El 5 de octubre de 1988 es el momento del nacimiento del concepto de gestión cultural en Chile. No se trataba de cambiar un gobierno por otro, ni un régimen militar por otro civil. Se trataba de construir una institucionalidad para la cultura a partir, entre otras, de la fuerza demostrada en la campaña del No.
"Una situación que agobiaba al arte y la cultura, como la descrita, no podía prolongarse. Con el plebiscito del 5 de octubre de 1988 se consagró el inicio del retorno de la democracia. El general Pinochet llamó a votar sí o no por la continuidad de su régimen. La campaña del No, desarrollada fundamentalmente en la franja electoral de la televisión contó con la entusiasta participación del mundo de la cultura, con el lema La alegría ya viene. Fue la resurrección de una creatividad que estaba apagada y la celebración del triunfo, un momento que muchos recordaremos como de los más impactantes de nuestra vida.
Después de una noche muy tensa en la que se pensaba que Pinochet iba a desconocer los resultados, los llamados del Comando del No fueron a postergar las celebraciones. Estaba esa noche en el diario La Época, donde había trabajado todo el día en la cobertura de las votaciones. Era uno de pocos del periódico con experiencia en día de elecciones pues en el equipo primaban jóvenes egresados de la primera generación de periodistas de la Universidad de Chile, posterior al golpe. Recuerdo haber explicado a mis colegas la diferencia entre votos emitidos y los válidamente emitidos, distinción clave para la presentación de los resultados. Tal conocimiento me valió quedar a cargo de escribir, en la portada del 6 de octubre, el resultado de la votación. Mientras en la oficina del Director, Emilio Filippi, se descorchaba champagne, en el computador de su secretaria, escribí el porcentaje de votos del No, con ese agradable sonido como fondo.
El jueves 6 de octubre fue carnaval. Corrió solo y llegó segundo tituló un diario. Lo derrotamos con un lápiz coreó otro titular. Bajar desde el sector alto de la ciudad al centro era prácticamente imposible. La gente detenía sus vehículos, se bajaba de los buses y se abrazaba. Vi decenas de rondas espontáneas en plena calle de miles de chilenas y chilenos que bailaban y se tomaban las manos sin siquiera conocerse. Algo había cambiado y se estaba expresando a plena luz del día. Muchos años de silencio comenzaban a quedar atrás.
Si algo se movió por lograr la victoria plebiscitaria fue el mundo de la cultura, en una inédita unanimidad y contagió al resto de la sociedad con su optimismo. Es imposible precisar la cantidad de creadores y artistas que se sumaron a esta campaña. Es más sencillo determinar cuántos integrantes del mundo de la cultura se restaron: casi ninguno. Los escritores crearon un libro en el que un centenar de ellos exponía sus motivos de la negativa, ilustrado por artistas plásticos. Se desconoce antología alguna que reuniera a tal cantidad de plumas diciendo más o menos lo mismo, pero allí lo relevante no era cuantos escritores estaban pues sus nombres llenaban la portada; no qué decían, sino como lo hacían, entregando argumentos para que la población accediera a ellos, y votara No, abrumada por tal efluvio de ideas tanto disparatadas como razonables.
La fortaleza del compromiso del mundo de la cultura llevó a que sus integrantes, hasta entonces marginados de la vida social y creativa del país, ingresaran de manera natural y desde su especificidad a una campaña por la vida, entendiendo que la vida para un artista es bastante más compleja que la mera supervivencia o la clásica trilogía del pan, techo y abrigo. Incluso la sorprendente creatividad de la campaña fue objeto de un seminario de estudio y una publicación posterior.
El mundo de los creadores tomó conciencia además de la relativa autonomía del mundo cultural, ganada a fuerza de luchar contra la oscuridad con armas poco clásicas en la política nacional como un spot, un cuadro o un libro. La cultura había descubierto su capacidad de convocatoria, pero no sólo desde un escenario sino desde una opción vital, demostrando que un discurso por los derechos humanos, por recuperar la alegría, por la calidad de vida... llega mejor cuando es expresado por los artistas, por sus propios autores que encarnan un deseo social y popular.
La participación del mundo de la cultura en la campaña del No estaba muy lejos de ser un artilugio para trabajos posteriores. De hecho, no existían en el aparato público posiciones atractivas para un artista o un intelectual. No había Ministerio de la Cultura ni se sospechaba la perspectiva de un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Sólo existía en el aparato público un Departamento de Extensión Cultural del Ministerio de Educación que administraba un ballet folklórico, un grupo teatral itinerante y una orquesta que solían introducir actos oficiales. No era precisamente un botín apetecible. Había que hacerlo todo.
Por eso sitúo en ese momento el nacimiento del concepto de gestión cultural en Chile. No se trataba de cambiar un gobierno por otro, ni un régimen militar por otro civil. Se trataba de construir una institucionalidad para la cultura a partir, entre otras, de la fuerza demostrada en la campaña del No.
Históricamente, los dirigentes políticos tenían una cierta relación con los artistas. Los primeros llamaban a los segundos a apoyar sus mítines con arte: cantar, bailar, recitar, actuar, hacer de locutores y hasta vestir las camisas con colores que caracterizaban a un determinado partido. Como contraprestación, los artistas así convocados, además de la satisfacción ideológica, podían recibir contratos de actuación, de edición, de trabajo burocrático aliviado y, los más afortunados, misiones en el exterior.
Esta relación se cortó con la dictadura, reemplazándose muchas veces por las becas Pinochet de exilio voluntario por persecución desatada o por expulsiones del país. Los casos de intelectuales y artistas beneficiados por la dictadura son escasos y, en ocasiones, deshonrosos.
La posibilidad de una victoria del candidato presidencial de la Concertación de Partidos por la Democracia, en las elecciones de 1989, planteó en el mundo de la cultura la pregunta de qué hacer, se entendía que no se deseaba continuar con la ausencia de política cultural de la dictadura, pero tampoco querían regresar a la dependencia exclusiva del gobierno.
Comenzó entre grupos de la cultura la inquietud de formular algunas ideas programáticas que orientaran el quehacer del desarrollo cultural del próximo gobierno democrático.
Dos negativas eran claras: a la prescindencia gubernamental absoluta en el desarrollo cultural, dejándolo sólo a merced del mercado y también al gobierno interviniendo y escogiendo a los artistas que beneficiaría. En palabras técnicas, el modelo de un estado que planifica, ejecuta, produce y financia acciones y actividades artísticas y culturales no era deseable. Porque comenzaba a fallar en otras partes del mundo y porque en el propio Chile se había prestado para algunas arbitrariedades, igualmente inaceptables para un espíritu creador y libertario. Además, por otra razón aún más poderosa: en Chile, las tareas del desarrollo cultural con financiamiento público, habían terminado en un desastre, cuando el gobierno encabezado por Pinochet no estuvo por estimular el desarrollo cultural, éste sencillamente se detuvo. Y llegó el apagón. Este era el principal No. No más apagón. Por tanto, una sociedad en la que si bien el estado tiene un rol que jugar en el desarrollo cultural, no es actor único y debe compartir ese rol con la sociedad civil".
Cita del Capítulo 3 LA CULTURA BAJO DICTADURA, páginas 66 a 69, del libro "CULTURA ¿quién paga? Gestión, Infraestructura y Audiencias en el modelo chileno de desarrollo cultural" Arturo Navarro, RIL editores. Santiago, Noviembre 2006.
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