"Concursar es una fiesta", la frase no pertenece a Don Francisco ni es un argumento para convencer a cierto ex Presidente de que participe de las primarias de la Concertación. Pertenece al arquitecto Miguel Lawner, "veterano" de la UNCTAD III y de Isla Dawson. La pronunció con ocasión de la presentación de un libro de la Dirección de Arquitectura del MOP sobre cuatro proyectos emblemáticos que fueron concursados y se desarrollan con todo éxito: la Plaza Sotomayor de Valparaíso; el edificio de correos en calle Balmaceda a un costado del Centro Cultural Estación Mapocho; el Museo de la Memoria en la cultural calle Matucana, y el Centro Cultural Gabriela Mistral, los tres últimos en Santiago.
Y la frase no es menor en un contexto en el que otros proyectos NO concursados se caen como ese montón de piedras con que termina Pedro Páramo. A pesar de que fueron encargados "a dedo" a starquitects como Borja Huidobro u Oscar Niemeyer. Mientras las gran mayoría de los arquitectos celebran festivamente el ser convocados a un concurso con sus pares y aceptan las reglas del juego, es decir, que pueden ganar o no ganar, existen otros que parecen celebrar el ser designados sin considerar la existencia de sus colegas, porque tal vez no los miran como pares.
El resultado final es que a pesar de todo, la misma Dirección de Arquitectura termina llamando a concursos luego de haber perdido precioso tiempo, por ejemplo, en el ex Pencopolitano y la ex Cárcel de Valparaíso.
Lawner recordó que la práctica de concursar es antigua pero se interrumpió hace treinta años, es decir que parece haber terminado con el golpe militar y recuperado recién en los concursos que motivaron la edición del libro mencionado. Es verdad en el caso del centro Cultural Palacio de La Moneda, sometido a urgencias posteriormente costosas, pero no ocurrió así con el Centro Cultural Estación Mapocho, que fue debidamente concursado a inicios de 1990.
Como mencionó Lawner, tambien fueron concursados la Sydney Opera House y el Arco del Bicentenario de la revolución francesa en París. Tambien, agrego, el Guggenheim de Bilbao. Es decir, la mayoría de experiencias en este sentido es abrumadora.
Tal como lo es en los proyectos de creación que tambien desde 1990 son concursados en el FONDART, y luego en el Consejo del Libro, el Consejo de la Música y del Audiovisual. Lo mismo ocurre con los Fondos del CNTV, de la CORFO y de las Escuelas Artísticas. Podríamos decir que una parte muy significativa de los aportes públicos a la cultura y el arte son por la vía de los concursos, tanto a niveles central como regionales y municipales. No es ajeno a ésto el que dichos fondos del CNCA sean considerados con razón como los más transparentes de la administración pública por evaluadores independientes contratados por el Ministerios de Hacienda y la Ministra del ramo, Paulina Urrutia, aparezca como la mejor evaluada en reciente encuesta Adimark (ver este mismo blog).
Tal vez se deba a que los creadores, gestores y patrimonialistas que postulan sean más sensibles a este indudable espíritu festivo que los arquitectos ven en los concursos. Mucho más positivo que las críticas puntuales y pacatas que, por suerte cada vez en menos proporción, disparan contra no más del 1% de los proyectos aprobados por el Fondart.
Con razón muchos piensan que no basta con crear más dias festivos en Chile, tal vez bastaría con saber disfrutar mejor de las fiestas... y de los concursos.
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