08 noviembre 2023

CENECA O CÓMO INVESTIGAR LA PRENSA EN DICTADURA

 

Foto UNAB



Quiso INCOM Chile, la AG de los investigadores en comunicaciones, conocer, en la inauguración de su noveno Congreso, la experiencia chilena de investigación en el rubro entre 1973/1984. Para ello quiso centrarse en la experiencia del CENECA. A continuación, el texto completo de la charla inaugural del 8 de noviembre de 2023.


En primer lugar, agradezco esta honrosa invitación de los investigadores en comunicaciones y manifiesto mi alegría de volver a la UNAB, donde hice clases, de “libro periodístico” cuando esta escuela recién nacía, a inicios de los noventa. Me veo en la obligación panamericana de señalar que ese particular ramo se basó principalmente en un libro que acababa de editar, en Editorial Planeta: “El caso Rojas” de dos jóvenes periodistas deportivos que comenzaban su carrera: Marco Antonio Cumsille y Harold Mayne-Nichols. .


Esta charla está basada en la experiencia personal entre los años 1973 y 1984, que implicó investigar, obviamente sin una posición académica ni rentada, compartiendo tiempo  con mis trabajos en el Comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad, APSI, radio Cooperativa, editoriales. Andina y Oveja Negra.

Por ejemplo, una hepatitis rigurosa que me obligó a guardar casi un mes de cama, me permitió escuchar, identificar en el dial y sus horarios, a todos los informativos radiales.

Un trabajo de control de circulación en editorial Andina, permitió acceder a cifras relevantes de venta de revistas.

El rol de delegado de APSI en la Asociación Nacional de la Prensa permitió conocer a los representantes y características de la propiedad de la prensa regional.

La experiencia previa en Quimantú me facilitó reproducir el cuadro de diarios y revistas que - en su totalidad- participaban de la llamada lucha ideológica de la época de la UP, situación más que obvia debido a la reforma constitucional de multas de 1970 que aseguro que los Los partidos políticos eran propietarios de medios escritos de comunicación.

Por ello, me parece indispensable comenzar por hacerles una breve síntesis de cómo funcionó el sistema de prensa hasta el 11 de septiembre de 1973.

En primer lugar, existía libertad para emitir, sin censura previa, opiniones y noticias a través de cualquier medio de comunicación social. No era delito sustentar ninguna idea política.

En segundo lugar, los partidos políticos y las universidades tenían preferencia para poseer medios de comunicación, sin perjuicio de que se garantizara por igual ese derecho a cualquier persona natural o jurídica. El estado y las universidades eran los únicos titulares del derecho a manejar estaciones de TV.

Esto generó una proliferación inédita de revistas y diarios que colmaban los kioscos y, a la vez, permitían, de una ojeada no solo informarse sino conocer la postura de todos los actores políticos respecto de un tema determinado.

Para no entrar en detalles les recomiendo un cuadro que elaboré en 2000 para una mesa redonda en la UAH, que copio de un artículo de este mismo blog titulado: "La prensa chilena en tiempos de cólera".




En medio de esta multitud de portadas, las tiradas de los impresos partidarios del gobierno superaban levemente a aquellos de oposición. Por ello no es casualidad que uno de los primeros objetivos de la dictadura, al asumir, fue clausurar toda la prensa vinculada a partidos y quemar (si, quemar) libros de Quimantú (uno de cada dos libros vendidos en Chile llevaba ese sello). 

Además de intervenir militarmente las universidades, lo que le permitió controlar todos los canales de TV pues TVN era por definición, gubernamental.

Así, a fines de 1974, el sistema de prensa se simplificó quedando solo medios del gobierno (La Nación, Gabriela Mistral, Ed Jurídica); de empresarios privados afines al gobierno (El Mercurio, Copesa, Ercilla, Lord Cochrane y Qué Pasa), y prensa de iglesia (Mensaje).

No obstante, esta “pacificación” de los medios, sólo duró hasta 1976 cuando aparecen -a pesar de las dificultades que la autoridad imponía para su creación- medios no oficialistas como el Diario de Cooperativa; APSI; Solidaridad y HOY.


Muy pronto, se crea también el primer centro de estudios de la cultura y las comunicaciones:
 “El Centro de Indagación y Expresión Cultural y Artística (CENECA) que fue una institución de investigación sin fines de lucro cuyo propósito fundamental fue reunir a una serie de profesionales —sociólogos, comunicadores, antropólogos, historiadores, animadores socioculturales y literatos— para reflexionar e investigar los procesos culturales y de la comunicación que estaban surgiendo durante los años posteriores al golpe de Estado de Septiembre de 1973”. (ver www.Archivoceneca.cl )

Fue conocido como la “EAC en el exilio”, expresión que merece una explicación.

La reforma de la Universidad Católica iniciada el 11 de agosto de 1967 había permitido la creación de nuevas unidades académicas y centros de estudios en diversas áreas (CEREN, ciencias sociales; CIDU, urbanismo; Escuela de Artes de la Comunicación.


Obviamente, el rector delegado por la dictadura revirtió estas iniciativas del rector elegido, Fernando Castillo Velasco y los académicos desvinculados se fueron agrupando en ONG fuera de la universidad.


CENECA, que se inició bajo la protección del Cardenal y su Academia de Humanismo Cristiano, convocó a profesionales y académicos que aportaron sus proyectos y apoyaron la obtención de recursos básicamente en el exterior.


Ello implicaba que muchas de las fuentes de financiamiento, vinculadas a partidos políticos en su mayoría europea, requerían el respaldo de partidos políticos locales.

Así, se fue posicionando como “el” centro donde la oposición a la dictadura -más cercana al MAPU y la IC- iba a desarrollar las políticas comunicacionales y culturales que algún día, cuando la dictadura terminara, podrían ser aplicadas. Compartía esa condición con centros como ILET vinculado al PS y CED, cercano a la DC.


CENECA tuvo muy tempranamente una impronta institucional como entidad abierta y auto exigente.

Entonces comenzó una serie de seminarios de democratización de la cultura, con los socios mencionados, bajo la premisa de recorrer tres etapas: investigar, discutir y formular políticas.

Dado que tenía un sustrato político muy fuerte, por ejemplo, en una entrevista con Tomás Peters que se puede encontrar en la página del Centro para las Humanidades de la UDP, la socióloga María de la Luz Hurtado confiesa que el mismo día en que se le ofreció la secretaría ejecutiva de CENECA, se la invitó a militar en el MAPU.

En esa misma entrevista, Hurtado reconoce que el trabajo en CENECA debía ser a la vez “creativo e integrador”.

Yo agregaría, productivo, ya que llegó a tener 120 publicaciones en su modesta presentación a mimeógrafo y portadas similares, muchas veces corcheteadas por los propios investigadores. 

Todo, incorporado al mundo virtual gracias al trabajo del sociólogo Tomás Peters, en Berlín. 


Debo reconocer que el primer texto para mi investigación en CENECA, nació a altas horas de fin de festival de la canción de Viña, en una madrugada de verano de 1974 cuando en humorista Bigote Arrocet, arrodillado en el escenario, cantó Libre...

Me pareció tan grotesco el gesto que comenzó a escribir sin destino imaginado, la suerte que habían corrido los medios de prensa luego del golpe militar, lo que se convirtió más tarde en el capítulo “El desmantelamiento de la prensa política” al que siguió “La necesidad de una prensa no oficialista” y luego, ya refiriéndome a 1976, los primeros medios no oficialistas.

De este modo, revistas como APSI, HOY o Solidaridad, nacen un año antes que CENECA pero cubriendo un ámbito ideológico muy similar: el espíritu de la reforma universitaria de 1967, su inspirador en Cardenal Raúl y su rector, Fernando Castillo Velasco, junto a una pléyade de arquitectos que lo secundaban (Ricardo Jordán, Eduardo Cuevas, Eduardo San Martín, Víctor Gubbins y otros) y un sociólogo y dramaturgo, David Benavente.

Es decir, como respuesta a dos clausuras tanto en la universidad católica -EAC, Ceren, CIDU- como en el sistema de prensa.

En ese contexto, y compartido con la experiencia de trabajo periodístico en APSI y Solidaridad, fue posible continuar la inspiración/indignación que debo a Arrocet, que finalmente se convirtió en investigación, debate y propuesta de políticas de comunicaciones para el retorno a la Democracia.


Una gentil invitación de la dictadura a dejar la dirección de APSI, bajo amenaza de ser expulsado del país, en agosto de 1981, me llevó a ser acogido por un buen amigo, en Editorial Andina, líder en revistas femeninas (editaba cinco) y venta de publicidad para ellas; de modo que pode conocer por dentro el sistema de distribución de publicaciones tanto a nivel nacional como internacional.

Incluido el entonces misterioso sistema de venta de libros en kioscos, sea de manera autónoma o complementando revistas, como ocurrió con una fina colección de libros de alto valor literario que regalamos con revista Vanidades, gracias a un proyecto de Jorge Barros, editor de Pehuén.

Antes, había aprendido una lección de un ex "quimantusino" que ahora trabajaba como gerente en distribuidora Continente, a quién recurrí cuando comenzábamos a publicar, en APSI, temas nacionales y la crisis económica nos llevó a pensar en la distribución a kioscos de la revista para complementar las suscripciones y reemplazar los casi inexistentes avisos, cuestión, muy compleja por la alta tirada -y el correspondiente alto costo que implicaba- que el colega solucionó con una frase: ¿dónde saca más votos el partido socialista? – Iquique, Antofagasta, Punta Arenas... comencé a recordar

-Entonces haremos un tiraje corto, para esas localidades.

Simple, con una tirada no superior a los tres mil ejemplares, cubrimos los kioscos de esos reductos.


A poco andar, Continente -vinculada a Zigzag- se asoció con los otros grandes editores de revistas: Lord Cochrane y Andina y crearon Alfa, que se convirtió casi en monopólica.

Allí partía semanalmente, a verificar las ventas de Vanidades, Buenhogar, Ideas, Tú, The Ring, Harper ́s Bazar y algunas más. Por cierto, aprovechaba de tener largas conversas con el gerente de Alfa, Arnoldo Croxato, y de participar de sendas reuniones habituales con kiosqueros para tomar el pulso a la exhibición, ventas y sobrantes...

Gran negocio, los sobrantes. Lo que no se vendía en Chile, partía a Uruguay, Paraguay y Bolivia. Al final, de las revistas de Andina no quedaba nada.

Como tampoco quedó nada de revista TÚ (dedicada a las lolas) cuando fui enviado a Punta Arenas a hacer un plan piloto de promoción con el regalo de un sobre de Sarah Key, que muy económicamente nos vendía un declinante (entonces) Panini.

¿Porqué Punta Arenas? Por dos razones, era exactamente el 10% del mercado nacional de venta de revistas (no de la población, que es bastante menos, sino por tener menos horas de luz solar, se lee más que en localidades más asoleadas) y había un solo gran distribuidor para toda la provincia: el refugiado republicano español Florentino Fernandez, dueño además del cine y padre del ministro del interior, Sergio Fernández.

Lo de Sarah fue un éxito y desde esa prueba, TÚ comenzó a circular con sendos sobres adheridos a la portada. 

Nada ha cambiado mucho ¿conocen el álbum del mundial de futbol, no? También de Panini.

De Punta Arenas salté a Uruguay, Paraguay y Bolivia, lugares de reciclaje de revistas de devolución. La misión era que no quedase ejemplar alguno.


Los buenos resultados, llevaron a que desde otra empresa en la que participaba Andina, me contrataron para circular en Chile “La máquina del cuerpo”, libro del famoso doctor sudafricano, Cristian Barnard, el de los transplantes de corazón. Tampoco quedó ni la muestra: primero circulamos por kioscos del 1 al 16; luego, con los sobrantes, circulamos del 16 al 1.


El prestigio y conocimiento del sistema de prensa llevó a que apareciera por Andina, el dueño de la famosa editorial Oveja Negra de Colombia, Vicente Katarain, precedido de la fama que era la editorial que publicaba a García Márquez, el que se rumoreaba habría sido uno de sus fundadores.


El proyecto era mayor: distribuir libros y solo libros en kioscos, en colecciones de cien títulos.

Así fue como me encargué, primero de promocionar -con un suplemento exclusivo en El Mercurio- los cien Best sellers ("Tiburón", por ejemplo) y luego las cien Grandes aventuras.


La aventura terminó con otra: “La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile” y 15 mil ejemplares quemados en Valparaíso, en noviembre de 1986. 

Pasó que Katarain me ofreció quedarme como representante de la Oveja en Chile e instalé tienda propia, abandonando Andina en la que aprendí mucho y me dio, además, tiempo para escribir el estudio para CENECA que nos ocupa.


Lo que no pensó mi nuevo jefe fue que al dictador no le haría gracia que enviaran desde Colombia, a mi dirección, comercial y particular a la vez, miles de ejemplares de ese libro que Littin narró al Gabo y que éste no vaciló en convertirlo en novela, como tampoco Katarain lo pensó dos veces y me endilgó, por barco, los 15 mil ejemplares.

Por cierto, no consideró que estábamos en Estado de sitio y que la autoridad militar de Valparaíso -el almirante Hernán Rivera Calderón- ordenara incautar la correspondencia dirigida a este servidor y luego, quemarla.


Me extendí en los años solicitados y llegué hasta 1986... cuando comenzaba a florecer el proyecto de diario La Época, que llegó a los kioscos en marzo de 1987, junto con Juan Pablo II, el Papa.


Allí seguí aprendiendo, llegando a ser editor de la revista semanal, gerente comercial y editor del suplemento Literatura&libros.


En este apasionante mundo del sistema de comunicaciones, nunca se termina de aprender. Lo bueno, que agradezco, es que ahora puedo compartir la experiencia con estudiosos como ustedes.


Quedo a vuestra disposición por si algo de ella les parece de interés.


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