04 julio 2016

EL PASTOR CHUCK HARPER Y LA LUNA DE MIEL



El 25 de mayo de 2016 falleció en el sur de Francia el pastor presbiteriano Charles Harper Jr. El 29 de junio del mismo año, un grupo de sus amigos celebramos en la capilla del Sagrario de la Catedral de Santiago una liturgia para despedirlo. Fue presidida por un Obispo y se escucharon una decena de testimonios sobre su entrega en la defensa de los derechos humanos en Chile, desde su condición de representante del Consejo Mundial de Iglesias. Hubo un relato que no se escuchó en esos sacros muros, el mío. Aquí va.


Fue una gran sorpresa, conocer -hacia 1975- a un pastor protestante, de una entrañable sonrisa y corbata. Algo no calzaba con la imagen habitual del clérigo católico, solemne y cuello redondo. Chuck representaba algo así como -se explicaba- el Vaticano de los evangélicos.

Desde entonces fue un devorador de informes privados e información pública sobre lo que acontecía en Chile. Se asegura que transmitía fielmente todo a sus mandatarios y a los organismos internacionales preocupados por los Derechos Humanos. Sus viajes se fueron haciendo habituales y la cercanía amistosa, inevitable.

Había pasado un tiempo desde que dejé el trabajo en la Vicaría de la Solidaridad para asumir la dirección de revista APSI, un proyecto surgido en ese entorno y financiado en parte por los contribuyentes que Chuck representaba.

Sin embargo, el apoyo que más recordé y agradecí privadamente en la ceremonia catedralicia fue una beca "Consejo Mundial de Iglesias" que me permitió -en noviembre de 1979- viajar a Roma a estudiar sobre Medios de Comunicación en el Tercer Mundo.

Los beneficiados éramos tres: Baloo un inquieto periodista Indio que viajaba permanentemente; un anónimo combatiente eritreo que se reponía de una herida de bala en la garganta, recibida en los incomprensibles combates que enfrentaban a su guerrilla castrista/guevarista con tropas etíopes armadas y reforzadas por combatientes cubanos y rusos, y el director chileno de APSI.

El eritreo hablaba poco -no sólo por la bala en la garganta- sino por la cautela que aconsejaba extrema prudencia en el único lugar del mundo -PC eurocomunista mediante- que podían usar sus compañeros como retaguardia. Se expresaba mejor con los rifles de aire comprimido con los que batió todos los records de las atracciones navideñas de tiro al blanco, que lo llenaron de ositos de peluche, botellas de champagne y otros trofeos feriales máximos.

Investigamos mucho en el IDOC, un formidable centro de documentación sito en Piazza Navona, creado por los obispos católicos holandeses, naturalmente desconfiados de la curia, para el Concilio Vaticano II. Luego pasó a ser financiado por el Consejo Mundial y administrado por una solidaria pareja de un ex sacerdote y una ex religiosa, socorridos por dos considerables perros pastores alemanes.

Como no eran tiempos de holgura, luego de dos meses de soledad, invité a mi flamante esposa a sumarse a esta maravillosa experiencia romana para disfrutar de la luna de miel postergada precisamente por la aparición de esta beca. Nos juntamos para el año nuevo en París y regresamos a continuar con los estudios mientras compartíamos departamento de una Condesa Húngara exiliada en Roma, prodigiosamente ubicado en Piazza Barberini. 

Era plena época de la Brigadas Rojas y la noble empobrecida gastaba gran parte de sus mermados ingresos -como nuestro arriendo- en trancas para la puerta e ingeniosos seguros para evitar que discaramos el teléfono.

Más allá de su comentario diario que me calificaban como "giovanotto coragioso" por salir a las calles de Roma después de la caída del sol, disfrutamos unos días, un par de meses, maravillosos.

Nunca tuve, ya de regreso a Chile, oportunidad de agradecer a Chuck estos derivados de su beca. Pensé hacerlo en la Catedral, pero reconozco que esos muros solemnes y la presencia del Obispo me inhibieron.

Otra ventaja de las redes sociales es esta: poder decirle a Chuck que la beca fue de gran utilidad para mi trabajo, que conocí gente maravillosa y que fuimos muy felices.

Estoy seguro que lo entenderá sin sorprenderse. ¿O no es para eso que nos puso Dios en el mundo?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario