07 abril 2008

El libro en Chile: DIVISIÓN NO ES DIVERSIDAD

Dos crónicas de domingo –en Artes y Letras y Reportajes de La Tercera - ponen el acento en la falta de información para formular políticas del libro y la posible llegada de una cadena de librerías argentina a nuestro país. Amerita reflexionar sobre el tema.


Una estudiante de doctorado francesa que hace su tesis sobre las políticas de fomento del libro y la lectura en Chile me preguntaba, en mi condición de responsable de la tramitación de la Ley del Libro de 1993, las razones de que en nuestro país la aplicación de las políticas al respecto estuvieran separadas en dos instituciones públicas vinculadas al gobierno central: el Consejo Nacional del Libro y la Lectura y la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Para ella, con racionalidad gala, es incomprensible. Menos aún, existiendo desde 2003 una autoridad cultural de rango ministerial como el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que surgió usando como modelo la Ley del Libro. Intenté explicarle que era un problema temporal y que pronto sería resuelto, como esa misma racionalidad lo indica, estableciendo una dependencia de la DIBAM del mencionado Consejo Nacional. No me lo creyó, justamente porque había entrevistado a otras personas del mundo del libro que eran más bien escépticas al dictado de la razón.

Es que en el libro y su mundo nacional parecen primar más bien las pasiones. Y de las pasiones nacen las divisiones. Las que afectan no sólo a los entes públicos que determinan políticas. Veamos.

Los editores. Están perfectamente divididos entre una Cámara tradicional con más de 50 años de vida y una asociación de editores independientes que acusan a la primera de entregarse a las grandes empresas extranjeras. Incluso se permitieron protestar cuando la Presidenta de la República designó como miembro del Directorio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes a un integrante de la primera. Sus discrepancias se lucen públicamente con ocasión de la Feria Internacional del Libro mediante escarapelas que representan una vistosa D (¿de disidentes?), y una verdadera guerrilla de desgaste (D) por cualquier acción que la Cámara emprenda en ese privilegiado escenario. Bien correspondido por su contraparte que tiende más bien a ignorarlos.

Los escritores. Tienen históricas desavenencias entre la SECH y la mayoría de los autores nacionales que no se afilian a su asociación gremial y no le asignan la más mínima significación. Los gremialistas hacen poco por acercarse a sus pares dando periódicamente espectáculos públicos en los que se enrostran opacidad en los gastos y exhiben escandalosas boletas por compras de mercaderías al por menor. Baste recordar cualquier entrega de Premio Nacional de Literatura para comprobar que no se trata del gremio más solidario entre sus pares.

Las bibliotecas. Habiendo una sólida organización dependiente de la Sub Dirección de Bibliotecas Públicas de la DIBAM, que ha llevado Internet a localidades apartadas y toda su red, existe una no menos sólida red de Bibliotecas Vivas afiliadas a la Fundación La Fuente, cuya directora no desaprovecha ocasión para disparar contra las bibliotecas públicas, desde la cómoda posición del éxito de sus emprendimientos en varios de los más visitados centros comerciales del país. Una división de dos proyectos exitosos, más propia de una competencia entre cadenas de farmacias que entre entidades que supuestamente tienen una misión común, que es el fomento de la lectura.

El IVA. En algún momento, a comienzos de los 90’s, fue la principal bandera de lucha del mundo editorial. Su intento de remoción es uno de los fracasos más grandes de este mundo junto, tal vez, con la lucha contra la piratería. Tanto que ahora ya es casi un lugar común –ratificado en los reportajes mencionados- que el alto precio de los libros tiene mucho más que ver con los editores españoles, los importadores y libreros locales que juegan a los precios grandes para defenderse de un mercado pequeño, que el aludido impuesto. Mientras tanto, los editores locales demuestran, cifras en mano, que los precios de la producción chilena no superan, en promedio, los siete mil pesos de precio de venta de los libros nacionales.

La piratería. Aunque las campañas de creación de conciencia de que constituye un delito son cada vez más frecuentes (¿porqué no aliarse con las potentes imágenes anti-piratería de la industria del cine?), la opinión pública sigue pensando mayoritariamente que ante los altos precios de los libros, es sólo un pecado venial apoyar esta infracción por vía de la compra. La Cámara del Libro sigue acompañando y aplaudiendo a los policías que decomisan las especies que generan una nueva discrepancia: los libros incautados ¿deben destruirse o entregarse a las bibliotecas? Es evidente que el fruto de un delito no debe ser entregado a nuestros niños ni aún si fueran ediciones de cuidada calidad, condición que distan mucho de lograr los libros piratas, cuyos títulos suelen dar la razón a quienes acusan a las grandes editoriales de tener precios elevados. Son inexistentes los piratas que desearían reproducir un libro que cueste en el mercado menos de siete mil pesos.

Lo que nos lleva a observar el tipo de marketing que invade al mercado editorial. En los últimos años parece haberse inclinado la balanza por una ecuación muy simple: pocos títulos/grandes tiradas. Prefiero –dice el gran editor trasnacional- gastar dinero en promover un solo autor y editar muchas copias de él, con un marketing que hace creer que estamos en presencia de un éxito. Las librerías se cubren entonces de afiches, pendones, pancartas con el rostro de un autor que muchas veces no comprende –racionalidad francesa, tal vez- cómo la crítica y los lectores no comparten el entusiasmo por su obra que asegura la publicidad. ¿Merecen estímulos de la legislación sobre el libro y la lectura quienes los han convertido en un producto que se vende igual que un celular? Mejor dicho, ¿no merecerán más estímulos quienes apuestan a la ecuación muchos títulos/bajas tiradas? Porque finalmente la lectura es diversidad y buscar la creación hábitos. Por el camino de la uniformidad pareciera que no se cumplen las políticas públicas al respecto. ¿Qué habito de lectura se crea comprando libros impelidos por marketing sin contenido? ¿Se leerá cuando ese estímulo desaparezca? O aún peor: ¿cuando se oriente hacia otro tipo de productos?

Esta realidad es un desafío a las pequeñas editoriales que apuestan a la diversidad de títulos el que no es diferente al que tienen todas las industrias culturales y la gestión cultural: desarrollar audiencias fieles. En términos de libro, lo llamaría el “combate cuerpo a cuerpo” para diferenciarlo de los “bombardeos masivos” del marketing.

Recuerdo una máxima que dice que no existe persona que no tenga al menos un 5% de buena. Pues bien, no existe libro que no tenga al menos un mínimo porcentaje de lectores potenciales. La tarea es descubrirlos y llegar a ellos. Y esto se hace llevando los ejemplares hasta donde está el público potencial. Es decir, oferta directa y personalizada.

Otra máxima que merece ser respetada en este contexto es la unidad de quienes tienen una misión común. No es edificante el debate que hemos presenciado, por ejemplo, sobre el Maletín literario en el que autoridades que debieran tener algo que decir al respecto (Consejo del Libro) no tengan pito que tocar, o lo ocurrido con el legado de Gabriela Mistral que es disputado, medalla a medalla y poema a poema, por altas autoridades públicas, en público.

Las divisiones no son diversidad. Mientras esta última es recomendable y necesaria, las primeras sólo contribuyen a crear confusión, desconfianza e ineficiencia en las políticas públicas y… desconcierto en la estudiante francesa.

Casi tan grande como el que le provoca el Presidente Sarkozy.

Cosas de los libros.

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