Una activa red virtual de agentes culturales iberoamericanos, nacida al alero de un reciente encuentro en Santa Cruz de la Sierra, ha planteado a sus integrantes el desafío de construir el perfil ideal de Ministro de Cultura.
Junto con afirmar que ese personaje utópico no existe, no deja de ser estimulante reflexionar sobre la pregunta que agita a un conjunto de relevantes gestores del continente americano.
En primer lugar, existen ciertos requisitos para definir aquel perfil: es indispensable conocer el presupuesto del que va a disponer. Sin un monto de dinero adecuado y no comprometido con anterioridad, no hay Ministro que valga.
En segundo lugar, debemos preguntarnos por el nivel de permanencia o estabilidad que tendrán las políticas culturales que el elegido tendrá que aplicar. Si debe partir de cero (o cree que debe hacerlo todo desde el inicio), tampoco tendremos un Ministro eficaz dado que los períodos de gobierno en nuestros países no suelen ser prolongados. Es decir, no hay tiempo para políticas fundacionales.
En consecuencia, un buen ministro deberá moverse en la conocida fórmula de continuidad y cambio. Asumir aquellos aspectos de las políticas que vale la pena continuar y profundizar por su calidad y su éxito comprobado y agregar algunos aspectos de novedad que surgen de su período y le darán la impronta que él busca.
De lo dicho se desprende que los países deben tender a tener políticas culturales de Estado más que de gobiernos y éstas deben formularse con una participación abrumadora del mundo de la cultura y las artes.
Existen entonces ministros o ministras que convocan a la formulación de políticas de Estado, en cuyo proceso se llevarán todo o casi todo su mandato, las que probablemente deben ir acompañadas de una institucionalidad que refleje esa condición de política de Estado y que asegure que cuando se vaya, tales políticas no cambiarán.
Por deducción, existirán ministras o ministros que asuman tales políticas de Estado y destinen su mandato a aplicarlas y fortalecer la institucionalidad que las generó, junto con introducir calmadamente los ajustes que la realidad –y los actores relevantes del mundo de la cultura- aconsejen.
Habrá entonces, ministros formuladores y ministros aplicadores de políticas que a su vez generan las condiciones para ir ajustando tales políticas.
Para cumplir ambas características se requieren capacidades de trabajo en equipo y dotes de liderazgo.
Para ambas se requiere una doble capacidad de reflexión sobre la acción y de acción a partir de la reflexión.
Pero, sobretodo, no confundir los tiempos políticos con los tiempos culturales. Preferir el qué por sobre el cuándo. Considerar que más vale que sea otro u otra quién corte la cinta inicial, pero que aquello que se va a inaugurar cumpla con los requisitos que imponen las políticas culturales del país y los intereses de las audiencias que lo van a disfrutar.
Pensar tanto en la platea como en el escenario. Ambos deben estar ocupados, el escenario por los mejores, la platea por todos; pero un(a) ministro(a) se debe principalmente a los públicos. Finalmente, cada artista es tambien audiencia de alguna disciplina diferente a la que ocupa su creatividad.
Quienes profesionalmente suelen ser capaces de combinar el rol creativo con la formación de públicos son los gestores culturales.
Sin desconocer que muchos buenos gestores han surgido desde el mundo de los artistas, la experiencia enseña que ambos roles son imposibles de cumplir a la vez.
¿Por qué entonces no buscar a un Ministro de Cultura entre los profesionales de la materia? ¿Why not the best?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario