04 noviembre 2014

EL SUEÑO DE QUIMANTÚ

Hay un sueño chileno -exclusivamente chileno, como las empanadas y el vino tinto- que se resiste a morir y renace cada tanto, de la mano de debates, conversaciones o reportajes sobre la lectura: la experiencia Quimantú. En días reciente, lo renueva un libro de Hilda López, una histórica "quimantusina" o "quimantusiasta" que lleva el título que encabeza este comentario, y algunas ideas surgidas del natural proceso de actualizar nuestras políticas hacia la lectura: la editorial del Estado. Algo así como una pócima mágica que resolverá todos los problemas, que son muchos y variados.


Primero, cabe recordar que acaba, tristemente, de morir la primera editorial estatal que tuvo Chile: Jurídica Andrés Bello, fundada el 28 de enero 1947 por Ley 8.737; corporación de derecho público de propiedad de dos socios potentes: el Parlamento y la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile que no pudo sobrevivir en el concentrado mundo editorial de hoy, a pesar de haber desarrollado clubes de lectores, líneas de libros auxiliares de la educación y otra estrategias de lectura masiva.

La primera restricción entonces a una editora nacional es precisamente su condición de tal, es decir, el alcance limitado sólo a un territorio mientras tres o cuatro transnacionales llegan, literalmente, a todo el mundo. Competir en esas condiciones es complejo por no decir imposible.

La segunda estatal de los libros fue, en 1970, Quimantú. Nació con el sueño del Presidente Allende de erradicar de una población desnutrida física e intelectualmente, tales lacras. Lo cumplió con el medio litro de leche en el primer caso y con libros del precio de una cajetilla del cigarrillo más popular -los Hilton- y luego de los libros más baratos que era posible encontrar en los kioscos de periódicos: Corín Tellado y Texas Ranger.

Nadie pudo, entonces -1970 a 1973- dejar de leer. Los ejemplares salían al encuentro del lector en las organizaciones sociales, en los puestos de diarios y, obvio, en las librerías, que eran considerablemente más que en la actualidad.

El objetivo era democratizar la cultura, a lo que colaboraban un exceso de circulante, escasas opciones de entretención en las capas populares que se incorporan al proceso político, el entusiasmo innegable del mismo y una política cambiaria que favorecía una divisa muy barata para las importaciones relacionada como el papel y las tintas.

Un escenario bastante diferente al que hoy acoge el sueño de la editorial estatal.

Sin embargo, la idea que subyace es pertinente a un momento de adecuación de las políticas lectoras.

¿Cómo el Estado contribuye a mejorar los índices lectores?

Los caminos son dos -ni la editorial ni la eliminación del IVA-, el primero es sembrar el país de bibliotecas y otros centros culturales donde el libro aborde al lector en un buen entorno, cantidad adecuada y en horarios de tiempo libre para el estudiante y el trabajador.

La segunda, es el perfeccionamiento del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura, creado el 1ª de julio de 1993 por Ley 19.227, con su consiguiente dotación de recursos para estimular a los autores, la industria y los lectores, orientado por un Consejo Nacional del Libro y la Lectura tan participativo como representativo del sector, que vaya afinando las políticas públicas al respecto.

Lo que está ocurriendo en este plano es alentador: el Borrador de indicación sustitutiva del Proyecto de Ministerio de Cultura pone en una misma mano a bibliotecas públicas y Consejo del Libro, desarticulando así la actual DIBAM que pone en un mismo saco a museos y bibliotecas, cada vez más antitéticos desde el punto de vista de su gestión.

Por otra parte, la Presidenta Bachelet ha anunciado para enero 2015 una nueva política hacia el libro y la lectura que está, en estos momento, surgiendo del debate y la participación de todos los incumbentes. Único camino para consensuar lo que viene.

¿O acaso, se piensa que, hoy por hoy, una editorial estatal tendría los niveles de acuerdo para elaborar su lista de títulos como lo hizo Quimantú?

Quimantú fue una editora de gobierno y sus líneas de publicación eran bastante semejantes al resultado de las interesantes discusiones de los comités de producción, del sindicato de la empresa, de los comités de la Unidad Popular y de la lectura que éstos hacían de la lucha ideológica que legítimamente existía en Chile.

Hoy, con una opción sólidamente instalada de sostener políticas de Estado, el mejor camino lo ofrecen los Consejos de la Cultura, del Libro y de otras disciplinas que establecen transversal y participativamente dichas políticas, alejados de los cambios electorales.

Dejemos entonces a Quimantú en su honrosa condición de sueño.

Un sueño maravilloso que inundó el país con millones de libros.

5 comentarios:

  1. Si resulta que no es pertinente la existencia de una editorial del Estado (con los beneficios que implica, tales como diversidad, tiraje, costo, democratización, educación) y estamos de acuerdo en que se provea de recursos a la industria editorial nacional y transnacional, entonces habrá que ver, pero en serio, cómo se soluciona la problemática que los escritores, la creación literaria, la intelectualidad en su conjunto enfrenta, para no seguir sujetos a los vaivenes del mercado, como un producto más.
    Hoy, publicar una obra resulta oneroso para la gran mayoría de los creadores nacionales. Se ha invisibilizado que una gran parte de los escritores nacionales paguen sus publicaciones, en el mejor de los casos co-editan y en tal situación me pregunto: Cómo el Estado está garantizando el derecho de autor? la distribución de sus obras? la democratización del pensamiento? Cómo se resguarda el patrimonio que constituye el relato de sus obras, en el marco de la vivencia, historia, el terruño...
    ¿Cómo se garantiza la creación literaria en toda su diversidad? y pienso en géneros literarios, pienso en la creación local, regional, de pueblos originarios, de los escritores residentes en el extranjero...
    Entonces, me parece que seguimos con un problema mayor y es que no hemos tenido el tiempo de hacer un diagnóstico profundo, acorde a la realidad, seguimos con los prejuicios por delante, sin evaluar también otras experiencias exitosas en este sentido. Habrá que evaluar cómo se ha repartido la torta de recursos que constituyen los fondos de cultura y cuál ha sido su resultado. El Estado, debe ante todo jugar su verdadero rol y no simplemente levantar la idea de cambios, sin el justo reconocimiento de las buenas experiencias.
    Una nueva Política del Libro, naturalmente involucra adecuar legislación. Por años se ha buscado cambiar la Ley del Libro, inclusive el gobierno anterior intentó por todos los medios, reorientar sus principios, colocando a la industria por sobre la creación literaria. Por ahora señala: "El Estado de Chile reconoce en el libro y en la creación literaria instrumentos eficaces e indispensables para el incremento y la transmisión de la
    cultura, el desarrollo de la identidad nacional y la formación de la juventud.
    El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes adoptará
    las medidas necesarias para el cumplimiento de las orientaciones que se señalan en la presente ley, reconociendo el aporte de los escritores chilenos y promoviendo la participación de todos los agentes culturales y de los medios de comunicación social".
    ¿Dónde están los medios de comunicación social?

    ResponderBorrar
  2. Si ya es lamentable el sentido con que el señor Navarro tilda de "sueño" la propuesta de restituir una editorial estatal, la postura de la secretaria ejecutiva del Consejo del Libro, Regina Rodríguez, quien la califica de "fantasía repetida", lo es más. ¿Acaso una iniciativa es a priori mala por ser "exclusivamente" chilena? Desde luego que no; entre otras cosas, porque esa política pública cumplió exitosamente sus objetivos, y no sólo en términos de masificar y democratizar el acceso a obras de alta calidad, sino también en cuanto a vincular la dimensión editorial con el proceso creativo: Quimantú organizó grandes certámenes literarios, en narrativa, ensayo y poesía, dinamizando la socialización de producciones literarias de fuentes vivas.
    Si, en cambio, bastara con llenar de libros las bibliotecas (lo que de todos modos quisiéramos), entonces sería interesante que la autoridad explicase por qué da acreditación a universidades que no cumplen con los requisitos mínimos que plantea UNESCO (sólo el 19% de las casas de estudios superiores satisface ese estándar); o por qué las bibliotecas públicas no atienden en horario extendido los fines de semana, como hacen los países desarrollados, para brindar oportunidad de acceso al libro a los trabajadores (¿o es que ahí sí que les gusta que Chile sea único?).
    Menciono el tema de los trabajadores porque la inmensa mayoría de ellos no puede acceder a los libros... y aunque a la autoridad le dé lo mismo, sucede que el IVA al libro en Chile es el más alto entre los países de América Latina y el Caribe, en 7 de los cuales el libro está exento de tributo (¿será que justo aquí también a la autoridad le gusta diferenciarse?).
    Es muy interesante que se diga que sólo en Chile ha existido editoriales estatales. Es muy interesante, pero lo sería más si, con la misma fuerza, se mencionara el pequeño gran detalle que en EE.UU. y Europa, por ejemplo, más del 80% del financiamiento de la educación y la cultura procede del Estado. Al Viejo Continente viajó el ministro de Educación, concretamente a Finlandia, donde cada ciudadano lee en promedio 47 libros al año y, además, los entiende. Allí no sólo acumulan libros; los leen, porque hay financiamiento público para abaratar el costo del libro, para promover la creación literaria y diversificarla; el impuesto al libro es mínimo, como lo es también el tributo a las actividades culturales y recreativas.
    Si en Chile el problema fuera simplemente multiplicar el número de ejemplares, el negocio redondo es sólo para las empresas que lucran con el libro, porque a ellas lo que les interesa es que los volúmenes sean comprados, NO que sean leídos. Distinto es el objetivo del Estado cuando invierte en la lectura de la ciudadanía.
    Pero, como las cosas siempre pueden ser peor, sucede que las cifras disponibles para Chile indican que los escolares leen cada vez menos a medida que "pasan" de curso. ¿Serán los privados los que resuelvan eso o la sociedad en su conjunto?
    Participé en el debate para una nueva política del libro, y en la sesión plenaria la propuesta de crear una editorial estatal fue acogida con aplausos. Después de eso, la secretaria ejecutiva del Consejo concluye, en cambio, que se trata de una "fantasía". Curioso. Habría que preguntarse entonces para qué nos invitaron a debatir si las conclusiones ya estaban tomadas. Me recuerda la entrevista en la que Barattini aseguró, el 12 de abril, que el proyecto que crea el Ministerio de la Cultura "estará listo antes del 21 de mayo". Y, claro, como la opinión de las organizaciones culturales no había importado mucho, recién se están enterando de las profundas discrepancias planteadas por éstas. Y ya no es 21 de mayo: es fin de año. Esperar que las autoridades tomen en cuenta efectivamente la opinión de las organizaciones, tanto para la institucionalidad cultural como para la adopción de políticas públicas de fomento lector, después del modo en que se han posicionado en ambos planos... quizá eso sí sea un sueño o una fantasía.
    David Hevia

    ResponderBorrar
  3. Este libro es un Plagio su autoria corresponde a don Sergio San Martin de Gorbea Novena region ...Que pena que su compañera y amiga lo traicionara con este mannuscrito , espero se le realice el reconocimiento que corresponde a Don Sergio San Martin .

    ResponderBorrar