Hace más de una década, visitando la Gare D’Orsay, con la ansiedad propia de quién asiste a algo ancestral, me encontré sorpresivamente con que, en el nivel M, la primera escultura de Auguste Rodin que aparece al visitante, corresponde a Madame Vicuña, esculpida en 1888 e identificada como la esposa del Embajador de Chile.
De inmediato, la sorpresa se transforma en adrenalina y mi memoria comenzó a emitir señales desbocadas, como si el frío rostro de Madame Vicuña hubiera pulsado una tecla misteriosa llamada algo así como Cultura-Francia-Chile: Neruda Embajador en Francia; Matta viviendo en París, Huidobro afrancesado a más no poder, Violeta Parra en el Louvre con sus tapices, Eiffel, Jecquier y la arquitectura de la Estación Mapocho, el Mercado Central, el Museo de Bellas Artes... Teatro: Andrés Pérez, Axel Jodorowsky, Mauricio Celedón, Claude Lelouch y Ariadne Mnouchkine visitando a los prisioneros políticos chilenos en plena dictadura; los Padres Franceses y el padre Damián muriendo de lepra en Molokai; las protestas callejeras contra los ensayos nucleares en Mururoa, las últimas realmente masivas del siglo XX en Chile. Empresas francesas construyendo el Metro, Santa Augusta y refugios en la nieve; Carlos Altamirano paseando, renovado y culto, por París; los más enraizados mitos infantiles desde Frere Jacques, papá Noel y que las guaguas vienen de París hasta los patrióticos que hablan que nuestra bandera es la más bella del mundo, pero que la canción nacional perdió la final... con la Marsellesa. Y la presencia en la gastronomía - el pot pourri – o en la perfumería - el pat chouli. Pasando por el papel histórico de la franc masonería en nuestra independencia nacional y la inolvidable recepción al general De Gaulle cuando desembarcó, enorme y caqui, en el puerto de Valparaíso, aclamado por miles de escolares. O la mezcla de desagrado y admiración que producía entre los franceses Marcelo chino Ríos en Roland Garros.A qué seguir. Algo pasa entre nosotros que si bien no somos los franceses de América latina, si somos los afrancesados de nuestro continente. Quizás por eso, nos importan las diferencias en el terreno de las políticas culturales que comenzaban a ser cada vez más evidentes. Mientras Francia parece ir en contra de la propensión universal de ir eliminando los gastos públicos en el arte y aumentar la participación privada en el financiamiento cultural, Chile está desarrollando un modelo bastante diferente, pero con el corazón y muchas veces los ojos puesto en Francia. Es lógico, un país que ha invertido tanto, históricamente, no puede haber dejado de influir en la formación del mundo del arte y la cultura de países de ultramar, entre ellos, Chile.
Colegios, códigos napoleónicos, institutos binacionales, becas, estadías - forzadas a no - de creadores chilenos en Francia, sacerdotes misioneros, arquitectura, infinidad de elementos han contribuido a que los chilenos de las generaciones mayores compartamos con Francia un amor por la inversión pública en cultura. Pero, malas experiencias con la intervención estatal en esto y otros rubros, la corriente privatizadora universal, los logros del mercado en las más diversas áreas, la convicción de algunos gestores culturales que toda fuente de financiamiento única a la larga restringe la libertad de creación, ha llevado finalmente a que predomine el sentimiento de que para financiar la cultura deben participar básicamente sus beneficiarios, esto es, la gente, el público, los usuarios, las audiencias, los participantes, o como se convenga en llamar a quienes disfrutan de la creación de nuestros artistas.
No existe más el gran papá que decide lo que es bueno que los chicos vean y entregue los recursos para que así sea. Somos los chicos quienes deben resolver el qué ver y por los medios más objetivos posibles, a través de proyectos, de gestores culturales, de marketing, en fin, de técnicas modernas que finalmente debieran expresar el resultado de esa ecuación compleja entre la obra de arte, la audiencia que la aprecia y los medios para llegar a ese público.
No cabe duda que Francia, nos acaba de dar otra lección. Más allá de su impronta arquitectónica y artística, solidaria y creadora, sus ciudadanos, en las calles, nos han devuelto la esperanza de que aún tenemos mucho que aprender de la República, golpeada pero no doblegada.
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