21 agosto 2012

EN BUSCA DEL CINE PERDIDO

Nací en un entorno en el que el cine era algo natural, mi primer pediatra fue el doctor Aldo Francia (Valparaíso, mi amor), en el colegio se ofrecían talleres extra programáticos de Luisa Ferrari, una de las creadoras del Cine Arte de Viña. Mis padres me invitaron a la primera película para adultos, cuando aún faltaba mucho para alcanzar lo que la censura requería y tomara autónomamente la iniciativa de infiltrarme en filmes para mayores. Profesores de secundaria destinaban parte de su tiempo a acompañarnos y más tarde analizar en clases, películas del neo realismo italiano. Uno de ellos llegó a aventurar (con más entusiasmo que realidad) que la dirección cinematográfica era mi vocación. Para completar el cuadro, muchos fines de semana se deslizaron, placenteros, en los rotativos de la plaza de Viña. Entrar a inicios de la tarde y salir con la noche ya avanzada se convirtió en una práctica habitual, sólo repetida años más tarde en intensas jornadas cinematográficas en Buenos Aires.


Vi, en palabras de Neruda, "mucho buen cine y mucho mal cine", emblemática respuesta cuándo algún impaciente le consultó cuando iba a existir buen cine chileno. "Cuando haya mal cine chileno", espetó. Obvio, requisito para la calidad, en este caso, es la abundancia. La misma que comenzó a languidecer con la  llegada de la televisión primero y las multisalas, después. Un público estancado en cifras muy menores a la totalidad de los habitantes: diez millones de espectadores al año en un Chile de 16 millones de habitantes, a fines de los años ochenta. 
Le siguió una epidemia de cierre de salas, esas gigantescas salas, como el cine Gran Palace, que anunciaba el inicio de las cintas con conmovedores juegos de luces en sus multicolores paredes  impecablemente encortinadas. El fantasma alcanzó hasta el proyecto, de inicios de los noventa, de renovación del Centro Cultural Estación Mapocho, que contemplaba originalmente dos salas subterráneas de cine en la que hoy es la popular Sala de las Artes, dónde una curva pared con sendos agujeros rectangulares para proyectoras, constituye un mudo testigo de la abortada idea inicial. 
Entonces aterrizaron en el país, más en Santiago que regiones, las multisalas, esos conjuntos de abigarrados espacios no siempre bien aislados acusticamente que suelen compartir explosiones y encerrar olores de cada vez más diversas comidas ruidosas. Pero tuvieron el mérito de hacer regresar el público al cine y comenzar a elevar la curva de asistentes por año, aunque, como en los libros, las carteleras se fueron concentrando peligrosamente en los títulos más taquilleros.
La diferencia con la industria editorial es que ésta tolera las pequeñas tiradas, los editores boutique y las librerías especializadas que conviven con los fenómenos transnacionales. No así en el cine. Para éste se requiere una poderosa cadena de distribución y de exhibición, cada vez más concentrada en salas crecientemente tecnologizadas con la más reciente moda internacional.
Los diarios aceptaron esta imposición exiliando el cine, sus comentarios y críticas, a las páginas de pasatiempos, tiempo libre, espectáculos o directamente entertainment, dejando una pantalla vacía en las secciones de cultura.
Algo aconteció con la feliz coincidencia del estreno de NO con un festival de cine. Recuerdo el día, el 16 de agosto, en el mismo lugar dónde comenzamos a congregar vecinos para que se inscribieran en los registros electorales hace ya 24 años, el Unimarc de La Reina, me encontré con un cine portable instalado en sendos camiones rojo anaranjados que inauguraban el Sanfic 8, devolviendo el cine a los vecinos. Bien escogido el lugar pues por allí deambulaban los restos náufragos de quienes enviudábamos cada fin de semana del multicine de La Reina que había nacido -antes de Batman y tantos otros personajes leves- como una posibilidad de que en a lo menos una de sus 16 salas permaneciera el cine arte o nacional o de autor. Me interesé en la oferta y pude disfrutar, como en la Plaza de Viña de los sesentas, de un fin de semana de película(s) en el Hoyts del barrio. Las filas del festival se entrecruzaban con las de NO y daba la idea de que lo que crecimos entendiendo por cine volvía por sus fueros.

La pregunta es cómo perseverar en este intento. Sin duda los festivales hacen lo suyo, están el Fidocs, el de Lebu, el de la cueva del Milodón, el de Valdivia, que complementan Sanfic. Está la Comisión Fílmica promovida por el CNCA, que apunta a la pantalla -desarrollar filmaciones con locación, profesionales y tecnología local, la industria- pero no las audiencias. Falta desarrollar una política de creación de público cinéfilo, como lo hicimos con éxito en el teatro estival o con las ferias de libros que se expanden por el país.

Para ello, es preciso enfrentar el tema de las salas de exhibición, más allá de la mala experiencia del cine Huérfanos que no pudo sostener una  exclusiva para cine chileno.Y si las multisalas de multinacionales no brindan acogida al buen cine, tendrá que hacerse cargo de ello la Política Cultural pública. Como lo dijo Claudio Gay: "no hay Estado sin estantería". Es decir, no hay memoria del arte sin edificación de un dispositivo de recolección, conservación y exhibición de las fuentes, lo que implica que además de Cinemateca Nacional, debe existir una red de las salas de exhibición y eso se llama infraestructura cultural. Programa para ello existe desde 2000 -de construcción de centros culturales- a los que se han adosado recientemente de teatros regionales y reconstrucción patrimonial. 
Tal vez un programa estatal de habilitación de salas de cine, itinerantes y permanentes, dentro y fuera de los centros culturales existentes, ayude a reencontrarnos con ese arte perdido. 
Tarea para la próxima Convención del Consejo de la Cultura.

13 agosto 2012

LA LIBERTAD, EL NO Y DOS LIBROS



VUELTA A LA DEMOCRACIA PARA QUE
¿para que se repita la película?
NO!
para ver si podemos salvar el planeta:

sin democracia no se salva nada.
(Nicanor Parra, POR QUE NO, septiembre 1988)



El estreno de NO, dirigido por Pablo Larraín, ha traído recuerdos y discusiones. Inevitablemente, una obra de arte puede ser acusada de "reduccionismo" como lo hace Héctor Soto en Reportajes de La Tercera o de "simplificar y omitir" como lo hace Ernesto Ayala en Artes y Letras de El Mercurio. Ambas apreciaciones aciertan, en la medida en que lo acontecido el 5 de octubre de 1988 tiene muchas facetas que lo acercan más a la epopeya de un pueblo, como hay pocas en la historia de Chile, que a una simple campaña televisiva, aunque, sin duda, ésta formó parte relevante de aquella.


Lo primero que cabe destacar es el aporte a nuestro periodismo que hacen ambos comentaristas al regresar el cine a espacios que alguna vez ocupó, en páginas de cultura y de política. Esta expresión artística ha sido reiteradamente trasladada por la mayoría de los medios a livianas secciones de entretención y espectáculo. Quiera el destino (y los editores) que las profundas reflexiones sociales y políticas que suelen motivar películas notables regresen, para quedarse, en tales secciones. Lo que debiera traer aparejado el regreso a las salas de cine de un público que, acosado por el entertainment, huye de ellas, pletóricas de Batman, Kramer y sagas orientadas a un público infantil, que dejan poco lugar al cine que tiene algo que entregar, más allá de un buen par de horas y muchas crujideras de pop corn.

Lo segundo es que la película NO pertenece a un Director que -no podía ser de otra manera- muestra haber sido criado en un entorno cultural que entiende y conoce bien la obra de la dictadura y que asume la derrota de la misma más por una extraordinaria campaña televisiva impuesta por la presión internacional y no como una gesta que tomó muchos años, que implicó un gigantesco trabajo, enormes riesgos y una mística que se extraña.

Lo más evidente de los alcances ignorados en el filme es la labor que dirigentes políticos, sociólogos y psicólogos, hombre y mujeres, realizaron en términos de conocer científicamente el estado de ánimo de los chilenos luego de 16 año de dictadura y que nutrían cada minuto de la expectante franja.

El resumen de dicho trabajo está en el libro La campaña del NO vista por sus creadores (Editorial Melquíades, agosto 1989) en el que profesionales como Juan Gabriel Valdés, Mariano Fernández, Carlos Vergara, Eugenia Weinstein, Javier Martínez, Guillermo Campero, entre otros, entregan sus reflexiones sobre dichos estudios y dirigentes políticos como Carlos Montes, Isidro Solís, Ricardo Solari, Ignacio Walker o Rafael Almarza hacen lo suyo sobre la campaña territorial mientras Alberto Urquizar, Francisco Estévez y Gonzalo Martner reflexionan sobre el  control democrático de la votación misma. Están también los testimonios de quienes elaboraron la franja televisiva, que sin duda son muchos más que aquellos que puede sostener un guión cinematográfico como el que nos ocupa.

Allí se comprueba cómo miles de chilenos salieron, meses antes de la franja, a la calle, exhibiendo una modesta chapita, luego un tímido cartel, más tarde acompañados por un conjunto de vecinos contactados en las puertas de supermercados, plazas y ferias, para primero llamar a inscribirse en los registros electorales, estimulados por un valeroso llamado de Hortensia Bussi de Allende, y luego, una vez inscritos, convocar para votar que NO y, sobretodo, controlar minuciosamente que se respetara el resultado en cada una de las mesas de votación. También, cómo se celebró hasta el delirio una vez conocidos los resultados.

En el caso de los artistas, su generoso aporte quedó plasmado en otro libro: Por que NO. El NO de los escritores y artistas plásticos chilenos, (Comando Nacional por el NO, septiembre 1988), dónde 64 literatos -Miguel Arteche, Carlos Cerda, José Donoso, Ariel Dorfman, Jorge Edwards, Sonia Montecino, Nicanor Parra entre ellos- expresaban con sus propias palabras y en una página cada uno, las razones que los impulsaban a votar por esa opción. Los acompañaron trece artistas visuales -Nemesio Antúnez, José Balmes, Gracia Barrios, Samy Benmayor, Sergio Castillo, Patricia Israel, Roberto Matta, entre ellos- que ilustraron el sentimiento que devino mayoría la noche del 5 de octubre. Un documento histórico.

Sin dudas,el trabajo territorial o la convocatoria de artistas son menos visibles que 15 minutos diarios de televisión. Pero son ellos, público y creadores, quienes deciden los cambios históricos en las sociedades y no los programas de TV, así como fueron ellos los que, en octubre de 1988, demostraron que era posible terminar con una dictadura actuando coordinadamente quienes expresan el alma popular y quienes la constituyen.

Así como vimos, al inaugurar y clausurar la Olimpíada de Londres 2012, que los países recurren a sus músicos, cineastas, actores y escritores para expresar ante el mundo su identidad, fueron los artistas chilenos, unánimemente ("están todos con ellos" reconoce el publicista del SI en la película de Pablo Larraín) los que se llenaron de coraje para salir a defender el único derecho imposible de transar, el de la libertad de creación. Podrán mantenerlo por un tiempo en la oscuridad, sacarlo forzadamente al exilio o desarrollarlo en cenáculos solidarios limitados, pero esa ansia incontenible de crear es la que se expresó también en la franja, así como en los libros reseñados o en las conversaciones de toque de queda. Las luchas contra la censura editorial, de libros y revistas, durante más de una década, que utilizaron el humor y la metáfora para informar a los chilenos, formaron parte también de una sola gran demanda final: libertad. Sin ella no hay creación, sin ella, la creatividad inevitablemente desborda hacia la lucha por recuperarla.

Es lo que aconteció en octubre de 1988, que pudimos reírnos, bailar, manifestarnos masivamente y tararear viejos valses con contenido renovado, a pesar de todo lo que acontecía en el país. Gracias a la energía que salía de ello, derrotamos al poder, al apagón, a la oscuridad, a la violencia y el miedo, encarnados en un hombre atado a una perla, que "corrió solo y llegó segundo".

Sin los artistas y los sentimientos de su pueblo, que ellos encarnaron, no habría habido presión internacional ni campaña televisiva que valieran para encarar a una dictadura. Es lo que se extraña en la película recién estrenada, que constituye a la vez un aporte y un llamado a complementarla con nuevas producciones.

06 agosto 2012

LAS REVISTAS EN MI VIDA


Nacen por capacidad de reacción y sobreviven por capacidad de redacción, son las revistas; publicaciones que han acompañado las vidas de millones de personas, de manera silenciosa y a la vez imprescindible. Hace unos pocos días, la UDP acogió una singular congregación de esos seres extraños que somos los creadores, redactores, ilustradores o editores de revistas, con motivo de la presentación de un libro que pretende nada más que narrar "Una historia de las revistas chilenas", escrito por Cecilia García Huidobro y Paula Escobar.


Paula reconoció que su afición nació de su abuelo que la acribillaba semanalmente con Pequeñas Lulú y Archies mientras él también devoraba las propias y ... las coleccionaba. Cecilia nos desafió a tomar el testimonio y escribir nuestra propia historia de las revistas. Es lo que intento a continuación.

Cronológicamente, aparecen por primera vez en las vacaciones infantiles de verano en el campo, en casa de unos primos que atesoraban colecciones de OKey, Mr. Kirby y otras decenas de empastados que circulaban noche a noche en las cercanías de las palmatorias que nos entregaban mortecinas luces de velas. Las complementábamos con pequeñas historietas creadas por nosotros mismos en cuadriculadas hojas de cuadernos Colón. Más tarde, las colaboraciones en La Revista Escolar, antecedidas por sesudas crónicas en diarios murales, uno de los cuales llegué a dirigir: El Independiente.

Ya en la universidad, creamos, con Sergio Marras, una innovadora publicación llamada La Sexta Experiencia que se caracterizaba -impresa a mimeógrafo- por no tener corchetes ni una numeración  preestablecida: sus creativos textos estaban desperdigados a interior de un sobre y podían ser leídos en cualquier orden. Embebidos en las luchas universitarias, participé en una revista de nombre impresentable pero correcta en su misión, corría el año 1968 y ya habíamos dicho ¡Basta! sólo quedaba pendiente la segunda parte: "El Echado a andar" se llamó el pasquín.

La fortuna o la adicción de respirar revistas, me llevó a trabajan en las dos empresa que más títulos de este tipo han editado en Chile: Quimantú y Editorial Andina. La primera me acercó a la audaz experiencia de Cabrochico; al inverosímil proyecto de Juan, la revista juvenil obrera, totalmente manuscrita (sí, las letras de molde eran burguesas);  el resonante éxito de Paloma y La Firme; el paso sin mayor huella por el periodismo nacional de Ahora y de Mayoría; la juvenil Onda de la inolvidable Diana Aarón; la seriedad de Hechos Mundiales y La Quinta Rueda, y la desbordante variedad de las historietas Q como El Manque, el Intocable o el Dr. Mortis.
Andina, en los años de dictadura, me enseño a vender Vanidades, Buenhogar, Ideas, Tú, Harper's Bazaar, The Ring, Hombre y Mecánica Popular. Conocí así cómo Ricardo Larraín "desabollaba" spot realizados en Miami para dejarlos aptos para la TV local y Jaime de Aguirre componía en un dos por tres jingles idénticos pero absolutamente diferentes para tres revistas femeninas distintas.

No obstante, mis verdaderas creaturas son cuatro: Apsi, La Época semanal, Literatura y libros y Solidaridad. Dos de ellas, de aquellos engendros llamados suplementos, ese tónico con que el revistismo fortalece a los diarios, en especial los fines de semana. La Época necesitaba -a juicio de Emilio Filippi, su Director y fundador- una revista a colores a la usanza de El País semanal, capaz de soportar esa marejada de avisos a colores que, en formato revista, nos aguardaban ansiosos en las agencia publicitarias para financiar el naciente diario.Lo que ignorábamos ambos era que esas mismas agencias vivían de comisiones que cobraban a empresarios que no estaban dispuestos a que nuestros sanos propósitos se realizaran. Ganaron ellos -una vez más- y terminé imaginando un suplemento mucho más modesto, en blanco y negro, formato y papel diario, sin ninguna ambición publicitaria: Literatura y Libros. La principal huella que dejó fue impulsar a El Mercurio a fundar su Revista de Libros que aún hoy subsiste, acogido en las páginas de Artes y Letras.

Solidaridad era el Bole, el Bole era el boletín de la Vica, la Vica era la Vicaría de la Solidaridad, fundada por el señor Cárdenas, que a su vez era EL Cardenal. Su enorme protección eclesiástica, la de don Raúl Silva Henríquez, respaldaba los devastadores reportajes sobre la situación de los derechos humanos en nuestro país que debían, eso sí, culminar con esperanza: "No sólo denuncia, también anuncio". Muchas veces esa segunda parte era más costosa de descubrir en medio de la negra noche que nos asolaba como país.

Apsi, muy bien reseñada por Cecilia y Paula en su libro, fue la primera revista creada post golpe militar, siguiendo las reglas de la censura previa que regían en 1976, padeciendo luego el vértigo de la autocensura y culminando, al menos en mi caso, con las constantes citaciones de los censores de carne y hueso. La dirigí durante 105 ediciones, hasta que DINACOS me dijo basta, en vivo y directo.

Como estos recuerdos, las revistas tienen esa maravillosa condición de ser coleccionables. De hecho, sus empastados ocupan importantes extensiones de la biblioteca familiar, dónde conviven con tomos de Hoy, Clan, Chile Hoy o La Época Dominical. Cada ejemplar de esas coleccione es un ente acabado, a diferencia de otros medios como los diarios, las radios, o los sitios web que son abiertos y "en desarrollo", cambian con los goles o las segundas ediciones. Una revista es un producto tan acabado como bien concebido. Sus editores son por ende autores de mundos que consideran múltiples variables como el texto, su ilustración, su diseño, los titulares, la portada, incluso los "ganchos" que la sostendrán en los quioscos.
Quizás por eso esa reunión de pares que recibió la obra de Cecilia y Paula valoró como pocos lo complejo que resulta, además, intentar una historia de esa pasión que se requiere para hacer una revista. Y que se plasmó en un  libro notable, en forma y fondo. Que también es de colección.