creativa. Baste recordar como ejemplo, las posturas que en muchos momentos tomó Gabriela Mistral sobre temas culturales y políticos candentes y que tienen su peso en el ámbito social hasta hoy. Esa valentía, la sociedad chilena la valora y respeta. Esa valentía es la que puede poner a la cultura nuevamente en el lugar que le corresponde entre nosotros. El individualismo y el exitismo, es impotente para hacerlo.
    Desafortunadamente, una parte importante de nuestros intelectuales y artistas actuales, están ocupados solo de sus carreras y de lograr "tener éxito", máximo fin a alcanzar a como de lugar en la vida, según el ideario neoliberal. Creo que en esto radica una de las causas de que la cultura no logre tener el lugar de importancia que le corresponde en nuestra sociedad, como muchos deseamos.
    Saludos.

    Jorge Springinsfeld

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  2. Gracias, Jorge por tu enriquecedor comentario. Quizás ha llegado el momento -y el desafío- de establecer el Glosario de los términos ajenos a la cultura que han sido infiltrados en ésta, reflejando, como siempre el lenguaje, contenidos valóricos extraños e ideológicos.

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  3. Existen, de hecho, un par de estudios al respecto. Hace poco más de un año, una tesis de Magister de la U. Arcis realizó un análisis comparativo de las políticas culturales en Chile (tomado también la de Pinochet), y estableció cuanto (y con cuáles términos) la política económica permeó el dispositivo cultural... la tesis es del Magister en Cs Sociales Julio Pastén.

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  4. Gracias, Carla, por tu aporte.

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