Viví intensamente el trabajo cultural durante el Gobierno de Allende, permanecí intentando la supervivencia artística bajo dictadura y busqué intensamente establecer una institucionalidad cultural para la transición democrática. Además, procuré que ésta no flaqueara durante el Gobierno que acaba de culminar. Ahí está, integra y acicalándose para emprender el movimiento final, que complete una ubicación de la cultura dónde la soñaba Allende, dónde sin dudas la quiere la Nueva Mayoría que arropa a la Presidente Bachelet. En ese abrazo entre la Presidenta del Senado y la Presidenta de Chile se amalgama, finalmente, una misma visión del papel que debe tener la cultura en una sociedad igualitaria, justa y democrática.
Allende ponía en un mismo nivel el alimento corporal -el medio litro de leche- y el alimento espiritual -los libros masivos y económicos de Quimantú. Desde que fue Ministro de Salud del Presidente Aguirre Cerda, planteaba que la desnutrición física debía superarse junto con el analfabetismo.
Bachelet tiene entre sus planes más anhelados la reforma educacional capaz de sostener una educación gratuita y de calidad para todos los chilenos. Quizás ya no deba luchar contra la desnutrición sino contra la obesidad, pero sí debe hacerlo contra la incultura y la escasa calidad de la instrucción que entregan muchos establecimientos. Luchar contra ese analfabetismo funcional de quienes no entienden lo que leen.
Y agrega: "Esta gran reforma implica desafíos no menores en la dimensión cultural, como potenciar los talentos y la capacidad de apreciación de todas las manifestaciones del arte y las humanidades en las nuevas generaciones. Grandes desafíos que se vinculan a la generación de cambios profundos en el modo de pensar y vivir nuestra sociedad".
Paralelamente, estas medidas consideran agregar al Consejo Nacional de la Cultura las potestades de un Ministerio y las atribuciones para fijar y desarrollar una política hacia el Patrimonio, tan vacilante y estrecha durante la última administración.
Sin embargo, los gobiernos no deben quedar embebidos sólo en su Programa y sus prioridades. La sociedad está viva, cada vez más participativa, aún más entre los artistas. Por tanto, una tarea central será escuchar, atentamente, nuevas demandas sea para acogerlas o para encausarlas en beneficio de la sociedad toda y no de grupos de interés corporativo.
En esta línea se ubican las posturas que restringen el patrimonio sólo a propiedades aisladas, generalmente asociadas a casas familiares o templos, opuestas a una visión moderna de un patrimonio cultural no muy separado del natural, que abarca amplias áreas, barrios y hasta ciudades.
Quizás sea aconsejable mirar otras realidades, países dónde la feliz convergencia del aporte estatal con la gestión y recursos privados están convirtiendo en lugares de gran interés turístico los cascos antiguos de ciudades de nuestro continente, como, por ejemplo, La Habana y el notable trabajo de Eusebio Leal y su Oficina del Historiador de la Ciudad.
Inevitablemente habrá que revisar el entusiasmo legislativo de las semanas recientes, en las que han aparecido proyectos que apuntan a modificar la recién renovada Ley de Donaciones Culturales con una Ley única de donaciones, o el proyecto que busca modificar el Consejo de Monumentos Nacionales, sin considerar la Ley que crea el Ministerio de la Cultura y el Patrimonio. Sin dejar de lado la iniciativa que busca incorporar un porcentaje de música chilena a las radios, tan mal respondido por la asociación gremial respectiva, con una campaña radial que genera más anticuerpos que respaldos.
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