En los últimos tiempos de la dictadura de Pinochet, surgió una retórica discusión entre sus –cada vez más numerosos- opositores: debían o no participar en el plebiscito que anunciaba el régimen. Por cierto había quienes pensaban que nada había que aceptar desde el poder y quienes optaban por la línea –que se demostró correcta- de hacer oposición desde todos los planos: afuera de las reglas y dentro de las mismas, es decir, aprovechar todas las maneras que existían para expresar la voluntad democratizadora. Algo similar ocurre con las voces que sospechan del llamado del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes a participar en la formulación de políticas culturales.
Es verdad que acontece en un tiempo veraniego –en ese habitualmente tranquilo lapso que transcurre apaciblemente entre el fin del año cultural, o sea, enero, y el festival de Viña. También es cierto que quienes formamos parte del mundo de la cultura no esperamos precisamente la “temporada alta” del trabajo para opinar. De hecho, muchos lo hacían, por ejemplo para el plebiscito del 5 de octubre, en las horas de descanso o francamente del sueño, para diseñar los mismos que sobrevendrían luego del arco iris y la formidable gesta del NO.
Es llamativo el que los medios de comunicación masiva han dado una cobertura extraordinaria –incluyendo editoriales estimuladoras a participar- demostrando un entusiasmo que bien pudieren aplicar en explicar la totalidad del proceso de formulación de políticas culturales que viene aconteciendo, en medio de la indiferencia de los mismos editorialistas, desde hace casi una década.
Desde luego que todo proceso participativo es saludable, más si se trata de algo transparente y con reglas claras sobre cómo serán tabulados los resultados y cómo se sumaran a una larga lista de pareceres de creadores, gestores e integrantes de instancias participativas regionales y de nivel nacional que ya se han recogido, de los cuales la opinión pública está bastante desinformada.
Pareciera que en la premura por hacerlo -delatada por la fecha escogida- está una vez más la necesidad de cumplir promesas de campaña que son ajustadas luego por la fuerza de la realidad. En este caso, que la participación en políticas culturales es un dato de la causa que bien se quisieran para sí beneficiarios de las políticas de vivienda, de salud, de seguridad, de deportes o tantas otras que no han alcanzado el nivel superior de tener un órgano colegiado y plural que determine políticas públicas estables no sujetas a los vaivenes electorales.
Es el mismo fenómeno que alcanza a otros países, traducido no en encuestas virtuales sino en muy concretos funcionarios que surgidos desde la izquierda se hacen cargo de la continuidad de políticas culturales en gobiernos de derecha. Práctica que inauguró el monumental Charles de Gaulle, que convocó a André Malraux en 1959 a hacerse cargo de un flamante Ministerio de Asuntos Culturales y que recientemente se ha reiterado en la Francia de Sarkozy y en Cataluña.
Probablemente el quid de la cuestión, como señala Eduard Miralles Presidente del Patronato de la Fundación Interarts, no sea tanto “especular sobre la existencia de políticas públicas para la cultura de derecha o de izquierda como admitir, en primer lugar, que buena parte de las cuestiones que hoy día forman parte del patrimonio de la política cultural universal han sido aportaciones indiscutibles de la izquierda occidental a lo largo del siglo XX, desde la lectura pública a la diversidad cultural, pasando por la democratización de la cultura, la animación sociocultural o la educación artística. Y en segundo lugar, constatar la manifiesta incapacidad de la izquierda contemporánea cuando de lo que se trata es de establecer aquellos nuevos horizontes necesarios para la cultura. ¿O es que alguien cree todavía que unas políticas culturales que rearticulen excelencia y proximidad, que generen oportunidades para el trabajo de los creadores en nuevos contextos comunitarios, que planteen un nuevo diálogo entre la tradición y la vanguardia o que sitúen en el centro de su acción estratégica la construcción de una ciudadanía cultural activa son también posibles desde la derecha?”.
En definitiva, en la hamletiana cuestión de participar o no participar, es evidente que hacerlo constituye un avance –y supone apenas unos escasos minutos- pero esta vez, no bastará con un lápiz como el 5/10 sino implica cierta destreza mínima en Internet y una agilidad mucho mayor en conocer las políticas que YA existen y que fueron fijadas también por un proceso participativo que consideró incluso una antigua institución llamada Parlamento, que legitimó, con la fuerza de una ley, a una autoridad colegiada y plural de once personalidades representativas de otros organismos tan lúcidos como las universidades, los premios nacionales y la nunca suficientemente reconocida sociedad civil.
De modo que, responda a las 26 preguntas, siga las flechas y no se quede conforme.
La política cultural que de allí saldrá, en conjunto con otras instancias, debemos vigilarla para que se aplique, profundice y devenga en política de Estado. No vaya a ser que se apague.
Un saludo desde Coyhaique, comparto este link:
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Aténtamente
Cristián Guerra Hennigs