11 julio 2016

VÍCTOR JARA NO MURIÓ, SOLO FUE ACRIBILLADO



Muchos años después de su muerte -43- cuando la sociedad chilena se continúa horrorizando por lo acontecido y enterándose del inicio de los juicios a sus victimarios, Luchín, una pegajosa canción de Víctor Jara, interpretada por los segundos violines de la Orquesta Sinfónica Infantil Metropolitana, en la sede de la FOJI, junto al Centro Cultural Estación Mapocho, afirmaba que el cantautor estaba presente, más que en las cuerdas, en el movimiento que ellas simbolizaban.

La escena, un examen de fin de curso, acontecía en la Sala Fernando Rosas de la Fundación, presidida por una fotografía del maestro, apoyada por un modesto catálogo de mano que recordaba los orígenes del movimiento de las orquestas infantiles de la mano del profesor Jorge Peña Hen, también sacrificado por militares que formaron parte de la fatídica Caravana de la muerte.

Lo novedoso era que los acordes no destacaban principalmente la ausencia del compositor y del director de orquesta que imaginara el movimiento musical, sino la potencia de ver, en sede propia, con un sólido marco de familiares, eficientes instructores, solventes instrumentos, respaldo institucional y político de ya seis gobiernos, cómo pequeños y pequeñas de edades de un dígito se iniciaban, entusiastas, como músicos.

Entonces, no estamos hablando de casualidades ni de talentos excepcionales. Sino de políticas culturales estables que, fruto de la perseverancia y preocupación de autoridades sucesivas, van mostrando frutos.

Está el fruto medible de las cantidades de orquestas juveniles e infantiles a lo largo del país; de las becas para instrumentistas; del impacto social que cada uno de estos jóvenes músicos tiene en sus comunidades y familias; de los innumerables conciertos presentados; de los talleres impartidos por ejecutantes y directores orquestales notables -nacionales y extranjeros-; de las donaciones privadas para reforzar el presupuesto público estable y creciente; de los vehículos de la FOJI que recorren el país portando instrumentos, atriles, amplificadores y demases para posibilitar conciertos…

Pero también está el imperceptible -o casi imperceptible- aporte que a todo esto han dejado figuras como Peña Hen, Rosas, Luisa Durán, Isaac Frenkel, José Luis Domínguez, Enrique Iglesias (que financió, en su mandato del BID, la remodelación de la sede que fuera casa de jefe de estación) y tantos otros que no se disuelven en el anonimato, sino en la satisfacción de haber contribuido a una política pública -como todas- construida con esfuerzos colectivos y miradas de largo plazo.

En tiempos en que se discute, por ejemplo, con tan poca mirada de ese plazo necesario, la política pública hacia las artes visuales, es relevante reflexionar sobre lo acontecido en otras artes, buscar quienes deben inspirarla -nunca se parte desde cero-; cuáles son las grandes instituciones que, mal o bien, han encarnado esa política; cuales los espacios que, seguramente con limitaciones, la han acogido; quienes son los principales formadores de las nuevas generaciones de artistas y audiencias, y quienes son las autoridades políticas que la van a encabezar en su vida legislativa primero y administrativa después.

Mala práctica es ignorar la historia, abominar de todo aliado institucional o político, imaginar que todo comienza hoy. Peor actitud es pensar que un descriterio particular y puntual, pone en jaque todo el debate para formular una política, como ocurrió recientemente con una galería pública abierta a todo espectador que se equivocó intentando programar una muestra “para mayores”.

Las políticas culturales vigentes en el país -Consejo Nacional de la Cultura incluido- llevaron mucho tiempo en consolidarse y, antes, en discutirse hasta lograr consensos entre incumbentes e involucrados. Su promulgación tomó a lo menos tres períodos de gobiernos, que dejaron huella. 

Es aconsejable entonces que se mantenga el camino que se recorre para formular la política  de las artes visuales -único exitoso en otras artes, por lo demás- y que no se confunda aportar con una guerrilla de declaraciones en redes sociales y medios de comunicación amantes de las cuñas, con participar en un debate serio, informado y bien conducido.

De lo contrario, los guerrilleros seguirán su camino por el inconducente desfiladero de la intrascendencia. 

Mientras Víctor y los demás continuarán inmortales.

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