Schloos Leopoldskron. Foto Arturo Navarro |
Para quienes convocaron al seminario mencionado, la Robert Sterling Clark Foundation y el Salzburg Global Seminar, la filantropía es un supuesto y la diversidad no es una disidencia. Es como la diversidad que se respira en Nueva York. Un tercio de los participantes eran intelectuales neoyorkinos, de origen latino, centro europeo ("tengo 2 pasaportes" señaló el Raportteur húngaro), afro-americanos, asiáticos, jóvenes brillantes de la NASA, administradores culturales, recolectores de fondos y líderes de fundaciones, todos dando su mirada y contrastándola con respeto y atención con ese mundo que existe más allá de Manhattan.
De América Latina, vista en parte como un conjunto de países de potenciales inmigrantes, en parte como mercado y en parte como aliados, estaban invitados agentes culturales de Buenos Aires, Sao Paulo, Santiago, México y La Habana (una de las escasas fundaciones privadas cubanas). De los países árabes, gestores de Egipto, Líbano, Afganistán más profesionales de África (Kenya y Zimbabwe), Australia (una ejecutiva de la IFACCA) y se sentía la fuerza emergente de los países de la zona BRIC: Brasil, Rusia, India y China. Agencias culturales de Tokio, Singapur y Hong-Kong constituyeron la presencia de Asia.
El entorno era idílico, el Schloss Leopoldskron, "pura inspiración" como establece su lema, lugar de filmación de La Novicia Rebelde. Los invitados fueron seleccionados por ellos de entre 500 antecedentes revisados, para llegar a los 53 participantes.
Los temas fueron el compromiso internacional de las artes en la relación público/privado, diplomacia cultural, la diversidad, las tecnologías virtuales y nuevos medios y la cultura ante la realidad económica. Las conclusiones fueron sustanciosas, preparadas con white papers previos, sugerentes exposiciones, comentarios y aportes en el debate.
Lo ausente fue -excepción sea hecha de China- la representación oficial de gobiernos. Subyació permanentemente el concepto de que las artes se financian desde el mundo privado, como en NY. Lo más cercano que están dispuestos a aceptar es el arms length británico o el autofinanciamiento chileno. Relevante fue la asistencia de un alto funcionario del Ministerio de Cultura chino -con un silencioso acompañante, de menor rango- que no sólo inauguró las sesiones de trabajo como primer expositor sino que se dio tiempo para explicar detalladamente la política China hacia las artes cada vez que fue interpelado y cuando estimaba que era menester, en comisiones o plenarios. Uno de los puntos claves fue que su país, como mucho otros de los presentes, no puede descansar sólo en la filantropía privada para desarrollar la cultura, el estado debe tener un rol en ello y lo puede jugar a través de las grandes empresas que son, mayoritariamente, de propiedad estatal.Dialogaron dos visiones con respeto y mutuo enriquecimiento: aquella que -desde NY- ve que es posible sostener sólo con aportes privado el gran entramado cultural que sin duda tienen y aquella que, en mayor o menor grado, debe contar con una parte de apoyos públicos.
El retorno a Chile sorprende con un aporte a estimular la filantropía publicado en revista Qué Pasa, en su edición del 27 de abril, bajo el título Se buscan héroes. Omite el texto que a comienzos del siglo XX tuvimos personalidades excepcionales, como don Federico Santa María, cuyo testamento -que adorna el ingreso a la universidad que lleva su nombre- legó su fortuna a "la necesidad de educar poniendo al alcance del desvalido meritorio, llegar al más alto grado del saber humano; es el deber de las clases pudientes contribuir al desarrollo intelectual del proletariado", aspiración que se honra hasta hoy en un campus articulado alrededor de la Aula Magna que sostiene temporadas musicales y artísticas de gran nivel.
La pregunta es qué ocurre con quienes no han seguido el filantrópico ejemplo de Santa María. Un buen número de ciudadanos, en lugar de aportar a las artes o la educación,
optan por financiar obras de caridad, movimientos de iglesias y ocasionalmente,
campañas comunicacionalmente poderosas como la Teletón.
Morir con fortuna, sin legar sus
bienes a una universidad, un museo, un teatro o una buena causa, es mal visto en el mundo anglo sajón.
Se trata de sociedades diversas, plurales, en las que los más
diversos grupos hacen esfuerzos para que sus ideas, sus principios, su
identidad pueda destacarse, conocerse y convivir con la de otros a través de manifestaciones culturales.
En Chile prima todavía en algunos sectores la experiencia
europea, reflejada en el rol jugado por los monarcas absolutos desde el siglo
XVII hasta finales del siglo XIX y el
rol de la iglesia medieval según el cuál, el deber del
desarrollo de la cultura está en manos de reyes, nobles, o pontífices. Esa
tradición nos la trajo el conquistador español y la reforzó la fascinación ante
el presidencialismo francés. Creímos, equivocadamente, que un Estado pobre y
pequeño, con una población con enormes urgencias, podía hacerse cargo del
desarrollo cultural.
Como natural de Valparaíso, me crié escuchando de la generosidad de don Federico Santa María o doña Isabel Caces de Brown, que dejaron huella en la UTFSM y la UCV respectivamente. ¿Qué aconteció después, que las fortunas se diluían en herederos dilapidadores o silenciosas congregaciones católicas que se cuidaban bien de delatar a los donantes que a su vez morían felices, convencidos de que los esperaba el cielo dado que su mano izquierda nunca supo de los cheques que firmó la derecha?
La explicación es
simple y descansa simbólicamente en el muy porteño Cementerio de Disidentes. A Valparaíso, desde su nacimiento, llegaron miles de inmigrantes extranjeros, ingleses, daneses,
suecos, alemanes, judíos, griegos, chinos que tenían una cosa en común: no eran
católicos. Ergo, no podían enterrarse en los cementerios oficiales de una
iglesia aún no separada del Estado. Crearon entonces un cementerio para la
diversidad -el primero de América Latina, dicen-, edificaron sus propios
lugares de culto y vivieron felices (llamaron Alegre al cerro que los cobijaba)
asistiendo a colegios laicos (el MacKay, el Colegio Alemán), conservando sus valores
dentro de los cuales estaba muy arraigada la idea de devolver a la sociedad parte importante de la
riqueza que ésta les había permitido obtener.
En definitiva, en el siglo XXI, hace falta una buena dosis de diplomacia de la sociedad civil y una diversidad creciente, que contribuyan a acercar realidades hasta que en todo el mundo se pueda recomendar a nuestros descendientes que un buen camino a la felicidad es donar dinero a las artes.
Con una salvedad: no debieran ser solamente donantes relacionándose directamente con los artistas quienes determinen qué manifestaciones se promoverán. Debemos escuchar también a las audiencias.
Como para seguir discutiendo.
Yo soy médica y la verdad que la paso muy bien en las conferencias o congresos que se hacen de mi rubro. Generalmente trato de ir a los de Nueva York porque es donde va más gente, y estás en mayor contacto con la cultura y la situación mundial que se refleja mucho en una ciudad tan cosmopolita como es esta!
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