31 agosto 2016

JOSÉ BALMES, ¿PINTOR ESPAÑOL?




La desafortunada descripción del recientemente fallecido José Balmes, por parte de la prensa local, como "pintor español" coincide con la publicación por Editorial Universitaria del estudio "El ADN de los chilenos y sus orígenes genéticos", que afirma: "la sangre nativa y europea se reparte casi por igual entre los chilenos", es decir, que durante la conquista el proceso de mezcla fue entre mujeres indígenas y soldados españoles; con lo cuál Pep (en su catalán natal) puede considerarse una metáfora de nuestros orígenes y parte de aquellos europeos que a juicio del reciente Premio Nacional de Ciencias Naturales, Francisco Rothhammer, "introdujeron cambios irreversibles en nuestra geografía genética y cultural".  


Desde luego el principal aporte de Balmes es cultural, pero no fue "pintor español", sino un artista formado en nuestras universidades, que nació en Montesquiu, Cataluña, acogido por nuestro país a los 12 años, exiliado de su patria, asolada por el franquismo. Incluso, recibió la nacionalidad chilena y el Premio Nacional de Artes Plásticas 1999.

"Todos los chilenos tenemos un porcentaje alto de sangre amerindia, en algunos hay un poco menos y en otros un poco más", afirma la genetista de la U. de Chile, Soledad Berríos. La asimetría mayor se observa al comparar la herencia materna con la paterna. En la primera, la prevalencia de genes nativos americanos es cercana a 90%. En cambio cuando se observa el cromosoma Y, heredado del padre y solo a los hijos varones, la presencia europea alcanza a 90%.

Rothhammer, genetista de la U. de Tarapacá, ha estado interesado desde sus inicios científicos en la microevolución de las poblaciones originarias americanas, que evolucionaron independientemente durante 16 mil años hasta la llegada de los conquistadores europeos. Para él, los nativos chilenos mostraban una amplia heterogeneidad: "No eran todos de un grupo, sino que tal como ahora prevalecen, por un lado, los grupos de habla aimara en el norte y, en el sur, los de habla mapudungun. A esos grupos se agregan otros que llegan desde el lado argentino, por lo menos a nivel del Valle de Elqui, y especialmente en la Región de Los Ríos, donde hay bastante comunicación a través de la cordillera de Los Andes porque es muy baja". 

Un país multiétnico y multicultural en el cuál es posible y necesario reconocer matices e historias diversas.

La afirmación de que se trata de un "pintor español" oculta de Balmes el doble exilio, su catalanidad, su militancia comunista hasta la muerte y su compromiso con las causas populares. Como por ejemplo, la obra donada por él que ilustra el libro POR QUÉ NO, editado en 1988 por el Comando del NO, para recoger los testimonios de la abrumadora mayoría de escritores chilenos que fundamentaban públicamente su voto en el inminente plebiscito del 5 de octubre: una página del opositor diario La Época que informaba sobre detenidos desaparecidos sobre la que Balmes escribió a trazos gruesos y urgentes "NO +".



"Pasamos más de treinta días en el mar -narra Balmes sobre su arribo a Chile-, era de noche en Valparaíso cuando llegamos, toda la bahía estaba iluminada y casi nadie se movió de cubierta hasta el amanecer. Había sol de primavera ese 3 de septiembre. En tierra, rostros y manos nos decían su amistad, su bienvenida; después de mucho tiempo, sabíamos nuevamente el significado de un abrazo. El tren nos llevó pronto a Santiago, y al paso lento de las estaciones, gente que no conocíamos, nos entregaban rosas y claveles. Al anochecer, miles de hombres y mujeres nos esperaban en la estación Mapocho".

Es uno de los párrafos más notables que conozco de Balmes, parte del discurso con que el Consejo Nacional de la Cultura y el intendente porteño, Luis Guastavino, conmemoraron en 2004, los 65 años de la llegada del Winnipeg al muelle Prat de Valparaíso, con una placa en el lugar que los refugiados de Neruda habían pisado tierra chilena por vez primera.

Discurso y placa fueron acompañados por una intervención artística de Balmes y muchos de los presentes que, lápiz en mano, plasmaron sus sensaciones respecto del hecho conmemorado.



Otro momento digno de recordar es el relato -cuando recordaba la extensa trayectoria de las institucionalidades culturales improbables en Chile- sobre su entrada al palacio de gobierno cuando el Presidente Carlos Ibañez del Campo (1952/1958) invitó a La Moneda a un grupo de artistas para estudiar la creación de una institucionalidad cultural.

- Ahora sí que sí, pensaban.

Como es sabido, debió pasar más de medio siglo para que el país tuviera un Consejo Nacional de la Cultura, el que integró Balmes, desde el minuto uno, como representante de los Premios Nacionales, designado por sus pares, que tienen un asiento permanente en su Directorio Nacional. Fue el primer elegido de sus once integrantes. Después vendrían los representantes de la sociedad civil, de los rectores y los funcionarios públicos.

Con Balmes debutamos en la sesión constitutiva realizada en el Museo Baburizza, en enero de 2004, junto a los Ministros de Educación, Relaciones Exteriores y Presidente del CNCA, José Weinstein y los consejeros Humberto Giannini, Drina Rendic, Santiago Schuster, Agustín Squella, Enrique López y Paulina Urrutia, que luego sería Ministra.

La anécdota con Ibáñez era traída a colación por Balmes cuando padecía cada reunión del Directorio Nacional que sesionaba, provisoriamente, en los vetustos salones del Club Alemán de Valparaíso, bajo la amenazante mirada de varios kaiser y führer que colgaban de sus paredes cubiertas por blanquinegras fotografías. No era cómodo para una víctima del fascismo como Balmes, sesionar en tal entorno.

Como eficaz antídoto, Balmes se concentraba en sus apuntes, revisándolos acuciosamente y, a la vez, haciendo retratos a lápiz de los otros consejeros. Al terminar su periodo, regaló fotocopias de esos trazos.

Otra contribución de Pepe Balmes a registrar la historia de las políticas culturales en Chile que, como sabemos por él, tiene más de medio siglo. Y que deberemos empeñarnos en mantener a flote, para que las ligerezas de nuestros poderes fácticos no las depositen al fondo del olvido. Así como han pretendido ocultar nuestros genes indígenas.

NO +, dibujaría Pep.

29 agosto 2016

CHILLÁN, CIUDAD DE MOVIMIENTO (CULTURAL)



Trenes, murales mexicanos, vecinos organizados en torno a su patrimonio, gastronomía tradicional, sedes universitarias activas, diarios de buen nivel… Podría ser una descripción convencional de Chillán, ciudad que ha sabido coexistir con su pasado y planificar, sin prisa ni pausa, su futuro. Hoy, éste se aproxima a paso firme que la lleva a convertirse en capital regional de Ñuble, con un flamante centro cultural en plena Plaza de Armas. Allí se desarrolló la reciente Convención organizada por el Consejo Nacional de la Cultura.


Ello significó una caravana de casi doscientos gestores, autoridades y consejeros venidos de todo el país, la mayoría de ellos en un nostálgico tren, revestido de homenaje al poeta Gonzalo Rojas, que dejó los maltratados rieles de la Estación Central de Santiago al mediodía del jueves 25 de agosto. Al encaminarse hacia el sur, fueron abordando el convoy directivos regionales de O’Higgins, Maule, mientras los de otras regiones debieron padecer la intranquilidad del avión, doblemente contrastante esta vez, con la placidez del ferrocarril.


Todos, sin excepción, traían la demanda que con alta probabilidad ocupará la formulación de las políticas culturales para el próximo quinquenio: la descentralización. Ella, junto a la aspiración de un mejor desarrollo humano y a la ya habitual inquietud por el cuidado y divulgación del patrimonio, ocuparon la mayor parte de las temáticas expuestas por los delegados en el momento de la participación, hábito que ha llegado para quedarse en el Consejo.



No pasó inadvertida la inquietud de muchos consejeros por el derecho a la cultura, subrayado por el Ministro Ottone en su discurso de cierre de la convención, y que había sido precisado por el expositor Grinor Rojo en su ponencia: "Cultura no es algo que no tengamos, respiramos cultura; podemos aspirar al derecho a una cultura de calidad". O, como se aclaró en una de las comisiones: lo que se debe ambicionar es el derecho a participar en la vida cultural, como consagra la declaración universal de los derechos humanos de Naciones Unidas. No son comparables el derecho a la cultura, que forma parte de nosotros con el derecho a la educación o a la salud, que es un deber del Estado, aclaró el profesor Rojo.



Los aportes de los consejeros presentes tuvieron un doble envoltorio que, coherentemente, arropó la convención anual: las exposiciones de expertos y las visitas patrimoniales a la ciudad sede.



Entre las primeras, una sólida conferencia del último ministro de cultura de Dilma Roussef, Joao Silva Ferreira, quien reforzó su experiencia con el relato de aquellas iniciativas interrumpidas por la acusación que acabó con el gobierno que integraba y culminó su charla con un vídeo, siempre emotivo y reforzador, del ex presidente uruguayo José Mujica.



Destacó también el diagnóstico del sociólogo Tomás Moulian -”no hay consumismo sin culto al dinero” y “el mall es el nuevo museo o lugar de exposición de los bienes deseados y a la vez, paseo donde la familia va a entretenerse”- junto al llamado a articular “múltiples movimientos culturales con carácter ideológico, es decir que tengan un proyecto país, que aún siendo de largo plazo deben movilizarnos, sin caer en el catastrofismo, para cambiar la cultura mercantilizada”.



El premio nacional de historia 2012, Jorge Pinto, reflexionó sobre el carácter centralizado de Chile, logrando descubrir, fruto de su propia experiencia vital, cuatro identidades en diferentes espacios del territorio nacional: la pampina, forjada por la herencia indígena, los estados nacionales de la post guerra del Pacífico con incrustaciones del cristianismo de Oriente, lo que produce una identidad pluriétnica y multiracista que contribuye a generar el fuerte movimiento sindical pampino. El norte chico ha determinado la que llama identidad del desarraigo, forjada en los valles cuyos habitantes van y regresan conforme a las necesidades de la agricultura o la minería y que constituyen una cultura festiva de despedidas y bienvenidas múltiples. La tercera identidad, para Pinto, es Valparaiso, "puerto de nostalgia" al decir de Salvador Reyes, que consagró al mar como “la patria de todos los soñadores”, que en los años sesenta agregó su carácter de ciudad universitaria, que hoy lucha por evitar convertirse en una mole de cemento. La cuarta es la Araucanía, forjada por abusos y atropellos, con mucha violencia cuyas víctimas son tanto mapuches como campesinos y migrantes que, a la postre se refugian, cada uno en su propia identidad.



Con su habitual perspicacia, el sociólogo Manuel Antonio Garretón se preguntó "¿A qué desafío debe responder el nuevo Ministerio? Al qué queremos ser como sociedad", se respondió, agregando que es necesaria una nueva amalgama social luego que la anterior -la política y sus partidos- ya no cumple ese rol. Advirtiendo que ese proceso pasa por avanzar "enfrentando los poderes de una prensa no plural, la dominación económica sobre las ciudades, y fomentando el intercambio interregional e intraregional.



El entorno chillanejo, con actividades en el centro de extensión Alfonso Lagos de la Universidad de Concepción y la emblemática escuela México con el mural de David Alfaro Siqueiros “Muerte al invasor” consideró también visitas guiadas al tradicional mercado y al barrio ultraestación. Allí, sus vecinos apoyados por el programa municipal de patrimonio, han construido un formidable relato de su sector, segregado de la ciudad por la vía férrea, que se resiste a decaer y mantiene vivas algunas chicherías y vinerias que conservan en la memoria los buenos viejos tiempos en que fuera conocido como Villa Alegre, que alberga la casa donde vivieron, niños, los hermanos Parra y donde aún es posible escuchar una canción tradicional y degustar churrascas y café de trigo.



Los visitantes pudieron además disfrutar de manifestaciones escénicas “externas” como la Contadora de películas de la compañía Teatro Cinema, animada por Juan Carlos Zagal, también expositor de la rica trayectoria de su compañía, y la original cocina publica del Teatro Container que expuso un almuerzo masivo y participativo que permitió a los convencionales disfrutar de una novedosa experiencia a la que contribuyeron cocinando con sus propias manos.



El regreso, en el mismo tren engalanado con Gonzalo Rojas, fue desgajando delegados en las estaciones intermedias y dejó en los participantes el desafiante mandato de poner a la descentralización con todos sus bemoles en el centro (¿será esa la palabra?) de la construcción del desarrollo cultural en los años venideros y a la vez, insertar a la cultura en el corazón del debate nacional.



En efecto, ya no aparecieron en esta convención los temas que desvelaron sus primeras versiones: Infraestructura, Gestión, Audiencias, Financiamiento. Son tarea resuelta por un Consejo Nacional de la Cultura maduro que asoma en condiciones de introducir la Cultura en las políticas Públicas de interés general.



El Consejo Nacional de la Cultura participativo y vinculante que ha superado las etapas de crecimiento, sale fortalecido de su convención anual y se dispone a resolver los últimos nudos institucionales pendientes como son aquellos de la reformulación del sector patrimonio, por la vía de un ministerio.



En los sitios de la conversación informal de Chillán y en los vagones del tren de Rojas quedó una inquietud en más de algún consejero ¿será el ministerio, no vinculante y más rígido que un consejo, la mejor fórmula institucional para profundizar la descentralización, la participación y los demás temas acuciantes del futuro cercano que surgen como mandato de esta convención?



De pronto parece que el tren ministerial y centralizado va para otra parte.


24 agosto 2016

POETA PREMIADO CAMINANDO POR LA REINA


Hasta ahora, la pequeña y comparativamente pacífica comuna de La Reina, en los prolegómenos cordilleranos de Santiago, tenía una vaga imagen cultural. La fuerza de la arquitectura -humana y edificada- de Fernando Castillo Velasco la hacía ver más como una localidad de amables conjuntos habitacionales que sede residencial de creadores notables. El 24 de agosto de 2016, una mañana gris, esa situación cambió drásticamente: dos premios nacionales de artes -literatura y música-, recién galardonados, ya transitan por sus arboladas calles.




Manuel Silva Acevedo y Vicente Bianchi, vecinos de La Reina, recibieron similar noticia el mismo 23 de agosto. Bianchi llenó portadas por lo tardío del premio y lo avanzado de su edad, lo que en caso alguno lo desmerece. Seguramente reabrirá su caso el viejo debate entre música docta y popular, que no hace más que ratificar la necesidad de renovar los criterios de premiación.


Tal como, acertadamente, declara Silva desde su coyuntural tribuna ministerial, debería premiarse por aparte la poesía y la narrativa. Lo que no es desdeñable, sobretodo en un estado de ánimo nacional -tan reiterado como predecible- de depresión post Olimpiada de Rio de Janeiro.


Los ganadores de tales antiguos juegos se vinculan obviamente a las fortalezas de cada nación. Los africanos estimulan a sus corredores, de interminables piernas; Argentina promueve a sus deportistas colectivos, nacidos en una sociedad en que la vida en común es proverbial; los colombianos acuden a los fuertes músculos de sus pedaleros; chinos y otros orientales se refugian en sus tenistas de mesa, y Estados Unidos se vale de sus gigantescos jugadores de baloncesto...




Mientras en Chile, seguimos apostando por el deporte individual a la espera del milagro. Vale más un atleta que gana dos medallas que dos que ganan una... Otro signo de los tiempos del valor del éxito personal sobre el social, que tanto daño ha causado, desde la educación a las pensiones.


Sin embargo, en el caso de la poesía -único escenario en que hemos sido bicampeones mundiales- sigue existiendo el porfiado colectivo. Casi dos decenas de candidatos al reciente Premio Nacional; un galardonado al que de inmediato se le asocia a su grupo de origen, como Silva Acevedo con la generación del 60; un tren del metro recorre raudo la populosa línea dos, travestido de Gabriela Mistral; un poeta -Zurita- que hace recitales en el Centro Cultural Matta con la banda rock González y los asistentes y tiene gran repercusión en Buenos Aires...


El gesto no pasó inadvertido y Zurita alcanzó el viernes 12 de agosto la portada de la revista Ñ, que no trepidó en proclamarlo candidato al Premio Nobel: "Con la facilidad que han demostrado los poetas chilenos –recordemos a Gabriela Mistral y Pablo Neruda– para birlarles el Nobel de Literatura a narradores de todas las latitudes, no debería sorprender que Zurita fuera el galardonado este año, o el próximo".


Con tales espectativas, no sería un despropósito premiar separadamente a los poetas, todos los años quizás, dejando la bianualidad para los narradores, al menos hasta que alcancen la altura de los y las poetas.


En el entretanto, sigamos, como sociedad, disfrutando y queriendo a nuestros poetas, tanto en el cine, con el Neruda fugitivo amparado en el vigor colectivo; como en la música de los Asistentes que acompaña a Zurita, y en la calle Pricipe de Gales que entre bancos, farmacias y restaurantes "en progreso" ahora recibirá con su paso tranquilo y abrigo cordillerano al nuevo Premio Nacional, Manuel Silva Acevedo.

Un gran premiado.

11 agosto 2016

GAEL GARCIA, NERUDA Y LAS PELICULAS DE VAQUEROS


Vanas discusiones sobre el nivel de apego a la realidad -o no- de "Neruda", han recibido al estreno de la película de Pablo Larraín que lleva el nombre del premio Nobel. Cada una de ellas me recuerda al azorado alcalde de Sierra Gorda irrumpiendo en plena filmación de una película de James Bond, en protesta porque la cinta identificaba a su ciudad como un poblado boliviano, con sendas banderas del país que alguna vez dominó ese territorio.


Que el alcalde chileno no entendiera la distinción entre realidad y ficción, no parece serle exclusivo. Muchos han comenzado a reparar rasgos del Neruda de la pantalla que no coincidirían con el galardonado vate de carne y hueso. Ya habíamos escuchado insinuaciones semejantes en otra creación de Larraín: "No". Además del director, la cinta sobre la gesta plebiscitaria comparte con Neruda, su co protagonista: Gael García Bernal.

Lo que llama la atención es que ambos roles que encarna el actor mexicano son similares: el cowboy o, más castizo, el vaquero. Es decir, el jovencito de los western estadounidenses que, solitario, acomete contra los malhechores utilizando los más diversos e improbables medios de transporte, una patineta, en No, una moto despojada de su sidecar, en Neruda.

En ambos casos, finalmente gana aunque el perseguidor de Neruda además, se apropia de una recompensa aún mejor: el protagonismo del filme. En la pantalla y en la publicidad.

Muy original es enfocar el reducido episodio de la vida de Neruda desde el punto de vista de su perseguidor, reduciendo, legítimamente, a un desafío individual lo que la historia ha registrado como la persecución a una ideología determinada y a los militantes de un partido político específico.

El filme no se queda en los lugares comunes del "presidente traidor" o el "poeta heroico" sino que penetra en la problemática de un policía que aspira a dar sentido a su vida y demostrarse sus propios mitos como aquella escena en la que intenta reflejarse filialmente en la estatua del fundador de la policía chilena.

Curiosamente, el personaje de Gael García parece tener más contenido épico en Neruda que el publicista vaquero de No, que se auto define más bien como un profesional eficiente.

Allí también queda en segundo plano la gesta colectiva de una ciudadanía que supero el miedo, hizo campaña, vigiló votaciones y celebró como nunca; tal como queda en segundo plano la innoble persecución digitada desde La Moneda que se va invisibilizando tras un atractivo juego del gato y el ratón en que el poeta manipula a su persecutor, hasta el paroxismo final en que presenciamos -literalmente- una notable escena de western con jinetes, caballos, disparos, vigilancia oculta desde los bosques y dificultosas caminatas en la nieve (eficaz reemplazo del sofocante desierto del lejano oeste estadounidense).

Nadie en su sano juicio podría exigir a Larraín que satisfaga todas las exigencias de nuestra historia, ni verosimilitud en los siempre controvertidos episodios políticos. Ya lo están acometiendo Jorge Baradit, Guillermo Parvex, Rafael Mellafe, Mario Amorós y tantos otros narradores ocupados de revisar nuestra historia tradicional, con sorprendente acogida entre los lectores.

Lo que sí podemos es advertir que la historia se puede mirar tanto desde la perspectiva de sus héroes como desde aquella de los movimientos sociales. En la primera opción el riesgo es acercarse a las entretenidas novelitas de vaqueros -como la colección Texas Ranger, primeros mini libros de nuestros quioscos, junto a Corín Tellado- de indudable éxito y atractivo para no pocos noveles lectores que sin duda pasarán a obras mayores.

El segundo camino es más complejo y farragoso, contra cíclico en estos tiempos de individualismo exacerbado y redes sociales que pueden hacer creer a muchos que las relaciones virtuales bastan y los pueblos se convocan por tuiter. Ha sucedido y los resultados son trágicos, la primavera árabe y Podemos, en España, son un par de ejemplos.

El Neruda de Larraín se mueve en las circunstancias del vaquero heroico y el perseguido mordaz, sugiriendo contextos históricos muy reales en paisajes notables, con actuaciones eficaces.

Gran película que, pudiendo verse desde diversas miradas, debe verse. Un imperceptible homenaje a Neruda que hace muchos años respondió la pregunta de cuándo habría buen cine chileno, con un "cuando haya mal cine chileno".

Llego el momento del bueno y esta película es un ejemplo.

03 agosto 2016

POLITICA PUBLICA, DOS FUNERALES Y UNA LEY



Quiso la diosa de las coincidencias -de las sincronías, diría Lola Hofmann- que un mismo día, el 2 de agosto de 2016, convergieran cuatro sucesos de muy distinto carácter: dos funerales, una interpelación ministerial y una ley cultural. Los escenarios son diversos, también las ciudades donde acontecieron.



En las primeras horas, sus amigos, muchos, despedían en Santiago, a un actor señero del ICTUS. No cualquiera sino uno de aquellos que desde su talento histriónico sirvió a la política como conductor de un Programa de TV emblemático de debate respetuoso y audiencia masiva en noche de domingo. El espacio se fue deteriorando, en paralelo a la calidad de nuestra democracia, hasta desaparecer junto con ella de la pantalla.


En la tarde, en Chillán, sus amigos, pocos, despedían a Ciro Vargas, un periodista que vivió 92 años; fue actor pero lo sedujo el micrófono más que las tablas y recorrió los estudios de La Discusión, Portales (cuando fue “primera de Chile”), Chilena (cuando fue perseguida) y terminó con onda propia en la virtual Radio Arcoiris “una emisora on line, artesanal y sincera, que demuestra que no le temió a las nuevas tecnologías y que avanzó con los tiempos” como recuerda su colega Miguel Ángel San Martín.


Jaime Celedón, el actor que partió desde Santiago, fue acompañado de ex Presidentes. Vargas, mereció en su partida la mención, en algún discurso, del ilustre coterráneo que lo impulsó a trasladarse a Santiago, a su querido diario Última Hora, José Tohá.


Es de esperar que alcanzara a enterarse de que Chillán estrena en los próximos días, con una Convención Nacional de la Cultura, un Teatro Municipal, por décadas anhelado. Sí se enteró que luego de una correcta postulación como sede del Consejo Nacional de la Cultura, en 2003, su ciudad natal quedó como vice campeón, a manos de Valparaíso, mismo lugar, mismo parlamento que el mismo 2 de agosto aprobaba en primer trámite la ley que introduce los primeros cambios al logro del 2003.


Esta vez no hubo vice campeones, solo una casi unanimidad (109 vs 1 abstención) que refleja una transversalidad que hoy pocos logran en política.


Es que las políticas públicas culturales no despiertan pasiones de coyuntura porque hace ya unas décadas se consagró la formación de hábitos y la promulgación de políticas de largo plazo y vocación de Estado, como la manera de lograr comportamientos estables que avanzan por los senderos de los acuerdos.


Lo que no ocurrió esa tarde en igual sala de diputados que escuchaba la interpelación de una parlamentaria de oposición a una Ministra, respecto de políticas que bien harían en ser de Estado y de apoyo transversal, como las referidas a la infancia.


La sesión vespertina reflejó aquello que no se desea en política pública: agresividad; gritos de la tribuna; insultos; pasiones; miradas cortoplacistas; respuestas y preguntas mirando más el efecto que provocarán que aquello que es necesario para el país, y desalojo final.


La sesión matinal fue ejemplo de buena forma de hacer política pública. Correctas presentaciones de los diputados informantes; adecuado aliento a su proyecto del Ministro encargado; sosegados apoyos de los diferentes partidos que surgían paulatinamente desde las bancadas; una propuesta desde la oposición para cambiar una letra (con ella, un concepto central) y hacer votaciones por separado de determinados artículos; un voto favorable tan fundado (en su blog) como crítico del diputado Gabriel Boric, y una abstención razonable que advierte sobre el eventual aumento burocrático.


Las propuestas de la oposición se votaron por separado y las ganó el oficialismo con un margen obviamente menor que los 109 iniciales.


Luego vinieron las celebraciones de los artistas, funcionarios y gestores que acompañaron la sesión, mucho de ellos públicamente bienvenidos por los diputados intervinientes. Y la natural esperanza de que el próximo trámite senatorial siga por la misma senda.


No es ajeno a este resultado el trabajo de dos gobiernos, cuatro ministros y el hecho central de que el propósito del proyecto no es refundacional sino de profundización y mejora de los establecido hace trece años como Consejo Nacional de la Cultura. Tampoco, es menor el hecho que el país tiene conciencia de que las políticas públicas, a lo menos en cultura, deben considerar plazos largos y participación amplia.


Un logro que bien harían en practicar los policy makers para otras áreas y próximos programas de gobierno. Un dato: los casi veinte años de debates y diálogos que sustentan estas políticas fueron desarrollados por voluntarios que entienden que las políticas públicas provienen de sus propias experiencias y la reflexión sobre las mismas, nunca de encargos remunerados a técnicos reputados.

Para que ello se recupere se necesita que la vida política se dignifique con debates como los que animaba Celedon; con compromisos sin lucro como la pasión que Ciro puso en su propia radio; con la seriedad con que gobierno y parlamentarios están poniendo en el perfeccionamiento de una legislación que lo requiere.

¿Será mucho pedir?