11 noviembre 2015

FERIAS Y FESTIVALES, LAS FIESTAS DE LA CULTURA



Dos se van, tres llegan, el nombre del hotel de Pelotillehue -tierra ancestral de Condorito- refleja muy bien la sensación con que culminan las buenas fiestas culturales. No bien salen los entrañables países nórdicos del Centro Cultural Estación Mapocho, ya se preparan los coloridos mejicanos. Esa aspiración, de llegar cada vez a más gente, está también en las palabras de cierre de Ministro de Cultura: "los aportes que entregamos, son con la idea de ir fomentando el acceso de manera gratuita a actividades que se desarrollan en torno a la Feria del Libro", aseguró Ernesto Ottone a radio Cooperativa.


Una sensación similar aconteció al cerrarse Puerto de Ideas, en Valparaíso, el mismo día que FILSA, que deja el propósito de sus organizadores de extenderse a más personas, más estudiantes, más visitantes de redes sociales.

Ambos tienen en común algo más que su fecha de clausura (y de promesas para la versión siguiente). Transcurren en un espacio patrimonial -Valparaíso y el Centro Cultural Estación Mapocho- reúnen atractivas charlas y conversaciones con la posibilidad de llevarse a su conferencista favorito bajo el amable formato de un libro  -desde gigantescos mesones de las editoriales disponibles en Chile, en un caso, desde la mesa de una librería local, en el otro.

Los dos acontecimientos despiertan inquietudes en la prensa y la proveen de entrevistados de lujo, normalmente lejanos de sus espacios habituales. Ambos permiten combinar la sesuda actividad de masticar ideas con la posibilidad de masticar algunas creaciones gastronómicas: muy demandadas cafeterías y heladería en un caso, abigarrados restaurantes de los cerros porteños, en el otro.

Los públicos, aún son de magnitudes disímiles, mientras FILSA puede darse el lujo de segmentar en días de gratuidad -de la mujer, de los adultos mayores, de los profesores y estudiantes- sus casi tres centenares de miles de visitantes, Puerto... seguirá intentando ampliar sus casi treinta mil fieles a escuelas y liceos. 

Lo central es que unos y otros concurren -a bajo costo-, en busca de ideas, de pensamiento, de desafíos a su propio contingente de reflexiones que suelen mantenerse a buen recaudo el resto del año. La reunión de Valparaíso cobra mil quinientos pesos por acceder a cada una de las ofertas específicas, con nombre, apellido y tema delineado. FILSA -con precios diversificados- cobra el acceso a su monumental sede, manteniendo una cantidad de actividades gratuitas, con subsidio del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura.

Da la impresión, por las palabras de Ottone, que se continuará un proceso de ampliación de dicha gratuidad.

En un comentario anterior, señalaba que el Festival del Libro de Edimburgo es tal porque el acceso a los textos -ordenados por autor y por fecha de aparición, no por editoriales-  es abierto mientras los lectores se agolpan en las salas que les ofrecen -previo pago, no menor, de unos nueve mil pesos chilenos- el contacto "en vivo y directo" con su autor favorito, que dicta una conferencia.

Quizás esta fórmula, que han generalizado en el mundo los grupos musicales, afectados por la disponibilidad universal de sus obras vía electrónica, pueda constituir una nueva veta de nuestra feria futura.

Ello implicará un esfuerzo aún mayor del Comité de Programación de FILSA, que ya ha dado bastante, por acercar a los chilenos a más figuras de la talla de los mejores invitados de Puerto... complementando aquellas presentaciones de libros, que suelen acontecer en las tardes de feria.

Es que quizás, la coincidencia de fechas, más que una infeliz alternativa para algunos, puede ser la base sobre la cuál podrían dialogar dos festivales que parecen condenados a complementarse.

Es decir, que la feria tenga más de festival y el festival un poco mas de feria.

Y que el pensamiento siga floreciendo, generosamente, en ambas.

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