23 mayo 2022

BABIECA, TIZONA y CUNCUNA

 


Prólogo al texto "La revolución del libro infantil chileno", de Claudio Aguilera y María Isabel Molina, que forma parte de la caja que editó le Editorial USACH, en mayo 2022, con la reedición de cinco ejemplares de Cuncuna de Quimantú.

Una de las lecturas favoritas de mi infancia fue ‘El cantar de mio Cid’, más por su persistencia y actos heroicos aún después de muerto, que por el contenido de su gesta. La imagen de don Rodrigo, su espada Tizona y su caballo Babieca, me impresionaron por esa dosis de inmortalidad que, aún, los acompaña.

Fue uno de los tantos personajes que se me cruzaron por la mente -junto con Papelucho y Naricita, de Monteiro Lobato; don Quijote y Sancho; Papelucho y tantos más- cuando, repentinamente, Tomás Moulian, en 1971, me espetó que deseaba que me encargara de los libros infantiles. 

Habría sido solo un buen consejo de un amigo y maestro, si está breve escena no hubiese acontecido en la oficina del director del Departamento de Libros de la Editora Nacional Quimantú.

Acepté de inmediato, casi sin apreciar la frase que seguía “y los textos escolares”. Tenía 20 años y me consideraba un conocedor reciente de aquellos pedagógicos libros, de dudosa utilidad, en algunos casos. Solo que la frase implicó que en tres años debí encargarme de la producción de varios millones de ejemplares. Pero ese es otro cuento.

Los cuentos que hoy nos ocupan, en estricto orden de publicación, son:

La flor del cobre

El gigante egoísta

La guerra de los yacarés

El tigre, el brahmán y el chacal

Los geniecillos laboriosos

Emergidos de las entonces clásicas plumas de Marta Brunet; Oscar Wilde; Horacio Quiroga; la sabiduría hindú, versionada por Linda Volosky, y los hermano Grimm. Todos encarnaban perfectamente los valores de Democratizar (así, con mayúscula, como le gusta a Gabriela Mistral) la cultura, que buscábamos en Quimantú.

Solo me correspondió editar los maravillosos textos y escogerl el pincel del ilustrador que los pondría en cariñoso vinculo con niñas y niños: Guillermo Durán, GUIDÚ, en dos casos; Guillermo Tejeda; Renato Andrade, NATO, y Jalid Daccarett. 

Tres de ellos eran de la casa, tal como los compañeros del taller que me aconsejaron sobre el tamaño y tipo de letra; el grosor y brillo del papel; el formado apaisado de los libros, y la forma de ahorrar tintas usando el color aplicado, en cuatro y dos colores por  lado.

También encontré en Quimantú, en manos de la diseñadora María Angélica Pizarro y su grácil manejo del Letraset, el logo y luego el inolvidable nombre de Cuncuna. Apelativo que muy pronto formó parte de las publicaciones favoritas de los trabajadores de la empresa, e incluso, me alcanzó como sobrenombre. 

Si, Cuncuna fue una gesta colectiva, en la que participamos muchos compañeras y compañeros de la editora estatal. Como toda gesta, como la de don Rodrigo Díaz de Vivar, permanece en el tiempo, reaparece -y reaparecerá- con la misma vitalidad de su nacimiento, recordándonos que había una vez en Chile, por allá por los años 1970, un Presidente que declaró que en su gobierno “los únicos privilegiados serán los niños”.

Hoy, Babieca vuelve a galopar, con Tizona convertida en una pluma generadora de cuentos y su jinete, inmortal, lleva ahora en su escudo, una Cuncuna.


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