29 octubre 2019

LA GRAN MARCHA, UNA LECTURA CULTURAL


Luego de la Gran marcha ciudadana del viernes 25 de octubre de 2019, se la ha comparado con aquella concentración previa al plebiscito del 5 de octubre de 1988, titulada la Marcha de la alegría. La verdad es que tal asociación se justifica plenamente por la cantidad de asistentes, ambas superiores al millón de personas, pero en términos de sus contenidos hay otros aspectos de considerar.


En términos de la actitud de los marchantes, la reciente tiene más parecido a los festejos del 6 de octubre, el día después del plebiscito que ganó el NO, pues ambas fechas tienen un fuerte contenido de celebración y de ausencia de organización ni convocatoria. Tal como la Gran marcha de Chile, a la que "hay que ir", la celebración callejera se realizó espontáneamente cuando los ciudadanos detenían sus vehículos o bajaban del transporte colectivo y bailaban en las calles, en gigantescas rondas que consideraban carabineros del tránsito y paseantes.


El 25 de octubre había una sensación de triunfo, como la del NO. La sola presencia de tantísima gente implicaba un triunfo sobre la guerra que pronosticó el presidente Piñera y sobre los violentistas que habían desbaratado el metro, supermercados y otros bienes.

El ambiente festivo y familiar fue semejante y quien fue derrotado era nítido: el dictador ("Corrió solo y llegó segundo", dijo Fortín Mapocho) un presidente y sus fantasmas pasajeros ("Declaró una guerra y la perdió", dijo tuiter).

En ambos casos, estaba la presencia de las fuerzas armadas. Un millón doscientas mil personas, con estado de emergencia y graves problemas de transporte. ¿Cómo habría sido la asistencia sin esos "pequeños" inconvenientes? 

En 1988, se había ganado un plebiscito pero la dictadura se prolongaba un año más, hasta las elecciones de diciembre de 1989, y la transmisión del mando el 11 de marzo siguiente.

Para establecer la diferencia con la marcha de la alegría, ésta tenía severos organizadores, un escenario de gran altura, millares de banderas partidistas. Y un invitado estelar: Joan Manuel Serrat que finalmente no pudo ingresar al país y su saludo ausente llegó grabado en una cassette que, a pesar del millón y algo de asistentes, pudo llegar desde el aeropuerto al escenario esgrimiendo el mensajero solamente la cassette con la declaración más simple: "con permiso, traigo un saludo de Serrat". Y las multitudes dejaban paso.

¿Se imagina que alguien -quizás el propio Serrat que había anunciado y anulado presentaciones en Chile por estos dias- hubiese querido dar un saludo el viernes 25? Imposible pues no había escenario, no había micrófonos ni parlantes, ni mucha gente sabía quién es Serrat...

Tampoco hubo, en 2019, banderas partidistas, solo de equipos de fútbol y causas transversales como la bandera mapuche o la LGBTQ+. Era la marcha de Chile, que coincidía con el grito de guerra de Colo Colo ¿Quién es Chile?... que se fundía con hinchas de la U, la UC, Fernández Vial o Wanderers.

En ambos casos, 6/10 y 25/10, hay celebración y afán espontáneo de participación. Fueron  marcha de ganadores que derrotaron a la violencia.

Acompañado de la certeza de que vendría un cambio.

Tal certeza, probablemente se reafirmaba considerando movimientos del Líbano, Hong Kong o 
Ecuador.

La lectura, entonces, de lo acontecido en Santiago el viernes pasado es la gran demanda por participación, contra los abusos y de apoyo a la democracia y al diálogo.

"No es la economía, estúpido, es la política", frase que se escuchó en los foros de TV, y que debe haber llegado hasta La Moneda pues el lunes 28 de octubre, solo horas de la gran marcha, se produjo un cambio importante de gabinete.

La ciudadanía está esperando que éste se traduzca en cambios en la dirección expresada; una defensa intransable a los derechos humanos, modificaciones en el modelo económico y contención a violentistas e incendiarios.

Mientras, seguirán produciéndose tanto nuevas manifestaciones como avances en las investigaciones policiales respecto de los autores de atentados y saqueos.

Crece la certeza que encapuchados y violencia solo lleva a la destrucción. No promueven una sociedad más justa, igualitaria y sin abusos que quiere la mayoría.

Entramos en  un proceso en el que se debe cambiar mucho; por ejemplo, -propongo- volver al voto obligatorio. 

Los cabildos, asambleas, reuniones y todo tipo de encuentros de la ciudadanía dirán qué otros aspectos se deben cambiar. 

Es de esperar que la clase política, tan denostada como aludida en estas circunstancias, sepa encontrar el camino y brindar al país tranquilidad y cambio como aquello que celebramos tan intensamente el 6 de octubre de 1988. 

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