Fue la primera vez de una larga vida en que viajamos, con una pareja de amigos, en su motorhome, atraídos por el fenómeno natural que sigue -a decir de los lugareños- como premio, a los desbordes que causan graves destrozos debido a las inundaciones provocadas por las intensas lluvias del invierno cordillerano.
Primero, dormimos en un protegido camping ubicado en medio de un Parque Nacional que bordea el Océano Pacífico, en las cercanías de Huasco: los Llanos del Challe. La noche fue tranquila, a pesar que fuimos vecinos de un amplio campamento de un colegio de quinceañeras que guardaron un sorprendente buen comportamiento.
La segunda noche nos esperaba en Bahía Inglesa. Luego del pertinente asado (la parrilla y sus aditamentos tiene privilegiado lugar en el motor... ) di unas vueltas por el enorme terreno arenoso, prácticamente desierto y comprobé la soledad de los amplios baños comunes. Parecía que el único estropicio serían un par de copas quebradas por una mala maniobra gimnástica. Los afanes de emular a Bolaño quedarían para el día siguiente.
A media mañana, comenzaron a aparecer algunas personas -pocas- vistiendo unas poleras de la selección Argentina... nada extraño, en vísperas de un caluroso mundial de fútbol. Al regreso del almuerzo, en uno de los competentes restaurantes de Bahía Inglesa, los "argentinos" ya eran multitud, y... no eran argentinos. Una playa "del chuncho" convenientemente ilustrada en una roca del vecino balneario, había despertado alarma futbolísticas: eran hinchas de Magallanes.
No recuerdo haberlos visto en esa cantidad las veces que me tocó compartir alguno de los "programas dobles" en el estadio Nacional, donde la vieja academia solía animar un armonioso preliminar que antecedía un segundo partido menos musical y más gritón.
Ya en la piscina del camping se hicieron escuchar, también en la playa vecina, en los baños colectivos y donde quiera que alzara la vista. Eran muchos, muchas, jóvenes, viejos, entusiastas de mediana edad, que fue imperioso investigar.
Se trataba de que Magallanes, equipo de segunda división del futbol profesional chileno, estaba al borde de ascender a primera y esa noche esperaban celebrar tan magno acontecimiento que coronaría 36 años de ausencia, jugando en la vecina Copiapó.
La "barra oficial", banda incluida, había optado por viajar de noche, pasar el día en Bahía Inglesa, relajarse, beber algunas cervezas, darse un ruidoso chapuzón y luego una reparadora ducha para luego subir a los buses que los llevarían -si triunfaban, como estaban seguros- a acceder a la serie de honor.
El regreso a Santiago, sería esa misma noche, saboreando, esperaban, el dulce sabor de la victoria. Contagioso entusiasmo. Varios celulares entonaron -youtube mediante- el "Manojito de claveles" mientras la fervorosa hinchada caminaba sin prisa, pero sin dudas, hacia los buses que se dirigirían al estadio de Copiapó.
Los despedí con su misma convicción, les deseé suerte y respondieron que, en el peor de los casos, celebrarían el siguiente partido, en su estadio de San Bernardo.
Ni Bolaño habría imaginado que pasó lo peor, "fueron saqueados" y luego de ir venciendo dos por cero, terminaron empatados a dos y la angustia se prolongó otras dos fechas. Por cierto, esa noche, el asado se acompañó de la transmisión del encuentro en Copiapó y acompañamos más adelante, vía radial, a la vieja Academia hasta que finalmente pudieron celebrar junto a toda una comunidad futbolera que recibió la noticia con tanta alegría como esos sacrificados hinchas que viajaron dos noches seguidas.
El campeonato del equipo ostentador del lema que "en el mundo no hay pinceles para pintar sus colores" ha pegado fuerte, periodistas deportivos, escritores -como Ramón Diaz Etérovic y su policial personaje, Heredia- han manifestado su alegría sincera.
Ocurre que hacía tiempo que desde las canchas no venía una noticia de las buenas: partidos suspendidos por falta de estadios o por fuegos artificiales lanzados desde las tribunas; encuentros sin presencia de la barra visitante debido a su reiterado mal comportamiento, y una serie de desaciertos directivos que nos han llevado cerca de la crisis y lejos del próximo mundial.
Es que, quizás, Magallanes ha encarnado la esperanza de que, pese a todo pueden venir tiempos mejores. El adelanto para ello pareció provenir de un camping, de esos que Bolaño cuidaba con menos esmero que pasión por aprovechar la tranquilidad de la noche, para escribir. Bien hecho, Roberto.
En una de esas logras que Magallanes gane la Copa Chile.
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