Federico Ibáñez Soler, recientemente fallecido, fue director general del Libro del gobierno de España entre 1990 y 1993, cuando Jordi Solé Tura fue ministro del Gobierno socialista de Felipe González. "Fue un agitador del mundo al que se dedicó; apoyó iniciativas editoriales, fue propulsor de debates entre editores, creó premios para resaltar la labor de los otros. Y hasta el final de sus días fue un agudo polemista, alguien que no se conformaba nunca con lo que podría parecer la última palabra". Lo supimos y conocimos bien pues, aunque esta reseña del diario El País no lo recuerda, fue el gran impulsor de la magnifica muestra Letras de España que recibimos en el CCEM en marzo de1993, como un homenaje de la democracia de España que cumplía 25 años a la naciente democracia chilena. ¡Cómo hacerlo mejor que a través del libro!
Fue, quizás, la primera gran muestra internacional del Centro Cultural, aún en remodelación. A Federico no le importó el contratiempo. Decidió construir su pabellón, reflejo del que había instalado previamente en las Ferias de Frankfurt y Bogotá, en lo que estaba listo: el Hall y la Plaza de la Cultura. Allí se edificaron gruesos muros -emplazados en andamios recubiertos de madera aglomerada- que acogían salas de conferencias y de cine, una tasca española con vista a la cordillera -que tanto le inquietaba- y espacios para exhibición de artes visuales.
En el Hall emplazó sendas mesas redondas gigantescas (5) -una bajo cada cúpula de la majestuosa sala- y un sexto espacio, libre, para recibir a los lectores infantiles. Cada uno de los 8 mil ejemplares estaba convenientemente protegido por un -desconocido en Chile- sistema de alarmas antirrobo que hizo pasar vergüenzas a más de algún compatriota. Se trataba de exponer toda la producción editorial española desde la caída de Franco hasta la caída de Pinochet. Nada menos.
Acompañaban a los libros unos ocho escritoras y escritores que se desplegaron por diversas universidades del país a estimular, también, la lectura. Los libros fueron donados a la naciente biblioteca de Balmaceda 1215.
Federico era también un excelente conversador, recuerdo con especial cariño una dilatada "polémica" que se prolongó durante sus varios viajes, sobre qué nos provocaba la cercana cordillera. A él, la montaña inminente lo impulsaba a subirla, a saltarla, a superar el obstáculo... a mí, por el contrario, me hacia sentir acogido y me hablaba como un irrenunciable punto de referencia para ubicarme en la ciudad. Intentó en vano convencerme, tampoco pude hacer mella en sus aventureros impulsos.
El único punto en que estuve rotundamente de acuerdo con Federico fue cuando -después de ocurrido- me reprochó que en un magnifico almuerzo que le ofrecimos a la delegación española en el Hall del Centro Cultural apareciera de pronto una Tuna, cantando canciones españolas. Grave error, me hizo ver. Las Tunas son un símbolo fascista y del franquismo. Terminé agradeciendo que no se hubiese retirado en el momento mismo de la poco diplomática ofensa. Lección aprendida, que aún me avergüenza.
"Podría decirse que Federico Ibáñez podía discutir a la vez con Dios y con el Diablo y no darle la razón a ninguno; era un ser de una independencia moral, y política, formidable", expresa con justicia El País. Solo puedo agregar que Federico, con su profesionalismo, honestidad y sinceridad, se integró a la historia del libro en Chile en tiempos en que se debatía una Ley que, hoy, lo fomenta junto a la lectura y se perfecciona permanentemente.
Más allá de ese aporte en consideración de ese salto que Federico acaba de dar en pos de nuevos desafíos, es necesario agradecerle lo que nos dejó, al libro y a Chile.
Gracias, Federico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario