14 marzo 2018

STEPHEN HAWKING DEJÓ HUELLA


Entre los abigarrados recuerdos de las lecturas infantiles encontré el concepto del Libro de Oro. Fue exactamente lo que creamos en el Centro Cultural Estación Mapocho a contar de su inauguración, el 3 de marzo de 1994. El grueso volumen, con letras y bordes dorados, se inicia con la rúbrica del Presidente Patricio Aylwin a toda página y, en la siguiente, las firmas de los selectos invitados a la ceremonia. Más adelante, encontré la hoja correspondiente a la visita de Stephen Hawking fechada el 19 de agosto de 1997.


Se trató de una conferencia magistral sobre los Hoyos Negros, a la cuál el Centro de estudios científicos de Santiago -presidido por Claudio Teitelboim- quiso invitar a cuatro mil escolares de los últimos años de enseñanza media.

Fue una jornada impactante para los jóvenes y quienes colaboramos en que todo saliera a la perfección que un científico de su talla merecía. 

Se nos solicitó un vestidor, a la altura del escenario, dónde el conferencista pudiera descansar y alimentarse. Al llegar, una de sus enfermeras -le acompañaban Sarah Reed y An Mooi Chong- intentó darle plátano molido. Nos habíamos saludado cordialmente y probablemente estimó que podía hacer uso de esa acogida. Intentó rechazar la banana con un gesto infantil y me miró con una mezcla de angustia y esperanza mientras escribía en la pantalla de su computador, asentado en la silla de ruedas: "vanila ice cream". 

Miré a la persona del centro cultural que nos acompañaba; sin pensarlo dos veces, ésta partió corriendo y regresó, en pocos minutos, con el pedido. Aproveché esos instantes para dialogar con él hasta que devoró el helado. 

Su mirada de gratitud no la ví nuevamente hasta que departí -años después- con mis nietos. 

Se despidió cordialmente y se aprestó a ingresar a la sala tan inquieta como puede estarlo un espacio repleto de varios miles de estudiantes. 

Al anunciarse su ingreso, se apagaron las luces y los murmullos. Un silencio sepulcral recibió la melodía The wall  de Pink Floyd y un potente haz luminoso se enfocó en la puerta de la sala en la que había acontecido lo del helado de vainilla.

Salió Hawking y lo único que se escuchaba era el tenue sonido del motor de su silla de ruedas. 

Avanzó unos veinte metros hasta situase en el centro del escenario y comenzó la conferencia, muy  ilustrada por notables imágenes.

Una experiencia inolvidable... que nos dejó huella.

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