Entre los abigarrados recuerdos de las lecturas infantiles encontré el concepto del Libro de Oro. Fue exactamente lo que creamos en el Centro Cultural Estación Mapocho a contar de su inauguración, el 3 de marzo de 1994. El grueso volumen, con letras y bordes dorados, se inicia con la rúbrica del Presidente Patricio Aylwin a toda página y, en la siguiente, las firmas de los selectos invitados a la ceremonia. Más adelante, encontré la hoja correspondiente a la visita de Stephen Hawking fechada el 19 de agosto de 1997.
Se trató de una conferencia magistral sobre los Hoyos Negros, a la cuál el Centro de estudios científicos de Santiago -presidido por Claudio Teitelboim- quiso invitar a cuatro mil escolares de los últimos años de enseñanza media.
Fue una jornada impactante para los jóvenes y quienes colaboramos en que todo saliera a la perfección que un científico de su talla merecía.
Se nos solicitó un vestidor, a la altura del escenario, dónde el conferencista pudiera descansar y alimentarse. Al llegar, una de sus enfermeras -le acompañaban Sarah Reed y An Mooi Chong- intentó darle plátano molido. Nos habíamos saludado cordialmente y probablemente estimó que podía hacer uso de esa acogida. Intentó rechazar la banana con un gesto infantil y me miró con una mezcla de angustia y esperanza mientras escribía en la pantalla de su computador, asentado en la silla de ruedas: "vanila ice cream".
Miré a la persona del centro cultural que nos acompañaba; sin pensarlo dos veces, ésta partió corriendo y regresó, en pocos minutos, con el pedido. Aproveché esos instantes para dialogar con él hasta que devoró el helado.
Su mirada de gratitud no la ví nuevamente hasta que departí -años después- con mis nietos.
Se despidió cordialmente y se aprestó a ingresar a la sala tan inquieta como puede estarlo un espacio repleto de varios miles de estudiantes.
Al anunciarse su ingreso, se apagaron las luces y los murmullos. Un silencio sepulcral recibió la melodía The wall de Pink Floyd y un potente haz luminoso se enfocó en la puerta de la sala en la que había acontecido lo del helado de vainilla.
Salió Hawking y lo único que se escuchaba era el tenue sonido del motor de su silla de ruedas.
Avanzó unos veinte metros hasta situase en el centro del escenario y comenzó la conferencia, muy ilustrada por notables imágenes.
Una experiencia inolvidable... que nos dejó huella.
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