“La fortaleza del Estado Francés está en que artistas y organizaciones artísticas están liberadas de la dependencia del éxito popular a través de las boleterías. Su debilidad es que este financiamiento asegurado a largo plazo puede derivar en un estancamiento creativo”.[1]
Que los Estados sustenten las artes es una tradición que está en la base de la cultura occidental. Muchos de los grandes trabajos del arte renacentista fueron comisionados por príncipes y Papas. En Europa hubo una gran tradición de apoyo público a las artes que hizo posible el trabajo de Rafael, Wagner, Haydn y Moliere, por nombrar sólo a cuatro.
Esta tradición tiende a apoyar las artes como parte de los objetivos generales de bienestar social. Primero fue aplicada por la Iglesia, en nombre de Dios; luego en nombre del Monarca y/o la aristocracia, y en los últimos siglos en nombre del ciudadano, así llegó a nuestro país hace casi 200 años.
Entre 1973 y 1989, durante la dictadura, el Estado se auto excluyó de sus responsabilidades en el desarrollo artístico. Paralelamente, conocimos experiencias internacionales de estados manipuladores de la cultura en beneficio de su ideología. En este contexto, advertimos que era necesario diseñar una institucionalidad cultural moderna y participativa, que superara ambos riesgos. Así nació un modelo inspirado en los Consejos de las Artes, surgidos hace más de 60 años, que actualmente existen en la mayoría de los países de Asia, África, Oceanía, en Canadá y el Reino Unido. En nuestro país se ve complementado con estímulos tributarios -aún débiles- como los existentes en los Estados Unidos.
Un modelo como el francés parece estar más en nuestro pasado que en el futuro. No obstante aún estamos cumpliendo, desde el Estado, algunas tareas pendientes como completar la dotación de centros culturales y bibliotecas públicas en todas las ciudades del país, lo que se hace con planes de gestión y sustentabilidad muy exigentes que permitirán a tales espacios permanecer en el tiempo aún en casos de una eventual nueva “desaparición” o “intentos manipuladores” del Estado.
En el siglo XXI, el desafío es un desarrollo cultural –no sólo artístico- basado principalmente en la feliz combinación del talento de nuestros creadores, los intereses de nuestras audiencias y la capacidad de nuestros gestores.
[1]Navarro, Arturo. “Cultura: ¿Quién paga? Gestión, Infraestructura y audiencias en el modelo chileno de desarrollo cultural”. RIL editores, 2006
Tengo una duda, en Argentina que tipo de modelo tiene el Estado frente a la cultura, ¿podrìa decirse que es un modelo arquitecto por su secretarìa de la cultura?.
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