20 julio 2022

UNA CINCUENTENARIA INDUSTRIA DE IMAGENES

Texto leído en la presentación de la la reedición de Colección Cuncuna, hecha por la Editorial de la USACH, en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, en presencia del Presidente Gabriel Boric.

Pool fotográfico de Quimantú


Voy a comenzar por una afirmación fuerte: Quimantú fue una industria de imágenes. Sí, a pesar que su principal rubro fue la impresión de libros, es posible afirmar que fue una adelantada, para su tiempo, en el trabajo de la imagen. De hecho su recuerdo está principalmente asociado a ilustraciones: su logo; portadas señaladas; historietas; coloridos Cuncunas...


Me atrevería a sostener que la primera idea de su impulsor, el Presidente Salvador Allende fue una imagen mixta: una botella de medio litro de leche y un ejemplar de texto de estudios. Porque esa fue, según su biógrafo, el historiador español Mario Amorós la gran obsesión de Allende: alimento físico y espiritual para los chilenos. Incluso, agrego que mi experiencia personal con esta lectura es la de un niño desnutrido, con piernas flacas, barriga abultada y mocos colgando. Un mocoso.


Para enfrentar y superar esa realidad, la compra de Zig Zag vino “de perillas”, como suele decir Condorito (revista impresa en Zig Zag y luego Quimantú): 

- una imprenta enorme, con tecnología de vanguardia, a nivel latinoamericano, en la impresión a color -en prensas planas y sobretodo, rotativas- de úlima generación: offset y rotograbado

- un formidable equipo de historietistas -único en Chile-, capaz de producir grandes tiradas de lo que muchos hoy llaman con el anglicismo comic pero que los trabajadores Q llamaban simplemente “los patos”, aludiendo a la serie de revistas Disney que imprimían

- además de guionistas -en orden de aparición- trazadores, aplicadores de tinta china, letristas, aplicadores de colores (en varias camisas, de papel mantequilla, cada una con un color primario), supervisores y… sociólogos (que aparecieron con Q) la empresa contaba con

- obreros de las secciones de fototono, prensas planas y rotativas , corrección de pruebas, que eran verdaderos controles de calidad y sabían distinguir perfectamente una buena de una mala aplicación de colores y una buena de una deficiente impresión

- un departamento de publicidad que se encargaba de la elaboración de spot para televisión y avisos gráficos para difundir sus publicaciones en aquellas que le pertenecían

- expertos diagramadores y diseñadores de portadas (para los libros) que trabajaban intensamente pues había colecciones de aparición semanal, que circulaban en quioscos y por lo tanto, debían resaltar en medio de centenares de revistas y diarios que colgaban habitualmente, que se refrescaban cada día, tanto en su portada (caso de los diarios) como en su ubicación en el quiosco pues eran sacados al final de cada día y muchas veces modificada su ubicación durante la misma jornada, por los propios quiosqueros, según “el movimiento” que tenían

- varias decenas de fotógrafos, agrupados en un Pool, que reportaban a una jefatura única y entregaban su trabajo a un completo Archivo central, administrado por una completa sección de Documentación

- un conjunto amplio de ilustradores que colaboraban con los textos para los diversos niveles de escolaridad, que eran editados por Zigzag

- un jefe/maestro como Joaquín Gutiérrez, para mi fortuna, autor de un clásico de la literatura infantil costarricence: Cocorí que me acogió como aprendiz


En esa pléyade de profesionales que trabajaban habitualmente con las imágenes, se me encargó crear una colección de libros infantiles.


La sabiduría estaba al alcance de la mano, en los propios talleres y oficinas de Q. Solo debí agregarla -gracias a la generosidad de compañeros y compañeras- a la vasta experiencia lectora que, afortunadamente, me fue tempranamente estimulada por mi abuelo Arturo, mis padres, profesores y más de alguna academia literaria y revistas escolares.

Entonces, me dediqué a preguntar. Formato, tipos de papel, tamaño de letras, número de páginas para no perder papel en los cortes, cantidad y tipo de impresión a color… Incluso el logo y nombre de la hoy cincuentenaria Cuncuna, surgió de una conversación con el equipo de diseño de la División Editorial, por cierto mientras ellos dibujaban, casi distraídamente, y yo absorvía hasta sus miradas

Mi papel fue seleccionar -con la indispensable ayuda de ese gigantesco lector Alfonso Calderón- cuentos para proponer y, una vez aprobados, encontrar el ilustrador más indicado.


Así llegaron hasta mi oficina del tercer piso en Avenida Santa María -la oficina de Cuncunita- quienes hoy siguen deleitando a niños y adultos con sus pinceladas: NATO, que me embelesaba desde su travieso Cachupín en la última página de revista Estadio; Guidú y Jalid Daccaret que bajaban desde el séptimo piso donde vivía Cabrochico, y Tex que, después, desde su exilio me siguió acompañando en APSI.


Nada de esto estaría sucediendo hoy acá si no hubiese aparecido, un día, muchos años después, Galo (parece seudónimo de ilustrador francés) y en otra apasionada conversación surgió la idea de la reedición. 


Lo sorprendente es que esa nueva versión se presenta en la residencia de la Cineteca Nacional, el repositorio de nuestra imagen en movimiento.


Las imágenes siguen acompañando a Cuncuna y, termino, me han regalado otro texto, de cine reciente, que explica el fenómeno que presenciamos.


La maravillosa película mexicana COCO, a la que nos invitó mi nieto Rafael, deja la lección -cual Cuncuna- que la personas viven mientras los demás las recuerdan.


Muchas gracias, Galo, Catalina, Consuelo, Maria Isabel, Claudio, Guillermo, Nicolás a la Editorial de la Usach y a ustedes, por permitir que este trabajo siga existiendo.

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