27 junio 2014

MINISTRA BARATTINI: LAS PRIMERAS CRÍTICAS

Ya era hora. Después de los cien días de tolerancia, auto asignados por los últimos gobiernos, ha comenzado la temporada de críticas. Y cultura no podía ser la excepción. Lo novedoso es que ésta vez los fuegos no los abrieron artistas, ni gestores, ni siquiera patrimonialistas, sino aquella difusa categoría, sin limites claros, a la que muchos aspiran: intelectuales.

El talento de Barattini ha sido mantener controladas las expectativas de sus interlocutores más habituales. A los artistas les ofreció subvenciones para salas independientes, apoyar la subsistencia de los premios Altazor y esbozó apoyo a la demanda musical del 20% de interpretaciones chilenas en las radios; como retribución a su labor de agregada cultural en Italia, cosechó los honores que significó el León de Plata de la Bienal de Venecia, celebrado incluso en La Moneda. 
Se ha reunido con defensores del patrimonio de diverso origen y escuchado demandas de barrios, regiones y gremios. Su mayor avance ha sido someter el proyecto de Ley de Ministerio a una consulta a los pueblos indígenas, dejando "con los crespos hechos" a los diputados de la Comisión de Cultura.
En este plano se ha reservado una opinión necesaria sobre lo acontecido en la reunión de la UNESCO en Qatar con el proyecto de mall Barón, que su condición de vecina de Valparaíso -por nacimiento y residencia de su institución- le demanda.
Los profesionales de la gestión cultural están a la expectativa de que se normalice el funcionamiento del Comité de Donaciones Culturales y de lo que se determine en corporaciones sin fines de lucro donde el Consejo Nacional de la Cultura actúa como principal financista y ella integra sus directorios. También de que su comprometido apoyo al Teatro Municipal de Viña, se vincule a la creación de una corporación cultural que lo administre, superando la figura de la gestión dependiente del municipio, tal como parece que acontecerá con el Teatro Oriente y Providencia. En este campo, algo escapa a su ámbito, al menos mientras no modifique su institucionalidad: el Teatro Municipal de Santiago. Ha observado en silencio -entretanto El Mercurio busca pautar a sus futuras autoridades-, dejando la cancha libre para que la Alcaldesa Tohá continúe su plan modernizador. 
Las críticas públicas, hasta ahora de voces sindicadas como intelectuales por la prensa, son de dos tipos: la primera se refiere a por qué el Consejo Nacional de Cultura no está presidido por un intelectual, como el Ministerio de Cultura en Francia. El tema data desde la creación del Consejo, en 2003, cuando Agustín Squella declinó asumirlo.
El problema es como el del cine chileno. Neruda dijo que "habrá buen cine chileno, cuando haya mal cine chileno" es decir, cuando exista mucho cine nacional. Cabría parodiar al vate esgrimiendo que habrá intelectuales en la cultura cuando intelectuales se ocupen de las políticas culturales. Si se hubieren ocupado de ello, no estaríamos con una Ley de Premios Nacionales añosa y criticada; tampoco han desarrollado un debate al respecto cuando se convoca a todos los ganadores de premios nacionales a elegir su representante en el Directorio del Consejo Nacional de la Cultura, un colectivo tan estimulante como inédito.
La otra línea crítica consiste en advertir cierta ausencia de cultura, de relatos, de recuerdos, de canciones, de imágenes que acompañen al gobierno. Los artistas no han estado presentes en esta historia, se dice, y afirma que "han sido aplastados por los funcionarios".
Cultura no son sólo los artistas ni los artistas se expresan sólo por canciones o imágenes de "acompañamiento". La valerosa participación de los integrantes del mundo de la cultura en el plebiscito de 1988, dio inicio al período en que dejaron de ser el "arroz del plato". Afortunadamente, el tiempo de los creadores participando sólo en los escenarios de las campañas está atrás y bien que así sea porque lo que seguía a ese libreto eran las prebendas a los cantantes en el gobierno de quién habían apoyado cuando candidato. Tampoco es bueno que los artistas aparezcan vinculados al ejercicio del poder político, sino que se los reciba sólo para ser reconocidos en su aporte histórico y social como aconteció con el reciente homenaje de la Presidenta Bachelet a Jorge Peña Hen y las orquestas juveniles.
No se trata de que los trabajadores de la cultura hayan opacado a los artistas, sino que éstos, desde los inicios de los noventa y de los fondos concursables, están dedicados a lo suyo que es crear mientras gestores presentan proyectos a los fondos respectivos, y otros se hacen cargo de cumplir con los requerimientos de una asignación de recursos de manera transparente, participativa y justa, en una eficaz división de tareas.
La opción de separar a quién dispone los recursos -el Estado- de quién los asigna -Consejos representativos- ha demostrado ser infinitamente superior al camino que entrega a quién gobierna la facultad discrecional de, a la vez, disponer y asignar los recursos, con el consiguiente cambio de criterio tras cada elección.
Este modelo, participativo y estable, fue escogido unánimemente por Chile al crear, por ley, el Consejo Nacional de la Cultura y no se ha conocido proyecto alguno que busque revertirlo. Al contrario, las iniciativas más recientes buscan ampliarlo hacia nuevos sectores, como el patrimonio, agregando nuevas formas de participación y consulta, por ejemplo, a los pueblos indígenas.

Por tanto, la temporada de críticas ha sido, en sus inicios, leve.
Lo que no asegura, necesariamente, un futuro similar.

26 junio 2014

LOS OBSTINADOS DEFENSORES DE LOS DERECHOS HUMANOS


Fueron acusados de traidores, vende patrias y agentes del marxismo internacional, sin embargo siempre respondieron con la verdad. Fueron bendecidos por todos los credos y apoyados por una formidable solidaridad internacional, sin embargo, en su país, Chile, dormían con temor y se sobresaltaban ante cada rechinar de neumáticos en las noches de toque de queda. Aprendieron a conocerse y a quererse en la tarea, sin embargo, no compartieron sus historias.

Se reunieron el 25 de junio de 2014 -simbólicamente cuarenta años después que cayeran en manos de la dictadura uno de los mejores de ellos, el doctor Carlos Lorca y su enlace, Carolina Wiff, recordados por un par de velas que alguien respetuosamente encendió-, en asamblea constitutiva de una asociación de quienes trabajaron en el Comité pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad, para dejar huella de su memoria, la memoria personal, en muchos casos hasta entonces reservada, de los obstinados defensores de los derechos humanos.

Como personas respetuosas, se organizaron conforme a la ley, firmaron actas, escogieron a sus siete dirigentes, escucharon testimonios, oraron en silencio y brindaron. 

Brindaron por esa amistad que, entre ellos se forjó a la inversa de lo habitual, primero se quisieron en la titánica tarea de defender (se) de servicios de seguridad implacables y después -ahora- se comienzan a conocer, a decirse en su cara que fueron valientes, que salvaron muchas vidas, que sin sus acciones y testimonios personales e íntimos la historia de este país y sus dolores no está completa.

Se reunieron al atardecer en el Centro Cultural Estación Mapocho, un espacio que nació en los albores de la recuperación de la democracia, heredando su vocación solidaria, acogiendo a cuantos actos de recolección de ayuda para damnificados por catástrofes - en Haití, el Sudeste asiático o Chile- fuesen necesarios. 

Allí estaban en su casa porque afortunadamente, gracias a su labor pionera, la defensa de los derechos humanos es hoy parte de la cultura. Y sus obstinados defensores, parte noble de nuestro patrimonio nacional, carne de homenajes que aún, como sociedad, debemos.

Y créanme que ellos no los piden ni esperan, sólo quieren ocupar un lugar para seguir la senda que hace cuarenta años se impregnó a fuego en sus débiles cuerpos, ignorantes de la magnitud de la catástrofe que se avecindaba sobre Chile. Luego, cuando llegó la conciencia, no había marcha atrás y se arroparon dándose fuerzas en los cantos comunes durante la hora de almuerzo en las oficinas de la calle Santa Mónica y el respaldo del obispo luterano Helmut Frenz, del rabino Ángel Kreiman, del obispo católico Fernando Ariztía, del cardenal Raúl Silva...

Ellos, varias decenas de mujeres y hombres sobre cincuenta años (y uno sobre los 80), nos han vuelto a dar una lección: en la defensa de los derechos humanos no caben claudicaciones ni excepciones.

Aunque no es suficiente, es justo reiterarlo: gracias compañeras y compañeros del Comité y la "Vica". 

13 junio 2014

EL DÍA EN QUE LA MULTICULTURALIDAD SERíA MINISTERIO

El gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet acaba de dar un paso hacia lo que sería un ministerio de todas las culturas que coexisten en el territorio llamado Chile, anunciando los contenidos de una consulta a los pueblos indígenas que considerará el nombre del Ministerio y sus funciones, en especial lo referido a la cultura de los pueblos indígenas; la integración de órganos como el Consejo de las artes e industrias creativas, del Consejo del patrimonio y, eventualmente, los consejos regionales; la representación de los pueblos indígenas en el ámbito de la toma de decisiones en el área de la cultura, y la forma en que el mundo indígena determinará sus representantes del patrimonio en los consejos nacional y regionales. “En conclusión, es posible anticipar que gran parte del contenido del anteproyecto sea de interés de los pueblos indígenas", señaló la Ministra Claudia Barattini.

El hecho aconteció el 12 de junio de 2014, ante una sorprendida Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, con algunos integrantes que alcanzaron a reaccionar sin la grandeza que amerita una disposición como la anunciada, aludiendo sólo al formal expediente de los plazos.

El presidente de la Comisión, Guillermo Teillier, valoró la decisión: “Me parece que es necesario seguir avanzando en las consultas también con otros sectores que quieren participar y que no lo han hecho. Reglamentariamente, como la creación de un Ministerio de Cultura ya fue aprobado en la Comisión, no se puede llamar a audiencias de acuerdo al nuevo reglamento de la Cámara. No obstante eso, nosotros vamos a seguir invitando a las organizaciones que soliciten venir a conversar con la Comisión”.

“He venido a informar -señaló la Ministra- que el compromiso que asumimos de presentar una indicación sustitutiva al proyecto que crea un Ministerio de Cultura y Patrimonio vamos a postergarlo en función de una decisión que ha tomado la Presidenta Michelle Bachelet, y que ha sido una muy buena noticia también para esta Ministra, que es abrir un proceso de Consulta Indígena en el país según los estándares del Convenio 169 de la OIT que obliga al Estado de Chile en temas que tienen pertinencia indígena”.

El diputado Roberto Poblete destacó la importancia de la aplicación del Convenio 169 para respetar la opinión de los pueblos originarios, sus costumbres y la forma en que relacionan con las comunidades y el entorno donde viven. En esta perspectiva consideró que este “nuevo espacio jurídico legislativo” será un precedente y un hito fundacional que va a servir de base para toda la relación de los pueblos originarios con el resto de la comunidad.

Desbrozando el anuncio, es posible esperar que la consulta considere desde el nombre de la eventual futura institucionalidad (Ministerio de Cultura o de las Culturas, como Bolivia); a las funciones que desempeñe, entre las cuales debieran ser consideradas la promoción de nuestras culturas originarias, sus lenguas, sus (nuevos y antiguos) museos, sus eventuales industrias culturales (turismo, artesanías, gastronomía), sus celebraciones, en definitiva, todo su formidable patrimonio.

También debiera consultarse y luego normarse sobre la presencia -por ley- de representantes de pueblos indígenas en el actual Directorio Nacional o sus alternativas: el Consejo de las artes e industrias creativas y el Consejo del patrimonio. Por cierto, además su presencia en los diferentes consejos regionales conforme a la representación de cada etnia en dicha zona. Tal vez esta pregunta alcance a la integración indígena en los consejos sectoriales del libro (deberá difundirse la literatura en sus lenguas), la música (hay canciones ancestrales que divulgar y proteger) y el audio visual.

De existir la posibilidad, también sería prudente consultar sobre iniciativas que se han propuesto como una política nacional de premios, con financiamiento público. Tales reconocimientos son una muy eficaz manera de destacar a creadores, gestores y agentes patrimoniales provenientes, también de las nueve etnias que serán encuestadas.

“Con la ratificación de este tratado internacional, agregó la Ministra- el Estado de Chile comprende que llevar adelante un proceso de consulta es un deber jurídico ineludible, no una simple sugerencia que hace un órgano internacional. Por ello, si como Consejo impulsáramos una medida de esta envergadura —elaborar un proyecto de ley para crear un Ministerio de Cultura—, teniendo presente que afecta derechos e intereses de los pueblos originarios, estaríamos incumpliendo un deber legal y comprometeríamos nada menos que la responsabilidad internacional del Estado”.

Quizás la natural preocupación nacional por un mundial de fútbol no permita reparar en toda su magnitud este paso. Lo que no se puede ignorar es que fue profusamente advertido, tanto al gobierno anterior como a los diputados que, debiendo expresar sentimientos de la ciudadanía, prefirieron seguir adelante con un proyecto incompleto, inconsulto, que hubiere sido mejor no enviar a trámite. Ni tampoco tramitar.

Ahora sólo queda mirar hacia adelante y recuperar el tiempo perdido.

12 junio 2014

ECONOMÍA Y CULTURA ¿CUESTION DE LENGUAJES?


"Nosotros no compramos proyectos, apoyamos éxitos", fue la declaración de un empresario invitado al primer seminario sobre Patrocinios y Cultura en el Centro Cultural Estación Mapocho a inicios de los años 90. Desde entonces, el panorama ha cambiado poco en el fondo. Por cierto hay muchos más recursos privados destinados a proyectos culturales, pero la presencia del éxito sigue siendo ineludible.

Esa anécdota, que no dejó de sorprender a los gestores que pensábamos que lograr apoyos empresariales a iniciativas artísticas era sólo una cuestión de lenguajes: traducir un sueño de artistas a un idioma de altos ejecutivos, fue lo primero que recordé ante la solicitud de CORFO Valparaíso de algunas reflexiones sobre los aportes y restricciones que ofrece pensar la cultura desde el lenguaje económico.

El aporte inicial es completar la formación de quienes se dedicarán a la gestión cultural. Sin duda la formación básica debe provenir de las artes y de las humanidades. Es más factible enseñar economía a una persona culta que hacer culta a una persona que sólo conoce de economía, sin hábitos culturales básicos. Por tanto, entregar conceptos de finanzas, marketing, contabilidad, presupuestos a egresados de artes musicales o periodismo es un gran aporte.

Eso fue lo que llevó a los "luises" Merino y Riveros -decano de Artes uno y de Economía, otro- a aliarse para fundar primero el postítulo en gestión cultural en la Universidad de Chile, que devino hace un quinquenio en Master en Gestión Cultural.

Como el lenguaje crea realidades, la familiarización de los futuros gestores con términos económicos, a los que pronto la práctica sumó los de auto financiamiento, externalización, fidelización de audiencias, evaluación de proyectos y otros, fue desarrollando un potente colectivo de jóvenes con formación universitaria que comenzaron a difuminar sus capacidades en corporaciones sin fines de lucro, centros culturales, consejos de la cultura nacional, regionales y sectoriales y departamentos municipales.

Más que pensar la cultura entonces desde el el lenguaje económico, lo ocurrido se parece a pensar las iniciativas simultáneamente desde los conceptos culturales y económicos. Tan magistralmente resumido por el filósofo Jorge Millas en su frase: "pensar como hombres de acción y actuar como hombres de pensamiento".


¿Tienen las actividades culturales una lógica de operación que está en tensión con el mundo económico? preguntan también desde CORFO. No lo creo. O al menos no debiera acontecer. Porque no podemos pensar el ámbito de la cultura como aquel donde todo es gratis o no importa el valor de lo que se entrega en escenarios, galerías, bibliotecas o museos. La verdad es que todo -aun en las artes y el patrimonio- tiene un valor.

Otra cosa diferente es quién paga ese valor.

Si lo paga el propio espectador/lector, podrá ponderar exactamente el beneficio que le entrega y determinar si es justo o no. Si lo paga un tercero (auspiciador, gobierno, municipio) será complicado determinar el grado de satisfacción recibido y menos si accedería a esta manifestación si se cobrara por ella. Al contrario, se corre el gran riesgo de que se cree el hábito de la gratuidad en algo que no lo es y que tiene necesariamente un alguien que paga por él con diversos propósitos. Por ello es indispensable, en este caso, que quede muy claro quién paga y porqué.

Yo pago porque deseo mejorar mi imagen de empresa que, por ejemplo, deteriora el medio ambiente. Yo pago porque soy candidato a algo y deseo su voto... Ambas actitudes son legítimas cuando se hacen explícitas y el beneficiado puede aceptar o no el obsequio y puede cambiar o no su opción de imagen de una empresa o de voto en la próxima elección.


¿Produce el mundo económico, particularmente aquellas actividades asociadas a la expansión de los mercados, un tipo de cultura específica? Es perfectamente posible que "quién ponga la plata, ponga la música". Por ello deben existir diversos controles para evitarlo. Los tres controles que conozco son los gestores culturales, las corporaciones sin fines de lucro y el estado.

Un gestor cultural que encabeza un proyecto puede tomar medidas para que su contenido no dependa del donante. La más evidente es no tener un financiamiento único ni de una solo sector. Se recomiendan los financiamientos compartidos o mixtos, en los que participen privados (inducidos por legislaciones de estímulos tributarios), el público asistente y el estado (especialmente a través de fondos concursables). El financiamiento mixto permite adicionalmente tampoco caer en el extremo opuesto que sería depender sólo del gobierno. Es decir el financiamiento compartido de los proyectos culturales es parecido a una garantía de libertad de creación.

Las corporaciones sin fines de lucro, regidas por la legislación privada, cuentan con fundadores -reflejados en sus directorios- de gran prestigio y que no reciben, por su trabajo, remuneración alguna, por tanto, el espíritu de la ley que las ampara es que actúen como garantes de que la corporación que integran cumpla con su misión cultural.

Finalmente el estado, via fondos concursables o asignaciones directas, puede y debe poner condiciones en los convenios de entrega de los fondos de modo tal que se cumplan los fines culturales  expuestos en cada proyecto. El estado tiene, además, la posibilidad de enmendar proyectos que se salgan de su propósito. Los mecanismos para ello son el Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura, en el caso de todos los fondos concursables y la discusión de la ley de presupuesto que cada año fija las asignaciones directas a organismos culturales, privados o públicos.


¿Cómo afecta la cultura de mercado el desarrollo de la cultura? Una cultura de mercado puede dañar profundamente aunque no impedir el desarrollo cultural. Por ello son necesarios los controles señalados y los contrabalances que el sector público vaya poniendo ante los riesgos de que se establezca una cultura de mercado, por ejemplo en la TV, donde es imprescindible la existencia de canales culturales públicos.


¿Cómo hacer de los distintos sectores que conforman las industrias creativas una actividad sustentable? Por definición, cada industria debe tener un mínimo de sustentabilidad. De lo contrario es como para sospechar de su necesidad social. Es decir, una industria, por pequeña o mediana que sea, debe satisfacer alguna necesidad social previamente detectada y analizada antes de crearse, por ejemplo, a través de estudios financiados por entidades de fomento como CORFO o los consejos sectoriales del Consejo Nacional de la Cultura. Si tales estudios arrojan sustentabilidad posible es necesario elaborar un estricto plan de gestión que garantice una determinada cantidad de ingresos y estrategias para acceder a la cantidad que falta.

La experiencia del Centro Cultural Estación Mapocho en este sentido es que no es posible trabajar en forma aislada, sino con una política generosa en alianzas. Aliarse ¿con quienes? Con todos aquellos que sean necesarios para lograr el éxito de un emprendimiento. Por ejemplo, con puntos de distribución y venta, con medios de comunicación, utilizar redes sociales, con organizaciones sociales...

La forma de consolidar alianzas es ofrecer al potencial aliado beneficios equivalente al aporte que harán.

Así, seguiremos transitando de la mera búsqueda de éxito a lograr el desarrollo cultural de un país.