Hace diez años, en 1986, una ignominiosa pira puso a Valparaíso y a Chile en las portadas de la prensa mundial. Su contenido: quince mil ejemplares del libro-reportaje del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez llamado “Miguel Littin clandestino en Chile”.
La inaudita orden la despachó el jefe de Zona en Estado de Sitio, almirante Hernán Rivera Calderón. La cumplieron funcionarios de Investigaciones, a pesar de las múltiples gestiones del consulado de Colombia en Chile y la editorial Oveja Negra para que los libros -prohibidos después de que su importación fuera autorizada- fueran reexportados.
Tampoco fueron escuchadas las protestas de la Cámara del Libro ni de los pocos chilenos que en ese tiempo -plena dictadura- se preocupaban de la libertad de expresión.
Definitivamente quedó, para quienes lo hicieron, el oprobio de haber incinerado, a fines del siglo XX, la obra de un Premio Nobel y para quienes debimos padecerlo, la firme esperanza de que -como país- habíamos aprendido la lección y algo semejante de ningún modo volvería a ocurrir.
Con estremecimiento, he leído en la prensa que se planea incinerar toneladas de revistas calificadas de pornográficas, en una truculenta historia que también comenzó en Valparaíso, que parece estar bajo una especie de zona en estado de sitio espiritual.
Creo que retornar a las piras es el peor camino. ¿No podemos los ciudadanos mayores de edad decidir lo que leemos? ¿Desconfían las autoridades espirituales de la formación que, a través de escuelas, colegios, universidades, medios de comunicación, ellos mismos entregan a la población?
Encomendarse a determinados censores que vigilen lo que podemos ver, escuchar, mirar o leer provocará una mayor relajación de las costumbres pues los criterios individuales para discernir lo que es correcto y lo que no, terminaran por atrofiarse.
Espero que poderes tan terrenales como la justicia y la autoridad política tengan sensatez para evitar tan infernales prácticas. En ello, sin duda, pueden contar con el apoyo de la ciudadanía.
Esta columna fue publicada, con similar título, por La Tercera, el 10 de julio de 1996. La imagen que la ilustra pertenece a El Mercurio de Valparaíso del 25 de enero de 1987, cuando se dio a conocer la noticia en Chile, casi dos meses después de que ocurriera, el 28 de noviembre de 1986.
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